Aunque ha intentado rehacer su vida, Iñaki Urdangarin sigue arrastrando las secuelas de su pasado. Vive en Vitoria, junto a su pareja actual, Ainhoa Armentia. Comparten hogar con los hijos de ella. Algunos incluso hablan de una posible boda. Sin embargo, los que realmente lo conocen no creen que todo vaya tan bien.
Desde su condena por el caso Nóos, Iñaki ha cambiado. Su paso por la prisión dejó una huella profunda. Sus allegados aseguran que sufrió un colapso emocional durante su estancia en la cárcel. Desde entonces, nunca volvió a ser el mismo.

Iñaki Urdangarin ha dejado de ser el de siempre
Hoy, su entorno más cercano lo describe como una persona apagada. Ha perdido el brillo y la seguridad que le caracterizaban. La infanta Cristina, con quien compartió casi dos décadas de matrimonio, está seriamente preocupada. Aunque ya están divorciados, no puede ignorar lo que ocurre. Al fin y al cabo, no deja de ser el padre de sus cuatro hijos.
Iñaki intenta aparentar normalidad. Pasea por Vitoria, va al gimnasio y mantiene una vida discreta. Pero quienes le rodean afirman que está cada vez más aislado. Su comportamiento es errático. Se muestra retraído, melancólico y con episodios de desconfianza constante.
Sus hijos, Juan, Pablo, Miguel e Irene, lo notan. El hombre que solía reír y bromear ha desaparecido. En su lugar queda alguien distante, que apenas participa en las reuniones familiares. Intentan animarlo, pero no obtienen respuesta.
Incluso el rey Juan Carlos I, en una conversación privada, expresó su inquietud. Que hasta el emérito esté preocupado refleja el alcance del problema. Hace unos meses, en Barcelona, Urdangarin incluso reaccionó con violencia verbal ante unos fotógrafos. Una actitud que nunca había mostrado antes.

La preocupación crece en su entorno
Pero hay más. Su obsesión religiosa ha ido en aumento. En prisión se refugió en la fe. Empezó leyendo textos espirituales. Al principio, parecía algo positivo. Pero con el tiempo se volvió excesivo. Hoy, su devoción es casi una fijación. Habla constantemente de religión y acude a misa habitualmente. Muchas veces lo hace junto a Ainhoa. Y eso ha aumentado su aislamiento.
Además, algunos aseguran que cree estar vigilado. Sospecha que personas del entorno del rey emérito le están espiando. Esta sensación de persecución preocupa aún más a sus hijos y a Cristina. La infanta, aunque alejada de él, no ha cortado los lazos del todo. Se mantiene informada. Pregunta y cada vez se siente más tentada a intervenir. Sabe que la situación no es normal y que puede ir a peor.
Iñaki no reconoce su estado y no ha pedido ayuda. Pero el deterioro es evidente. Lo que parecía una nueva etapa para él podría ser, en realidad, el inicio de una crisis personal más profunda. Cristina lo sabe. Y está más preocupada que nunca.