Las elecciones del próximo 21 de diciembre en Catalunya son quizás las que están sometidas a más alteraciones de las celebradas en las últimas décadas en Europa. Las convocó quien no tenía atribuciones para hacerlo, el presidente del gobierno español; lo hizo previo el cese del Govern no previsto en la Constitución, el día que quiso y sin consultarlo con ninguna de las fuerzas políticas catalanas; ocho consellers y conselleras han pasado un mes y dos días en la prisión de Estremera o en Alcalá Meco; al vicepresident Oriol Junqueras y al conseller de Interior, ambos candidatos en las listas electorales de Esquerra y de Junts per Catalunya, a diferencia de los seis miembros del Govern que han sido puestos en libertad este lunes, se les ha mantenido en la cárcel con las restricciones que supone para ambos partidos, y muy especialmente para los republicanos, no contar con su principal activo electoral; a los Jordis, Sánchez y Cuixart, también el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena les mantiene en prisión provisional después de 49 días en Soto del Real y JuntsXCat pierde a su número dos para la campaña.

Finalmente, el president Puigdemont junto a cuatro consellers protagoniza la campaña desde Bruselas, una anomalía que además se ve interrumpida por sus idas y venidas a los tribunales belgas, ya que sobre todos ellos pesa una orden de extradición de la justicia española. Hombre, el frame no es el normal de unos comicios. Y a ello se añade un control desproporcionado sobre los medios públicos y muchos de los privados que, en otro momento, sería denunciado por sus profesionales y que ahora se mantienen en silencio. O, peor aún, una participación indisimulada ante la pérdida de libertades fundamentales.

Pero más allá de la gran injusticia que supone para todos ellos una prisión provisional que carece de sentido, más allá del escarmiento público que el Estado quiera infligirles, está también el daño colateral que acaba suponiendo para el independentismo. No hay que engañarse: no todos partidos juegan estas elecciones en las mismas condiciones. He escuchado en las últimas horas que ya le va bien al independentismo disponer de sus propios mártires y también que es una muy buena noticia que continúen en prisión. Los quince días que faltan hasta los comicios se van a desarrollar con acusaciones de este tipo y con un manto de represión latente en el horizonte. La permanencia en prisión de Junqueras, Forn, Sánchez y Cuixart, así lo indica. Como las advertencias a Marta Rovira o la posible activación de sumarios como el del major Trapero. Hay un intento de que el independentismo plantee la campaña a la defensiva y de anular el debate sobre cómo se ha llegado a secuestrar la autonomía catalana con el artículo 155.

Los electores tendrán que validarlo en las urnas, y para que su levantamiento sea inevitable y el gobierno español no pueda hacer trapicheos con el resultado, la victoria del independentismo tiene que ser clara en las urnas. Cualquier otro escenario no solo sería un retroceso, sino el inicio de una Catalunya muy diferente a la que hemos conocido en las últimas décadas.