Este mes de abril, Alemania ha cerrado definitivamente sus tres últimos reactores nucleares. Una de las economías referentes en la utilización de energía nuclear ha llevado hasta el punto de llegada el proceso de desguace iniciado el año 2011, después del accidente en la central de Fukushima en Japón. En aquel momento, una cuarta parte del consumo de electricidad en el país se generaba en las 17 centrales existentes. Las tensiones en el aprovisionamiento de gas natural causadas por la guerra en Ucrania le concedieron tres meses de prórroga, pero, al fin y al cabo, no han impedido la aplicación de los compromisos acordados y revalidados por los diferentes gobiernos teutones.

Que el cierre de centrales nucleares en el centro económico de Europa se produzca en pleno proceso de transición energética no es poca cosa, pero si esta decisión es un paso más del proceso de transición energética en favor de la sostenibilidad medioambiental es una cuestión abierta. A nadie se le escapa que el programa de cierre de centrales nucleares tiene un trasfondo político importante, siendo una consecuencia directa de los diferentes gobiernos de coalición existentes y de la creciente concienciación social en favor del ecologismo político en el país.

El conflicto bélico a las afueras de la Unión Europea ha desvelado las miserias del retraso en el despliegue de las inversiones necesarias para alcanzar los compromisos establecidos de neutralidad climática en 2050 y su elevado grado de dependencia energética del exterior. Después de la sacudida inicial, las economías europeas asumen que hay que hacer compatible el objetivo final con un proceso gradual de transición energética que minimice pérdidas y víctimas. De esta manera, el European Green Deal impulsado por la Comisión Europea, en imagen de la Inflation Reduction Act norteamericana, tendría que servir de espuela del proceso. Es un buen referente, pero, en la práctica, se deja a cada timonel escoger vehículo, trayecto y cadencia de paso.

Esta nueva versión del pragmatismo europeo está generando comidas a la carta y discusiones fratricidas en la mesa. Francia se compromete con el gasoducto H2Med para el transporte de hidrógeno verde, generado con energías renovables, pero al mismo tiempo exprime a los socios para que también sea incluido el transporte de hidrógeno rosa. Es decir, generado mediante el uso de energía nuclear. Y, en colaboración con las economías del norte y el este europeo junto con los grandes operadores del sector, presiona eficazmente a fin de que gas y nuclear sean consideradas como energías verdes por la Comisión Europea, con el fin de beneficiarse de las inversiones y los beneficios fiscales asociados al proceso de transición energética. Solo hay que recordar que, justo antes de la pandemia, en el Pacto Verde Europeo se estimaba que sería necesario movilizar en los próximos 25 años un billón de euros para alcanzar una transición ecológica que fuera inclusiva y al mismo tiempo garantizara la neutralidad climática.

La posición francesa tiene, pues, un evidente poso económico. Más del 70% de la electricidad consumida en el país se genera en sus 56 reactores disponibles y, mientras tanto, se siguen construyendo nuevas centrales. Es la tercera potencia mundial en la generación de energía nuclear, justo detrás de los Estados Unidos y China. Pero su insistencia añade presión en una caldera repleta de ingredientes volátiles y le hace un flaco favor a su principal aliado y socio comercial.

La Agencia Internacional de la Energía considera que la energía nuclear puede jugar un papel complementario a las energías renovables que se vuelve crucial en el proceso de reducción de emisiones contaminantes y en la lucha contra el cambio climático. Actualmente, es el origen del 10% de la electricidad generada por todo el mundo y la organización calcula que los 400 reactores en funcionamiento anualmente proporcionan un ahorro de un 4-5% en las emisiones contaminantes y en la demanda global de gas natural. De esta manera, hasta el 2050 sugiere una transición ordenada, con el aumento progresivo de la capacidad de producción a China y de otras economías emergentes, al tiempo que progresivamente dejen de operar los reactores más envejecidos a las economías avanzadas. Hay que tener presente que más del 40% de la capacidad operativa actual ya supera los 30 años de vida y que se sitúa esencialmente en Europa y los Estados Unidos.

"La energía nuclear puede jugar un papel complementario a las energías renovables que se vuelve crucial en el proceso de reducción de emisiones contaminantes y en la lucha contra el cambio climático"

Las incertidumbres del proceso han roto el consenso político en Alemania hacia el punto final de la generación eléctrica con energía atómica. Esencialmente, para alcanzar sus compromisos de transición ninguna una economía descarbonizada será en absoluto una tarea sencilla, a pesar de los ahorros alcanzados en el consumo energético. La pérdida de peso de la energía nuclear en la producción de energía en Alemania ha favorecido el aumento de la participación de las energías renovables pero también, y con la misma intensidad, un incremento de la combustión de carbón, la fuente de energía más contaminante. No será sencillo garantizar, pues, la seguridad de suministro cuando el país tenga que reducir sensiblemente la dependencia de los combustibles fósiles, que actualmente representan el 45% del mix energético.

Pero los alegatos favorables a la pervivencia de la energía nuclear también chocan con dos elementos dignos de reflexión. Por una parte, la peligrosidad de las instalaciones, el reto de la gestión del almacenaje de los residuos radiactivos y la localización de los cementerios nucleares. Un tema que fue objeto de intensa controversia en España y que todavía está pendiente de resolución en Alemania, con necesidades sensiblemente superiores a la nuestra. Alemania llegó a disponer de 36 reactores en contraposición a los siete existentes aquí. De hecho, la custodia remunerada de residuos en otros países ha sido una práctica habitual entre muchas economías europeas, no exenta de tensiones. De la otra, el bajo rendimiento energético de las centrales nucleares. Son instalaciones muy complejas y costosas con el peaje de solo aprovechar menos de la mitad de la energía calórica producida mediante la fisión con el fin de generar electricidad. No en balde, muchos analistas la identifican como la energía más cara de todas, cuando se consideran los costes de construcción y futuro desguace y se tiene presente que la disponibilidad de uranio también es limitada. El sector es muy consciente de que es la hora de la innovación tecnológica y de un nuevo modelo de negocio. Una nueva generación de reactores menos complejos y más eficientes podría abrir la puerta a una etapa de mayor protagonismo de la energía nuclear en las economías emergentes con menos recursos y más dificultados para garantizar el suministro energético sin el consumo de combustibles fósiles y poder satisfacer al mismo tiempo sus objetivos climáticos solo con el apoyo de las energías renovables. La energía nuclear puede disfrutar pues de una última salida a pista, pero posiblemente el last dance se haga en terrenos y con jugadores distintos a los habituales. Rusia y China han diseñado 27 de los 31 nuevos reactores construidos en los últimos años, zampándose el grueso del pastel cocido a la nueva hornada nuclear.

Muchas incertidumbres quedan abiertas en el proceso de transición ecológica. Quizás hay que tener presente que el petróleo tardó casi un centenar de años en sustituir al carbón como principal fuente de energía. Haber ignorado los efectos del cambio climático durante demasiado tiempo obliga ahora a una transición acelerada que genera tensiones, contradicciones y controversias y hace el camino más pesado y costoso. Convendría evitar la complacencia y llevar a cabo una evaluación rigurosa de los costes y beneficios potenciales de cada plan de actuación alternativo.