La Casa Real defiende que la princesa Leonor está afrontando con ilusión su formación militar obligatoria, un paso clave hacia su rol como futura reina. Sin embargo, la realidad tras estas semanas encaja en un escenario diferente. Leonor nunca se ha sentido cómoda en entornos demasiado exigentes, y la etapa reciente a bordo de los buques de la Armada ha sido especialmente complicada. La princesa ha atravesado momentos de fuerte tensión, hasta el punto de sentirse desbordada y plantearse su salida antes de tiempo.
A lo largo de las rondas de preparación y las patrullas en alta mar, las condiciones operativas y la disciplina naval han exigido una adaptación permanente a horarios intensos, procedimientos exigentes y un entorno marcado por el rigor institucional. Esta dureza se ha traducido para Leonor en episodios de estrés acumulado, en especial cuando se han combinado actividades físicas con responsabilidades protocolarias. Una de estas situaciones alcanzó un nivel emocional tal que supuso una llamada a su padre, el rey Felipe VI, en la que la princesa rompió a llorar pidiendo abandonar el barco.
La intervención paterna no se quedó en una conversación de ánimo. Según fuentes cercanas, Felipe ha adoptado un rol activista al intentar rebajar el nivel de presión sobre su hija. A través de llamadas recurrentes, habría expresado su preocupación por su bienestar emocional y habría gestionado ajustes en la intensidad de las tareas tanto educativas como militares. El objetivo habría sido suavizar el protocolo habitual para adaptarlo a las necesidades reales de Leonor, sin que ello implique rebajar su formación, pero sí dotarla de un entorno que evite situaciones limitantes para su salud mental.
La formación militar, entre obligación institucional y estrés personal
Lo destacable en este caso es que Leonor, pese a su compromiso institucional, no ha encontrado en la Armada un escenario cómodo o motivador desde el punto de vista personal. El paso por el Buque‑Escuela, con sus ritmos y exigencias, ha supuesto un reto superior a lo esperado para una estudiante con perfil más académico y menos orientada a las dinámicas de red militar. Esto ha generado una tensión que le ha impedido disfrutar de actividades que previamente parecía asumir con naturalidad.
En paralelo, Felipe VI asume una tarea más paternal que estrictamente protocolaria. Intentar aminorar la presión impuesta sobre su hija no es una cuestión menor: implica evaluar las reglas que rigen una formación tradicionalmente inamovible. Pese a que las imágenes transmiten disciplina y cumplimiento, lo cierto es que en privado se habrían producido movimientos destinados a adaptar los ritmos, el entorno social a bordo y algunos ejercicios físicos, para evitar que la experiencia militar se convierta en un trauma emocional.
Leonor, por su parte, habría agradecido este ajuste privado. Estas acciones ofrecen una visión más humana de su padre y un entendimiento de las limitaciones personales dentro de un proceso institucional obligatorio. No se trata simplemente de rebajar dificultad, sino de cuidar su desarrollo integral y ofrecerle margen para compensar las exigencias con espacios de descanso y apoyo emocional.
Este episodio realza la complejidad de preparar a una heredera al trono en términos de imagen, formación y resiliencia. No basta con cumplir los protocolos: implicarse en su adaptación real es clave para evitar que la experiencia se perciba como una imposición. Felipe VI, al intervenir directamente, no solo ha garantizado que su hija siga recibiendo una formación militar, sino que lo hará respetando su bienestar.
En definitiva, la intervención del rey frente a las tensiones derivadas de la formación militar de Leonor lo revela como un padre dispuesto a preservar la salud emocional de su hija, incluso en un contexto institucional rigurosamente regulado. Se trata de una lección de equilibrio entre tradición y sensibilidad personal, donde la formación toma forma condicionada, no menos sólida, pero sí más humana.