Recientemente, hemos conocido los datos del primer trimestre de 2023 de la Contabilidad Nacional publicados por el INE, que arrojan un crecimiento del PIB en volumen del 0,5% intertrimestral y del 3,8% interanual. A su vez, este último dato se descompone en un 2,5% de aumento de la demanda externa y un 1,3% la interna. Por el lado de la oferta, la industria registra un notable crecimiento interanual del 5%, superado por el comercio, el transporte y la hostelería, con el 9,7%. En el caso de la economía catalana, el Instituto de Estadística de Catalunya, Idescat, también ha hecho públicos los datos del primer trimestre, que arrojan un sorprendente crecimiento del 1,2% en términos intertrimestrales, apoyado sobre todo por un notable aumento de la industria del 5% en comparación con el trimestre anterior.

Desde hace ya unos cuantos años el sector exterior de la economía española tiende a realizar aportaciones netas positivas al crecimiento, manteniendo un significativo superávit por cuenta corriente, en contraste con el déficit recurrente de la balanza comercial en décadas anteriores. Pese a los augurios de desglobalización, pre y pospandemia, el hecho es que las exportaciones de bienes y servicios procedentes de la economía española, medidas a precios constantes, han continuado creciendo tendencialmente por encima del PIB durante las últimas dos décadas, tal como habían venido haciendo en las cuatro anteriores. Así, el peso que representan las exportaciones sobre el PIB ha pasado del 26,5% el 2000 al 35,1% el 2019, con un ascenso casi ininterrumpido hasta el choque pandémico que se inicia en 2020 y que reduce el porcentaje hasta el 31,7%. Sin embargo, la recuperación ha llevado las exportaciones a un récord histórico del 38,5% del PIB el 2022 y las previsiones de la Comisión Europea para 2024 prevén que se supere el 40%.

Una parte de este crecimiento se explica por los servicios, tanto turísticos como no turísticos, pero otra parte refleja una radical transformación de la industria manufacturera, que ha ganado en productividad y competitividad a medida que se internacionalizaba. Es cierto que las manufacturas han perdido casi una tercera parte de sus efectivos, pasando de 2’9 millones de ocupados en 2000 a algo más de 2 millones en 2019, pero, por otro lado, el valor añadido por persona ocupada, a precios constantes, ha aumentado un 41%. Como consecuencia, el año 2019 la industria manufacturera aportaba un valor añadido total similar al del año 2000. Y aunque hayan perdido peso con relación al PIB, las manufacturas exportables ocupan actualmente una posición más estratégica y determinante de la cantidad y calidad del crecimiento que en el pasado. Sin su aportación, el crecimiento de la demanda interna se vería lastrado rápidamente por la absorción de importaciones sin suficiente contrapartida compensatoria de las ventas al exterior, rebajando el techo de la capacidad de crecimiento equilibrado y sostenible de la economía en su conjunto.

Una parte de la pérdida de peso de las manufacturas en el PIB es solo aparente, en la medida que muchas empresas industriales han externalizado operaciones y servicios que antes realizaban dentro del perímetro de la propia empresa, y que muchos servicios técnicos directamente vinculados con la producción industrial (logística, ingeniería, R+D, etc.) se contabilizan fuera del perímetro contable de la industria. La industria, en sentido amplio (incluyendo los servicios a la producción industrial), es clave en el desarrollo de cualquier economía, en tanto que ha sido y continúa siendo el principal motor de crecimiento de la productividad y ofrece productos comercializables de elevado valor añadido en los mercados internacionales. Y es precisamente ese crecimiento de la productividad industrial el que puede permitir (y financiar) el desarrollo de servicios de atención a las personas con una demanda potencial casi ilimitada y una oferta poco o nada intensiva en carbono. En este sentido, no hay que temer la automatización, sino canalizarla, al tiempo que se facilitan los flujos intersectoriales de la fuerza de trabajo hacia aquellos filones de empleo más elásticos al crecimiento de la renta per cápita.

Tampoco hay que temer a la globalización, sino regularla y ordenarla, potenciando políticas públicas efectivas que protejan a los trabajadores y las trabajadoras y no los puestos de trabajo que vayan quedando obsoletos, y profundizando en la integración económica en áreas próximas, como la europea, con estándares exigentes de protección social con base en unos valores comunes. Es la calidad del crecimiento, más que su cantidad, el factor que realmente determina el bienestar y la dignidad de las personas, y por lo tanto el reto es aumentar la prosperidad con equidad y sostenibilidad. Se trata de un reto global, que requiere respuestas globales, pero hay que hacerle frente desde lo local, teniendo en cuenta las particularidades geográficas, económicas y sociales de cada territorio.

En el caso del Estado español, un artículo reciente del profesor Josep-Vicent Boira pone de manifiesto la elevada concentración y mayor dinamismo demográfico de la franja litoral mediterránea, de Andalucía a Cataluña, en el marco de la península ibérica. La principal tesis del artículo es que el importante peso relativo del este peninsular en términos demográficos no tiene suficiente contrapartida en el ámbito político, subordinado a la imagen dominante de una España radial que gravita alrededor de Madrid. Extendiendo el argumento del profesor Boira al ámbito económico cabe constatar la concentración de la industria exportadora y también de buena parte de la industria turística en la franja litoral mediterránea: del emergente dinamismo empresarial de Málaga al polo científico-tecnológico-industrial de Barcelona, pasando por la huerta murciana, la costa alicantina, la manufactura valenciana, la química de Tarragona y el eje turístico que va de la montaña y costa catalanas a las Baleares. De esta constatación cabe extraer una conclusión relevante: si la internacionalización es el principal factor de impulso y de equilibrio de la economía española, el principal vector de esta internacionalización se encuentra ubicado en una estrecha franja periférica a orillas del Mediterráneo.

El problema, como nos recuerda el profesor Boira, es que esta delgada franja periférica en el sentido geográfico lo es también políticamente, mientras que es absolutamente central en los planos demográfico y económico. Esta asimetría genera tensiones y disfunciones, como ponen de manifiesto infraestructuras esenciales que se eternizan en el tiempo, como las vinculadas al Corredor Mediterráneo, y que lastran el principal motor económico del estado. En el antiguo escudo de la Cambra de Comerç de Barcelona figuraba el siguiente lema: Terra Dabit Merces, Undaque Divitias. Traducido libremente: “La tierra da bienes; el mar, riquezas”. La fortaleza del sector exterior español no es una casualidad, pero sí tiene algo de milagro. Parecería sensato, a todos aquellos que prefieren no confiar demasiado en los milagros, que las políticas públicas en la economía española empezaran a diseñarse y aplicarse con una mirada diferente, que cuide más y mejor las fuentes de prosperidad ("divitias") que apuntan hacia el mar ("undaque") y hacia el oriente, donde nace el sol.