La productividad es como el río Guadiana: se sumerge en forma de corriente subterránea y vuelve a emerger, pero siempre está en el paisaje, de una u otra forma. De manera análoga, el debate sobre la productividad –o sobre la cuestión estrechamente vinculada de la competitividad– es un debate siempre recurrente. No obstante, y aunque la productividad está integrada de manera intermitente, como el Guadiana, en el paisaje del debate económico, la forma como se aborda este debate a veces puede llevar a una cierta confusión. De entrada, lo que se acostumbra a entender por productividad de manera intuitiva en el mundo empresarial no siempre coincide con el sentido que se le da al análisis económico –que es donde se origina realmente este debate.

La noción intuitiva de productividad en una empresa es, sencillamente, hacer más con menos, o ser capaz de generar más ventas con la capacidad productiva disponible, o mejorar la eficiencia de los procesos productivos o comerciales de la empresa. En cambio, cuando de lo que se trata es de analizar la economía en su conjunto, la productividad es importante en la medida en que contribuye a determinar el PIB per cápita, junto con la tasa de empleo, y por este motivo se considera el principal factor explicativo de la prosperidad de las naciones a largo plazo.

La productividad es la capacidad para generar valor económico a partir de los recursos, humanos y materiales, que intervienen en la producción

La confusión empieza cuando se utilizan diferentes nociones de productividad sin explicitar claramente las diferencias –y sin aportar las claves que permiten entender estas distinciones y, por lo tanto, poder valorar adecuadamente los resultados que se publican. En este artículo intentaré aportar algunas de estas claves. Hay que empezar definiendo la productividad como la capacidad para generar valor económico a partir de los diferentes recursos, humanos y materiales, que intervienen en la producción. El valor económico se mide en los precios de mercado de un año determinado, para eliminar los efectos de la inflación, pero casi siempre el valor considerado es un valor de mercado. Si una empresa es capaz de producir muchos bienes o servicios con pocos recursos, pero estos bienes o servicios tienen poca o ninguna demanda, la productividad de esta empresa será muy baja y, en el límite, nula. Esta aparentemente simple constatación tiene consecuencias importantes.

Por ejemplo, la productividad de una persona que limpia habitaciones de hotel dependerá no solo de cuántas habitaciones pueda arreglar por hora trabajada, sino, sobre todo, de qué demanda y en consecuencia qué precio relativo comanden los servicios de alojamiento en un determinado mercado y en un determinado periodo (siempre eliminando los efectos de la inflación general al país en cuestión). Si estos servicios comandan un mayor precio relativo en Suiza que en Catalunya, por la razón de que sea, la productividad de esta persona será superior al primer país en comparación con el segundo, aunque su destreza y eficacia a la hora de arreglar habitaciones sea la misma en ambos territorios. Otra consecuencia importante que se desprende de esta definición es la dificultad para medir la productividad de aquellos bienes o servicios que no tienen un valor de mercado bien definido. Este sería el caso, por ejemplo, de la mayoría de los servicios públicos que, a falta de mejor alternativa, la contabilidad nacional valora esencialmente a los costes de producción, que son principalmente los salarios de los empleados públicos.

Es muy difícil medir la productividad de los bienes o servicios que no tienen un valor de mercado bien definido, como son la mayoría de los servicios públicos

La segunda clave importante es que la productividad siempre se predica respecto de un recurso determinado: el trabajo, el capital, o el progreso tecnológico, que permite combinar estos recursos entre sí y con otros factores de producción para generar valor en el mercado. A menudo los medios de comunicación reportan los resultados de la productividad del trabajo, que es simplemente el valor añadido por hora trabajada o persona ocupada, pero otras veces se hacen eco de la llamada PTF (Productividad Total de los Factores), o incluso también se hace referencia a la productividad del capital, sin que queden del todo claras las diferencias y qué sentido tiene utilizar diferentes medidas de lo que supuestamente tendría que ser una "misma cosa".

Una forma de entender la relación entre estos conceptos y descodificar los resultados estadísticos de manera comprensible es a partir de la productividad del trabajo. Por ejemplo, según datos publicados por Idescat, el valor añadido (a precios constantes) por hora trabajada en España ha aumentado un 12,6% entre los años 2000 y 2022, mientras que en Catalunya lo ha hecho un 17,3% en el mismo periodo. A su vez, estos aumentos se pueden explicar como el resultado de dos factores. El primero es una mayor dotación de capital por persona ocupada (es decir, una mayor inversión acumulada por puesto de trabajo). Durante este periodo, el aumento de la dotación de capital por hora trabajada ha sido del 39% en España y del 31,7% en Catalunya.

Para hacer crecer un punto la productividad en Catalunya y España ha hecho falta aumentar en mucha mayor proporción la dotación de capital

En ambos casos, para hacer crecer un punto porcentual la productividad del trabajo ha hecho falta aumentar en mucha mayor proporción la dotación de capital por unidad de trabajo. Por lo tanto, el grado de incorporación del progreso técnico que permite combinar eficientemente estos dos factores de producción, capital y trabajo, expresado por la productividad total de los factores –el segundo elemento explicativo– ha sido relativamente bajo en Catalunya (solo un 3,8% en 22 años) e incluso negativo en España (–1,3% en el mismo periodo) –muy por debajo de los valores registrados en la mayoría de las principales economías desarrolladas.

En cualquier economía, la productividad del trabajo se incrementará a medida que aumenta la dotación de capital por unidad del trabajo; es decir, la productividad del trabajo tenderá a aumentar cuanto más y mejores instrumentos de producción dispongan las personas ocupadas. Por lo tanto, aquellos sectores que sean más intensivos en capital registrarán una mayor productividad del trabajo y, en consecuencia, aquellos países con un mayor peso de las actividades más intensivas en capital reportarán una mayor productividad por hora trabajada o persona ocupada. Ahora bien, la productividad del capital también varía: depende, entre otros factores, de la tipología de los activos que componen el stock acumulado a lo largo del tiempo. En el caso de las economías catalana y española, el hecho que el peso del stock de capital invertido en activos como la vivienda y otras construcciones, que contribuyen en menor medida a incorporar el progreso técnico, sea mayor en comparación con otros países, mientras que es menor el peso de los activos intangibles asociados con la innovación, explica en gran parte el diferencial con las economías más avanzadas.

La productividad del trabajo tenderá a aumentar cuanto más y mejores instrumentos de producción dispongan las personas ocupadas

El diferencial de productividad de Catalunya y España con otras economías desarrolladas no es solo el resultado de una estructura productiva en la que los sectores más intensivos en capital tienen un menor peso relativo, sino también de una menor productividad diferencial a todos los sectores de actividad (con algunas excepciones), que a su vez está vinculada con una menor inversión acumulada en activos principalmente intangibles asociados con la generación de innovación y la difusión de las innovaciones.

Finalmente, hay que considerar que la inversión en capital externo a las personas, tangible o intangible, es complementaria del capital integrado en las personas, o capital humano, que a su vez depende del nivel de educación y formación y, en última instancia, del capital social y de la calidad del marco institucional que facilitan y al mismo tiempo condicionan la interacción productiva entre personas y las decisiones de inversión en una economía de mercado. Al final de toda esta cadena de interrelaciones causales y complementariedades encontramos, condensada en una única cifra, la productividad. Pero para poder revelar todo el sentido de esta cifra hace falta remontarse a lo largo de la cadena y comprender que, como en el caso de un termómetro, la productividad es también un síntoma de fenómenos más profundos, y que son las causas últimas que explican este síntoma las cuestiones principales que nos tendrían que ocupar y centrar el debate.