Me refiero al que ha pagado Elon Musk.

Su exposición política, especialmente su cercanía con Donald Trump y su simpatía hacia partidos extremos en Europa, ha desembocado en un preocupante desplome reputacional. El caso de Tesla en Europa es revelador: caídas de ventas de hasta el 76% en Alemania, 59% en Francia y más del 80% en Suecia, en un contexto en que el vehículo eléctrico, en general, sigue creciendo. No estamos hablando de un mal producto, sino de un problema reputacional que ha destrozado una imagen de marca construida durante muchos años. En el mundo de la gestión hay un principio clásico: la marca se construye a través de coherencia sostenida en el tiempo. Si el consumidor percibe que lo que representa la marca en su comunicación comercial se contradice con lo que defiende su fundador en sus declaraciones, la confianza se resquebraja. El “valor marca” —ese intangible tan difícil de construir— se erosiona sin que necesariamente caiga la calidad del producto.

Cuando un empresario decide meterse en política, debería preguntarse primero cuál es la naturaleza de sus negocios. No es lo mismo fabricar acero que vender coches eléctricos de lujo. O tener una industria B2B en sectores opacos al consumidor que gestionar marcas con altísimo contenido simbólico, donde el componente emocional y los valores percibidos por el comprador son determinantes. El cliente de Tesla no es un comprador indiferente. Es un cliente que lee prensa internacional, informado y, a menudo, con negocios o cuyo salario de directivo depende de la buena evolución de la empresa que gestiona.

En asuntos de reputación, yo siempre insisto en mis charlas y artículos: cuesta mucho llegar arriba y cuesta muy poco caerse.

En asuntos de reputación, yo siempre insisto en mis charlas y artículos: cuesta mucho llegar arriba y cuesta muy poco caerse

Desde hace meses, accionistas de Tesla están exigiendo públicamente que Musk dedique al menos cuarenta horas semanales a su empresa (¡más que la semana laboral española!). No es una exigencia de cara a la galería. En compañías, con ciclos de innovación de altísima velocidad, no estar presente es lo mismo que quedarse atrás. El tiempo directivo es el recurso más escaso y valioso de cualquier organización. Y Musk ha dispersado el suyo entre la política estadounidense, debates en redes sociales, y su cometido de reducir en dos billones el gasto público americano (apenas lleva un 6%, pues con la Iglesia hemos topado).

Recuperar la imagen de marca de Tesla no será fácil. Ni rápido. El problema de los aranceles ya está desatado, la red de concesionarios en Europa está perdiendo músculo, y el relato innovador que la sostenía se ha debilitado. Musk ha perdido aura y credibilidad.

Otro principio clave que suele olvidarse: la atención del líder es una señal para toda la organización. Cuando el líder pone el foco, fluye la energía, el compromiso y el talento. Cuando el CEO se aleja del día a día, la desatención se contagia en cascada hacia abajo. Se diluye la ejecución, se enfrían las prioridades y el negocio lo sufre.

Musk ha cometido el mayor error estratégico que puede cometer un empresario de su perfil. No ha sido una mala decisión de producto, ha sido un error de ego

Pero hay más. Otra de las grandes lecciones del management moderno es que los fundadores carismáticos no son sustituibles. Recuerdo la debacle de Apple sin Steve Jobs, durante los años 90. Y como, nuestra generación, observó fascinada su regreso y posterior boom de la empresa de la manzana. Las empresas tecnológicas son altamente dependientes del talento de sus fundadores porque su visión, anticipación y capacidad de tomar decisiones rápidas son parte del éxito. No puedes “delegar” lo que no es delegable.

A eso se suma la lógica del negocio espacial. SpaceX depende directamente de los contratos con el gobierno americano. Su financiación está, en buena medida, conectada a la administración pública que ahora abandona y está criticando públicamente. Enfrentarse en entrevistas de televisión a Trump —imprevisible y vengativo— no es una anécdota: es un riesgo evidente. No muerdas la mano que te da de comer, dice el refranero español. En términos empresariales, Musk ha creado un conflicto con su principal fuente de contratos aeroespaciales.

Los lanzamientos fallidos recientes de Starship son otro síntoma. La tecnología exige una ejecución obsesiva. Puedes tener la mejor visión del mundo, pero si no estás encima de los detalles, si no tomas las decisiones oportunas, no sirve de nada. Y Musk, hoy, no está. Su cabeza, su tiempo y su energía han estado en otro sitio.

Recuperar la imagen de marca de Tesla no será fácil. Ni rápido. Musk ha perdido aura y credibilidad

Elon Musk ha cometido el mayor error estratégico que puede cometer un empresario de su perfil. No ha sido una mala decisión de producto, ni un error en la cadena de suministro, ni una crisis financiera. Ha sido un error de ego. Ha creído que podía jugar simultáneamente a ser visionario empresarial y actor político. Y eso, como demuestra la historia, casi nunca termina bien.

Comprobaremos ahora su resiliencia y capacidad de darle la vuelta a una curva en caída libre. Si lo consigue, chapeau.

Pero si no lo logra, puede que dentro de un tiempo leamos en prensa que ha dejado de ser el hombre más rico del mundo. Habrá entonces cometido la mayor tontería que suelen cometer los más inteligentes: meterse en política.

¡Ay, el ego! A ese no lo sacia el dinero.