Mientras la moción de censura presentada por Podemos para desalojar al Partido Popular del gobierno sigue generando una oleada de discursos entorno al futuro del Estado, la realidad de España, de las dos Españas, se decide en Twitter a través de la guerra abierta entre dos divas catalanas del arte contemporáneo.
Las protagonistas de esta batalla por convencer a la gente de que lo suyo es la música son Rebeca Pous, cantante del hit noventero "Duro de pelar", habitual de la Súper Pop y del Vale, eterna rubia de bote, hija de artistas y prima del mismísimo Benicio del Toro; y la Pelopony, una señora con el pelo verde, aspecto manga, extravagante y excesivo, cantante y actriz según su Twitter, concursante de realities y asidua de Telecinco, que acumula miles de seguidores en sus redes sociales.
Las tensiones entre ambas comenzaron cuando Rebeca empezó a ocupar más minutos en un programa del corazón en el que ambas colaboraban y del que la Britney española interpreta la banda sonora, mientras su competidora dejaba airadamente el espacio en plan sindicalista, por considerarlo mal pagado para sus virtudes. La guerra se hizo pública poco después, cuando las juntaron en el mismo show para que se desangrasen en plató, al que Pelopony acudió vestida de Sailor Moon y con un inocente gato en brazos que pretendía lanzar sobre su contrincante, que se defendía ofreciéndole un sopapo. No me enteré del culebrón hasta hace unos días, cuando alguien retuiteaba un mensaje de Rebeca corrigiendo la ortografía excesivamente despreocupada y económica de su enemiga. El problema, parece ser, era que Rebeca participaría en los conciertos del Orgullo de Madrid, mientras la otra, Yolanda, alias Pelopony, alegaba así su no participación en dicho evento: “Cariño, yo no voy a ningún Orgullo porque las cantidades que están pagando son ridículas. Yo tengo un caché cinco veces mayor que vosotros porque tengo unos videoclips que me han costado una pasta. Una artista que tiene unos vídeos de mierda y que nunca ha tenido un single en condiciones en su vida, normal que quiera ir al Orgullo por cien euros y un bocadillo de calamares”.
Millenials totales, nativos digitales, que miden el éxito en clics y en número de seguidores en redes sociales y que ven en Pelopony una ídolo casi a la carta que les contesta y actúa según sus reclamos
Con la procrastinación vino todo los demás. Gracias a ese tuit supe que Rebeca todavía intentaba vivir de la música y no de los neumáticos y, más importante aún, supe de la existencia de Pelopony y de su fenómeno fan. Mi lado freak llegó al punto de leer los comentarios de los hinchas indignados a uno y al otro lado, atacando con saña a la contrincante y declarando amar a la ídolo por encima de su propia vida. Los indescriptibles vídeos de una y de la otra, las letras adolescentes cantadas por una señora de más de 30 años –Yo quiero tu amor/ Y tú lo vas a ver/ Quiero tu amor/ Quiero tu amor (…)Todo se complicó/ Al invierno llegar, teníamos que estudiar/ Familia y la presión– y esos reproches sobre quién tenía más fans en Instagram coparon toda mi atención durante un par de horas.
Y aquí hallé el quid de la cuestión que invade las discusiones generacionales día a día: muchos fans de Pelopony no tenían ni idea de quién era Rebeca ni su "Duro de pelar". No habían vivido la Vale, la Bravo, ni la Súper Pop. Algunos no habían siquiera nacido cuando Rebeca y otros cantantes de pop copaban las listas de los números uno. Personas para las que conseguir un disco de oro o de platino aunque la canción fuese broza pura, no significaba absolutamente nada. Millenials totales, nativos digitales, que miden el éxito en clics y en número de seguidores en redes sociales y que ven en Pelopony una ídolo casi a la carta que les contesta y actúa según sus reclamos. Que piden contenido y lo tienen. Que aumentan los likes. Que crean comunidades de fans online que jamás irán a un concierto porque ni siquiera los hay. Que consumen sus productos en plataformas digitales y son premiados con un retuit.
Después reflexioné sobre la cantidad de veces que se utiliza el argumento de los seguidores para medir la calidad de alguien en algo. Argumento que yo he escuchado incluso a la hora de contratar a una persona para un medio de comunicación aunque no diga nada, ni se espera que lo haga. Y digo yo, ¿no nos estaremos volviendo un poco Peloponys?