Juan Carlos I vive sus días más tristes. Desde que salió de España en 2020, por orden de su hijo, el rey Felipe VI, el emérito ha vivido en un exilio no oficial. Primero en Abu Dabi. Y ahora se baraja un traslado a Cascais, en Portugal. Pero no ha vuelto a casa. No le dejan. Ni siquiera como una visita. Siente que lo han desterrado en la recta final de su vida.

No hay reconciliación posible con Felipe. La relación está rota. Apenas se hablan. La distancia entre padre e hijo es mayor que la geográfica. Con Letizia, la situación es peor. No existe ningún tipo de comunicación. Ni interés. Para la reina, Juan Carlos es un problema del pasado.

Juan Carlos I
Juan Carlos I

Juan Carlos I vive en una profunda soledad

Él lo vive como una humillación pública y privada. Cree que no se le reconoce su papel durante la Transición democrática. Que se le ha condenado al olvido. Que la monarquía sigue adelante mientras él desaparece en vida. Se siente traicionado, aislado, prescindible. El que fue rey de España durante casi cuarenta años, hoy se enfrenta a un declive emocional profundo. El silencio lo rodea. Y la soledad lo consume. Ya no queda rastro del hombre enérgico, orgulloso y desafiante que encabezó la monarquía durante décadas.

A esto se suma su deterioro físico, cada vez más evidente. La artrosis lo tiene prácticamente inmovilizado. Está condenado a la silla de ruedas. Ha pasado por más de diez operaciones. Caderas, rodillas, columna. Incluso se sometió a tratamientos experimentales en Suiza, usando células madre. Nada ha funcionado.

Su pierna izquierda está completamente rígida. Tiene dolores crónicos que no remiten. Caminar es imposible. Levantarse solo, también. Las cosas más básicas requieren asistencia constante. Su autonomía ha desaparecido. Incluso necesita ayuda hasta para ir al baño.

Juan Carlos bastón GTRES
Juan Carlos bastón GTRES

No puede ir solo al baño

Por la noche utiliza cuñas, como en los hospitales. En algunos momentos, aunque con vergüenza y rabia, ha tenido que usar pañales para adultos. No lo quiere aceptar. Pero no tiene alternativa. Cada vez que alguien menciona el tema, reacciona mal. Se enfada y se encierra.

También necesita baños adaptados. No puede entrar a un aseo normal. Requiere una silla de ducha y la ayuda directa de un asistente. No se mantiene en pie. No puede ducharse solo. Ni vestirse. Ni acostarse sin apoyo. Todo lo que antes era normal, ahora es imposible.