La fractura interna de la Familia Real española ya no es un secreto. Lo que hace unos años era solo un rumor palaciego, hoy se ha convertido en una realidad visible y difícil de disimular: las infantas Elena y Cristina están cada vez más alejadas de su hermano, el rey Felipe VI.
Todo empezó con el estallido del caso Nóos. Entonces la infanta Cristina fue apartada de la familia real. Se le retiró el título de duquesa de Palma y su asignación. Más tarde, tras la proclamación de Felipe como rey en 2014, fue Juan Carlos I quien recibió. Escándalos relacionados con su reinado fueron saliendo a la luz y todo acabó con su exilio forzado y un veto explícito sobre su persona en Zarzuela y en el entorno real. Decisiones que no gustaron en absoluto a la infanta Elena.

Las infantas Elena y Cristina, alejadas del núcleo de la familia real
Ella siempre ha sido muy del padre. Siempre apoyó sus comportamientos, incluidas la ocultación de fondos al estado del que a menudo lleva la banderita y las humillaciones a su madre, la reina emérita Sofía. Y no perdona a Felipe el trato que le ha dado a su padre. El resultado: también se ha distanciado notablemente de su hermano y del entorno monárquico.
Con todo, el papel de las hermanas de Felipe ha quedado reducido a la irrelevancia institucional. Ninguna de las dos forma parte de la agenda oficial, y sus apariciones públicas se limitan a eventos privados o religiosos. Pero el verdadero veto no ha sido solo político. Ha sido personal.
Las infantas culpan a la reina Letizia de estar detrás del deterioro de la relación entre hermanos. Lo cierto es que Letizia nunca ocultó su incomodidad con ciertos comportamientos dentro de la familia Borbón. Menos aún con el estilo de vida de Froilán, Victoria Federica, o incluso con el modo en que Cristina gestionó los escándalos del caso Nóos. Para la reina consorte, mantener la institución a salvo pasa por poner distancia. Y esa distancia ya no es simbólica. Es física.

Los Urdangarin y los Marichalar, vetados en Marivent
Un mensaje que se subraya cuando llega el verano. Como cada año, el palacio de Marivent se prepara para la llegada de algunos miembros de la familia real. Y en este contexto, el mensaje es claro. Los hijos de las infantas no son bienvenidos mientras Felipe, Letizia y sus hijas, la princesa Leonor y la infanta Sofía, estén allí presentes. Los Marichalar y los Urdangarin tienen prohibido coincidir con el núcleo central de la familia en el Palacio de Marivent. Si van en los próximos días, deben estar fuera antes del 29 de julio, cuando está previsto que acudan los reyes y sus hijas. Y no podrán poner un pie allí hasta que hayan abandonado el lugar.

No es una simple preferencia. Es una orden interna. Un protocolo no escrito, pero ya aplicado en los últimos veranos. Solo pueden estar en la residencia antes o después de que lleguen los reyes. Nunca al mismo tiempo. Para la Casa Real, todo se reduce a un principio: proteger la imagen de Leonor, la futura reina. Alejarla de posibles controversias. Evitar gestos que puedan interpretarse como una vuelta a los errores del pasado. Y para eso, dicen, es necesario limpiar el entorno.
Las infantas, por su parte, aceptan. Pero la indignación es creciente. Consideran que han sido borradas de la historia reciente de la monarquía, pese a haber cumplido su papel institucional durante décadas. Ven en Letizia a una figura que ha redefinido los límites del poder, y no solo en lo protocolario, sino en lo familiar. Y creen que Felipe ha cedido demasiado.