Esta semana hemos conocido la histórica subida del salario mínimo interprofesional (SMI), creo que la más elevada desde la transición. En primer lugar, sin ánimo de tomar partido político, que es algo de lo que siempre me he cuidado mucho para no perder mi libertad de cátedra y mi credibilidad como economista independiente, téngase en cuenta que la práctica de totalidad de presidentes desde 1981 han subido el SMI por encima de la inflación. Cierto es que los cuatro años de Sánchez se llevan la palma y, de hecho, no creo que haya sido muy oportuno, excepto este año de inflación sobrepasada. Pero subir el salario mínimo un 47% en cuatro años, por mucho que pueda pensarse que es estar del lado de los más desfavorecidos, no es necesariamente así.

Pero vayamos por partes.

Decía que llevamos más cuarenta años, presidente a presidente, tratando de que el salario mínimo pueda converger con el 60% del salario medio (SME). Es un hito relevante y la práctica totalidad de organismos internacionales (OCDE, Comisión Europea, Banco Central Europeo, etc.) llevan tiempo insistiendo en ello. El motivo no es otro que ir reduciendo uno de los problemas que se abordó en el último foro de Davos, la desigualdad de renta disponible que, en algunos países de Europa, especialmente en los últimos incorporados, es un problema acuciante.

En las últimas cuadro décadas el SMI ha aumentado al mismo ritmo que las pensiones. Le han ganado a la inflación en más de 40 puntos porcentuales. Y este 2023, por fin, estaremos en el punto deseado. El 60% del SME.

Desde el punto de vista de igualdad, es una buena noticia.

Pero nada en economía es gratis. La subida del SMI tiene efectos negativos sobre capas de población que también lo están pasando muy mal.

Por un lado, las empresas damnificadas. La subida del SMI afecta al 10% de la masa laboral española. Pero cuando se rasca un poco y se analiza dónde trabajan esas personas, adivinamos que, en esencia, se trata de micropymes. El 44% tienen menos de 10 trabajadores, el 60% pertenecen al sector agrícola o se trata de empleos muy poco cualificados y uno de cada cuatro personas que cobran el SMI tienen 24 años o menos.

Esas micropymes compiten sin fuerza para subir los precios. No son monopolistas y, por ende, no son monopsonistas (único demandante de empleo). No tienen capacidad de subir precios.

Se ha analizado desde muchas ópticas cómo afecta la subida del SMI a la creación de empleo. El Banco de España publicó un estudio riguroso y excepcional donde demostró cómo cada punto de subida del SMI restaba medio punto en la creación de empleo en las franjas de bajos salarios. La probabilidad de que esas micropymes se dediquen a rebajar horas de contrato para abonar la misma cuantía que antes de la subida es enorme. Está comprobado que la subida del SMI resta empleo. Es un hecho demostrado empíricamente y con elasticidades bien significativas.

Y eso nos lleva a otra cuestión, que es muy relevante.

A mediados del año pasado, asistí a una mesa redonda donde una directiva, en un momento dado del debate, espetó: “es el típico caso en que a un colaborador de mi empresa se le ha ocurrido algo para lo que nadie había planteado necesidad alguna. La idea quizás es buena, pero no necesariamente la necesitamos. Entonces la persona en cuestión se pone a buscar problemas en los que encajar aquella solución.

Algo parecido sucede con la solución de subir el SMI para acabar con un elevado número de problemas. Que no es posible. Una convergencia de SMI con SME es importante para personas de más de cierta edad donde necesitan un salario para subsistir en su momento de ciclo de vida. Pero el problema es que en España está prohibido contratar a nadie que, a tiempo completo, cobre menos que el SMI (excepto contratos en formación o prácticas, de duración limitada y con bastantes condicionantes).

Por lo tanto, por querer asegurar un salario digno a determinadas personas, acabamos imponiendo un umbral para poder contratar que desfavorece el empleo juvenil. Una persona de 18 o 20 años no tiene las mismas necesidades que una de 30. Y, probablemente, si le preguntas, preferirá trabajar por menos del SMI si eso le permite acceder al mercado de trabajo.

Es por ello que, en otros países, se utilizan soluciones variadas para problemas diversos. Distinto a aquí, que con un solo instrumento queremos solucionar varias cosas a la vez de forma inútil. Por ejemplo, en Luxemburgo hay salario mínimo en función del tipo de empleo, distinguiendo, entre otras cosas, entre cualificados y no cualificados. Pero en Reino Unido van más allá, y hacen algo inteligentísimo, y que es fijar un salario mínimo por franja de edad, de modo que el umbral para contratar a alguien que empieza puede ser la mitad del salario mínimo a pagar a una persona de 30 años que, lógicamente, tiene otro tipo de necesidades vitales.

Se ha dicho que la subida del SMI afecta poco a la productividad y favorece el consumo. No conozco estudios recientes en España al respecto. Pero desde la intuición e información disponible me cuesta bastante creerlo. El tipo de empleos de SMI, la edad de los trabajadores, los sectores principales donde se ubican, así como el tamaño de las empresas afectadas apuntan a que no pueden compensar el aumento salarial con mayor productividad. Y la propensión marginal al ahorro siempre aumenta con los aumentos de renta. Es verdad que, en salarios bajos, menos. Pero ni de largo el ahorro compensará a nivel agregado la productividad que se pueda conseguir por una pyme de 7 empleados del sector agrícola…