Resulta fácil ver cómo la llegada del referéndum del 1-O ha "podemizado" progresivamente los discursos de muchos líderes del soberanismo catalán, repentinamente interesados en intentar vender la moto de una votación masiva contra el Gobierno del PP y la actitud inmovilista de Rajoy. Escribo este artículo sin saber qué pasará hoy domingo (la incertidumbre es una de las cosas que más me gusta de estos días en que me ha tocado vivir, porque todo lo previsible es aberrante e inmoral), pero ya lo bastante consciente de que muchos de nuestros políticos no tienen ningún tipo de intención de declarar la independencia unilateralmente, sea cuál sea el resultado, tal como prometía la ley que ellos mismos habían firmado. De este modo se explican cosas bien extrañas, como que Jordi Sànchez justifique la represión violenta del Estado, afirmando que con un millón de personas ya la habríamos hecho bastante gorda, mientras la gente hace esfuerzos sobrehumanos por ocupar escuelas y centros sanitarios.

Si algunos de nuestros líderes renuncian a la ley autodeterminativa a la que se comprometieron ante el pueblo en caso de victoria del 'sí', certificando que conciben el Parlament como un lugar donde se hace burla de las ilusiones y los anhelos de los ciudadanos, no solo tendrán que acatar igualmente la implacable represión judicial del Estado que Rajoy les tiene preparada, sino que morirán políticamente con una agonía corta como la de un mosquito prisionero del agua. Hoy hay que recordar cosas muy elementales, como que el Govern solo podrá negociar de tú a tú con España una vez hecha la DUI, pues solo cuando has rebasado la represión de quien te quiere hacer callar, puedes dedicarte a hablar con voz propia. En este sentido, el resultado del referéndum de hoy no es (como decía todavía el viernes el president Puigdemont) algo que haya 'que 'respetar', sino que hay que aplicar sin ambages después del recuento. En un país normal, las promesas se cumplen.

No habrá peor castigo para el soberanismo que hacer como si no hubiera pasado nada cuando se ha traicionado la propia ley. Si los setenta y dos parlamentarios por el 'sí' no implementan el resultado que ha salido de las urnas, no tendrán ningún tipo de fuerza negociadora. Por muy tensas que sean algunas situaciones que viviremos hoy y por mucha participación que se registre, Rajoy no tendrá ningún problema en desestimar el 1-O como una mera movilización de indignados, una situación con la que tanto Podemos como el PSOE se sentirán comodísimos de cara a traficar con las aspiraciones de los catalanes como una simple bisutería. Mireia Boya estuvo espléndida cuando recordó que el acto de secuestrar el referéndum para blanquearlo como una mani es una traición a los votantes que lo tienen que legitimar, y ojalá la mayoría de electores catalanes lo tengan presente, porque será igualmente reprobable quitarle su valor afirmativo convirtiéndolo en un arma para negociar migajas.

Cuanto más rápido sea el recuento de votos y mayor la determinación del president en aplicarlos, mayor será el poder que habrá tenido el 1-O. Todos los que piensan en un referéndum como simple bacanal para presionar a Madrid tienen el 9-N como un ejemplo palmario: lejos de debilitar el Estado, las consultas sin efecto ayudan a fortificarlo. Todos los que ya cavilan con unas elecciones plebiscitarias bis con una única candidatura independentista no son conscientes de hasta qué punto el Estado fagocitará de nuevo toda iniciativa que provenga de un Parlament que no se tiene en cuenta a sí mismo. Hoy solo tengo que pedir a mis políticos que hagan justicia a su palabra y al gentío que hoy se romperá la cara por defender la libertad. Esta gente está demostrando que, con firmeza, todo es posible. Hoy, como muchos, votaré independencia, pero también responsabilidad. Pase lo que pase, hoy será un día que recordaremos muchos años y de consecuencias radicales.

Tened ilusión, solo faltaría. Pero sobre todo, tened memoria.