Desconocimiento y demagogia son un peligroso cocktail para valorar e interpretar la subida de tipos de interés que están aplicando los bancos centrales en el mundo (la FED en Estados Unidos, el BCE en Europa y el BoE en Inglaterra). Es frecuente entre parte de la clase política española pedir que el BCE deje de subir los tipos y de encarecer las hipotecas a los pobres endeudados como si se tratara de una estrategia del maligno para hacernos más pobres. Pero aquí no hay manos negras, ni perversas intenciones que, tal vez, sean más fáciles de encontrar en otras parcelas de la economía.

Para explicar el nivel de los tipos de interés hay que manejar otras variables como la subida de los precios de bienes y servicios (inflación), si las economías están creciendo de forma inapropiada creando burbujas y también la necesidad de financiar tanto la deuda pública como la privada en un mundo de libertad en los movimientos de capitales. Cada región, cada país compite con el resto para conseguir que le financien y con ese dinero siga refinanciando o aumentando su deuda para pagar funcionarios, hospitales, pensiones, ejército, etcétera.

Y son estas variables (inflación, crecimiento o decrecimiento y competencia en la financiación) las que mueven los tipos de interés. Por supuesto que los bancos centrales se equivocan y con frecuencia, pero no hay de fondo una voluntad de dañar las economías, ni siquiera las familiares: más bien al contrario.

Es más, hemos asistido a casi una década de tipos de interés del BCE al 0% con el objetivo de que el precio del dinero no fuera un obstáculo para que las economías europeas siguieran creciendo y amortiguasen de la mejor manera posible el impacto de la pandemia de la covid-19, entre otros fenómenos. Pero además de los tipos cero este banco central y su homólogo estadounidense —qué no decir del Banco de Japón que hasta compra acciones en las Bolsas y lo hace público- han inyectado en estos años ingentes cantidades de dinero y, frente a todo pronóstico, han comprado deuda pública y deuda privada para mantener bajos los tipos de interés. Unas intervenciones de años que han recibido numerosas críticas de los más liberales y que han beneficiado sobremanera a todos: familias con sus hipotecas y créditos al consumo, empresas con sus préstamos y líneas de crédito y, por supuesto a los Estados que han estado cobrando por pedir dinero. Esto último, un sindiós inesperado que en países más sólidos como Alemania se trasladaba incluso al bono a 10 años. Pero también en España hemos ofertado letras del Tesoro a tipos negativos que, por supuesto, no podían ni debían comprar los inversores minoristas que ahora hacen cola en las oficinas del Banco de España.

Desde mayo de 2013 con el tipo de intervención del BCE en el 0,5% hasta septiembre de 2022 donde también subió al 0,5%, el “malvado” BCE ha tenido artificialmente los tipos de interés muy bajos. Y desde marzo de 2016 hasta septiembre del pasado año los ha tenido al cero pelotero. Una medida que no estaba del todo justificada con la inflación que, aunque baja, hubiera necesitado un precio del dinero algo más elevado. Este dopaje en los tipos, favorable para los que estaban endeudados o se querían endeudar –había hipotecas fijas a 15 años al 1%- perjudicaba claramente a los ahorradores que sin arriesgar en Bolsa u otras inversiones veían perder el valor de su ahorro. Una inflación baja y unos tipos cero dan como resultado un tipo real (descontada la inflación) negativo.

Por tanto, los que sí deberían quejarse y con razón eran los ahorradores. Ningún partido político salió en su defensa ni exigió tipos más altos para evitar esa depreciación del ahorro. Lógico. Tanto el BCE como la FED estaban más apostando por una política monetaria que no impidiese el crecimiento económico, favoreciese el crédito y el endeudamiento público con el fin de evitar que las economías cayesen en recesión con la consecuencia más dramática de la pérdida de empleo.

Este comportamiento de la política monetaria con tipos artificialmente bajos que la inflación más o menos consentía tiene también sus efectos perversos. Uno de ellos es creer –sin mayores análisis- que el BCE puede mantener eternamente tipos al cero y otros hablan de favorecer el endeudamiento público y privado y también de la creación de burbujas en bienes financiables como la vivienda y el inmobiliario en general.

Fruto de la covid-19 y de los desarreglos comerciales en el mundo junto a la invasión de Rusia a Ucrania, el escenario idílico de la baja inflación, muy ligada a la globalización comercial, se derrumbó y los precios subieron con fuerza. No tanto por un aumento de la demanda de los consumidores, como por una falta de bienes y servicios tras la reclusión pandémica. A ello, añadir un campo regado por billones de euros y dólares de los bancos centrales… y la inflación se dispara.

Nuevamente, los bancos centrales tienen que hacer malabarismos. Deben atajar la subida de precios que empobrece a todos por igual (aunque afecte más a los menos pudientes) y mirar de reojo que el ritmo de crecimiento de las economías no se desplome si encarecen y limitan el crédito en la economía. Y en esas estamos. Los tipos del BCE están en el 3% tras la subida la pasada semana de 0,5 puntos y en la FED, en el 4,75% con alza de 0,25 puntos el 1 de enero. Las inflaciones se sitúan en niveles superiores al 6%, pero han llegado el pasado año a los dos dígitos, porcentajes no conocidos en casi cuarenta años.

Los bancos centrales, cuando puedan, cuando la inflación se lo permita, volverán a no subir tipos y empezarán a bajarlos. Los más optimistas creen que este mismo año lo harán y los menos eufóricos apuntan a 2024. Mientras tanto, no queda otra que ver subir los intereses de las hipotecas variables, los tipos de las emisiones de deuda de los estados y los bonos y créditos concedidos a grandes y pequeñas empresas. Circunstancias que nada tienen que ver con un castigo programado para los endeudados.

Por cierto, los ahorradores lo tienen ahora peor que cuando existían los tipos a cero. Antes al cero de rentabilidad se le restaba la inflación del 1% o el 2% y el resultado del tipo real era el -1% o el -2%. Ahora, con retribución también en niveles de medio punto, descontar una inflación del 6%, supone que el ahorro se deprecia cada año el -5,5%.

Levantémonos a favor de los ahorradores, los verdaderos paganos de “la maldad” de la política monetaria. Y ya hablaremos de cómo estos tipos altos o bajos afectan a la atracción de capitales y a la fortaleza y debilidad de las monedas. Un tema que no es urgente perteneciendo al euro.