El greenwashing, el postureo verde, es ya un virus que ha infectado casi por completo los mercados financieros, que están inundados de productos de inversión con el repetitivo calificativo de verde o sostenible en base a tenues compromisos que apenas obligan a adoptar un difuso disfraz medioambiental. La implicación de esos mercados financieros para minimizar los efectos del cambio climático es imprescindible, pero se ha asumido en base a unos criterios tan endebles que al final se ha convertido en una macromaniobra de gattopardismo global en la que la mayoría se ha sumado sin demasiadas complicaciones a un ineludible cambio sin que en realidad haya que mostrar muchos esfuerzos por cambiar algo. Las mayores corporaciones emisoras de gases de efecto invernadero emiten también sin el menor pudor bonos verdes, ligados a compromisos medioambientales, que son asumidos por un mercado de capitales que ni de lejos está dispuesto a hacer ninguna comprobación. Luego, las acciones de esas corporaciones y esos bonos son incluidos en carteras de inversión a las que se añade el calificativo de sostenibles y que son administradas por gestoras que, en base a lo laxa que es la regulación, unen ese mismo calificativo a su marca o a los productos que comercializan.  Esa es, en síntesis, la situación de postureo verde de la industria financiera.

Menos mal que poco a poco se oyen cada vez más alto voces que claman contra esta situación y que pugnan por difundir un poco de criterio en esta cuestión. En la última Cumbre del Clima celebrada en Sharm El Sheik se presentó el informe del Grupo de Expertos de Naciones Unidas contra la ecoimpostura, en el que se señalaba que toda la industria ligada, de la manera que sea, a los combustibles fósiles está en las antípodas de cualquier idea de gestión bajo criterios medioambientales y que cualquier connotación verde les es completamente ajena. El informe señalaba la gran trampa de las emisiones cero de carbono, que en la práctica permiten a cualquiera contaminar como le dé la gana a cambio de invertir en sumideros de carbono o de comprar derechos de emisión. Más recientemente, las instituciones científicas NewClimate Institute y Carbon Market Watch hicieron público su Corporate Climate Reponsibility Monitor, un demoledor informe en el que se denuncia que las veinticuatro mayores multinacionales del mundo incumplen sus objetivos climáticos e, incluso, exageran sus esfuerzos medioambientales. Lo hace con nombres y apellidos y muestra las vergüenzas de las supuestas políticas medioambientales de esas grandes corporaciones por reducir su huella de carbono, donde se dice una cosa y se hace otra muy distinta. El informe pone de nuevo el dedo en la llaga de las cero emisiones, concepto paradigmático para contaminar a destajo, cuando lo ético sería traducirlo por contaminación eliminada. Alarmada por la expansión del postureo verde en el mercado financiero, la ESMA, autoridad europea de los mercados de valores, está ultimando una regulación que imponga algo más de rigor a la hora de conceder el calificativo de verde a un producto financiero. Se trata de acabar con la ridícula normativa actual que permite distinguir entre verdes pálidos y verdes oscuros según el absurdo y difuso criterio diferenciador de que una compañía tenga planes para promover o para perseguir objetivos medioambientales.

No es que tenga excesiva confianza en estos destellos de racionalidad para acabar con el ecopostureo financiero, pero la transición energética es una carrera larga y cada paso tiene su importancia. Tenemos la ventaja de que la preocupación medioambiental ha calado en todos los ámbitos. El cambio climático es ya un factor determinante del desarrollo económico futuro y las empresas lo saben. Son elocuentes esos datos que muestran que en nuestro Ibex-35 el 66% de las empresas declara disponer de estructuras internas enfocadas a cuestiones medioambientales y que el 88% de las mismas asegura que las estrategias medioambientales tienen impacto directo en su cuenta de resultados.

Pero aquí también hay un alto nivel de postureo y de compromiso más testimonial que otra cosa. Salgo del Ibex y paso al mercado global, en concreto a la gran industria petrolera, y también constatamos que todas las empresas se apuntan a los compromisos de reducción de su huella de carbono. BP, Exxon, Chevron, Total, Schell, Repsol, Eni y hasta una treintena de empresas del ramo aseguran disponer de programas de reducción de emisiones de carbono entre un 30 y un 40% para el año 2030. Sin embargo, todas ellas tienen en paralelo planes de incrementos salariales para su alta dirección ligados al aumento de la producción. Entre un 12 y un 30% de incremento salarial suponen esos planes. No resulta muy creíble incentivar la producción de productos altamente contaminantes mediante estímulos salariales a los directivos y mantener públicamente una política de sensibilidad ambiental.

Inevitablemente, aquí, surge la idea de por qué no ligar los incentivos salariales a la consecución de unos objetivos de huella de carbono cero. Es una idea que ronda en amplios círculos y que pienso que es necesario desarrollar al máximo. Es más, pienso que es la herramienta decisiva para avanzar de verdad en el objetivo de cero emisiones. Cuando los sueldos de los altos directivos dependan del éxito en esa tarea entonces de verdad veremos avanzar en ese sentido. Hay que cambiar por completo la política de remuneración de los altos directivos y redireccionarla hacia las cero emisiones de verdad, no las netas, sino las que suponen la eliminación de cualquier contaminación. Vuelvo a la idea de que el cambio climático condiciona ya todo el escenario de negocios y que despierta todo tipo de riesgos y condicionantes en la vida de las corporaciones y que no hay otra salida que minimizar sus peligros y actuar sobre los gases de efecto invernadero. Pienso que las políticas corporativas tienen que ir en esa dirección y hay que dar una vuelta al paradigma de la productividad y desplazarlo por el de la sostenibilidad. Y si los incentivos salariales sirvieron para impulsar el incremento de la producción, igualmente pueden ser eficaces para impulsar el incremento de la eliminación de contaminantes.

Una verdadera carrera de fondo. Pero a ver quién es el que se atreve a dar el primer paso y a avanzar, aunque sea mínimamente, en esa dirección de ligar salarios y huella de carbono. Sería algo definitorio, trascendente, que posicionaría el concepto de gobernanza en primera línea del frente climático.