La decisión del gobierno español de invertir en Telefónica tomando una posición del 10% ante la entrada de la compañía saudí de telecomunicaciones STC ha generado mucho ruido y debate. Me parece una decisión valiente por parte del Gobierno. Creo que es una buena decisión, pero antes que nada es una decisión valiente. Las decisiones valientes suelen conllevar riesgos. No estamos acostumbrados a decisiones públicas valientes y por tanto nos desconciertan los riesgos por parte del Gobierno. A mi modo de verlo, es justo lo contrario, espero de mi Gobierno que ante retos globales y complejos tome decisiones sofisticadas.

Los críticos ante la decisión se oponen sobre todo con dos grandes familias de argumentos: los ideológicos y los de análisis empresarial o financiero. Veamos primero los ideológicos, muy respetables por supuesto: ¿tiene sentido que el sector público invierta sus recursos escasos y destine su capacidad de endeudamiento en una compañía privada rentable?, ¿debe intervenir en el mercado libre?, ¿altera la libre competencia? Me gustaría un mercado suficientemente libre como para que no hiciera falta, sí; sin embargo, el mercado no funciona en libre competencia en este campo en absoluto.

La infraestructura de telecomunicaciones es un activo estratégico nacional y competimos globalmente con compañías con participación pública o apoyo público, no solo las de los países árabes, como STC, donde la propiedad de los recursos privados y públicos tiene fronteras difusas, sino también con las de China, entre otros países con esquemas de apoyo público mucho más profundos que los nuestros. Pero incluso entre las democracias liberales occidentales, Estados Unidos apoya a sus compañías con marco legal y financiando el desarrollo tecnológico. Dentro de Europa los estados nación siguen teniendo más peso del que un paneuropeísta convencido como yo desearía, pero lo tienen, hay que asumirlo. Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y tantos otros mantienen apoyo a sus compañías estratégicas. Cuando todos socialicemos y construyamos gigantes europeos con participaciones equilibradas, podremos renunciar, pero mientras tanto... Las grandes tecnológicas, como las grandes compañías de infraestructuras y energéticas, incluso, como se comprobó durante la pandemia, las grandes farmacéuticas, tienen un carácter estratégico para el bienestar de sus ciudadanos, mantener capacidad de control sobre ellas a falta de un mundo más abierto, justo y con competencias leales, es tan relevante como tener hospitales, seguridad y defensa propia y escuela para todos.

Entre los argumentos financieros encontramos los que cuestionan el tamaño de la inversión necesaria; si la mejor manera de influir es tomar acciones o si la participación en tecnología en nuestro siglo debe hacerse en una compañía como Telefónica.

Privatizar del todo las compañías que ahora volvemos a debatir si tiene sentido tener controladas era un error, así que, ciertamente, ahora pagamos caro lo que en su día vendimos precipitadamente

En su día pensé que privatizar del todo las compañías que ahora volvemos a debatir si tiene sentido tener controladas era un error, así que, ciertamente, ahora pagamos caro lo que en su día vendimos, a mi modo de ver, precipitadamente. El bochornoso episodio de cómo se abortó la oferta de Gas Natural por Endesa, para acabar en manos de una compañía participada por el estado italiano, es justo el caso contrario al actual. Incluso diría que todo el expediente de privatización de Endesa fue un caso de malbaratamiento de activos nacionales y un caso claro de decisiones equivocadas desde el sector público a muchos efectos. Así que actuar distinto al pasado si este está trufado de errores o de efectos perniciosos, no tiene por qué ser una mala decisión empresarial.

La inversión en Telefónica no es, además, un episodio aislado, ante el envite de inversores y compañías de fuera de la Unión Europea, los grandes países comunitarios, (dicho sea de paso, todos ellos con portafolios relevantes en energía, infraestructuras, banca, telecomunicaciones e incluso aerolíneas) han reforzado en los últimos años sus posiciones en corporaciones consideradas estratégicas. España ya está presente en otras compañías, no es, por tanto, un movimiento tan extraño: Indra, Redeia, Enagás, Aena, Airbus —con otros países europeos—, e incluso Caixabank… Lo mismo que nuestros socios más representativos: Francia no ha dejado nunca de ser un Estado con una presencia relevante en las compañías estratégicas pero en los últimos años la Francia de Macron ha aumentado su portafolio de intereses; igual que Alemania o Italia, que, desde opciones políticas muy distintas, no solo no han disminuido el volumen de sus participaciones en compañías, sino que las han aumentado.

La inversión en Telefónica no es un movimiento extraño, España ya está presente en otras compañías: Indra, Redeia, Enagás, Aena, Airbus e incluso Caixabank

En el mismo sector de Telefónica, Alemania está en Deutsche Telekom e Italia en Telecom Italia. Ciertamente el mercado europeo y español de telecomunicaciones tiene otros movimientos y retos que impactan en la competencia (Orange-MásMóvil; Zegona-Vodafone) pero el regulador ha demostrado tanto en España como en Europa funcionar con eficacia hasta el momento y no es un sector en el que se pueda decir que el ciudadano haya sido perjudicado o esté amenazado por los movimientos.

Volviendo al caso Telefónica, invertir en la empresa en lugar de poner trabas a la inversión de STC parece una decisión más de mercado y una manera de contemplar la intervención más ajustada. No deja de ser Arabia Saudí un país con el que mantenemos buenas relaciones comerciales que se encuentra en un momento interesante para potenciarlas.

Que los recursos públicos se inviertan en activos que generan rentabilidad y dividendos futuros tampoco es descabellado. Los fondos soberanos, los grandes fondos de pensiones, no dejan de ser mecanismos de recursos de origen y finalidad pública obteniendo rendimientos en el mercado del capital. No muy distinto a lo que España ha decidido hacer en Telefónica.

El movimiento español no es una excentricidad socialista, sino una respuesta valiente y acorde con los tiempos y los vientos de una Europa que avanza con los estados cubriéndose las espaldas.