Nuestros autónomos siempre pagan el pato

- Rat Gasol
- Barcelona. Martes, 21 de octubre de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 3 minutos
Hay una frontera muy, muy fina entre la paciencia y la indignación, y los autónomos ya hace demasiado tiempo que la traspasamos. Somos quienes sostenemos buena parte de la actividad económica del país, pero también quienes cargamos con más presión, más burocracia y menos protección. Nos habían vendido el sueño de la libertad plena en la esfera profesional, pero la realidad, desgraciadamente, es mucho menos romántica: ser autónomo equivale a vivir siempre al límite, con la angustia como compañera de viaje y la cuota como recordatorio constante de que esta anhelada libertad, aquí, se paga cara.
La nueva propuesta de la Seguridad Social para 2026 es una muestra evidente. Es una medida impulsada por el gobierno central, que prevé que aquellos que ingresen menos de 670 euros mensuales paguen 217 euros de cuota, mientras que los que superen los 6.000 abonen cerca de 600. Se presenta como una reforma justa y progresiva, pero en la práctica golpea de lleno a los más vulnerables: aquellos que ya sobreviven con ingresos irregulares y márgenes a menudo inexistentes.
Según datos oficiales, casi el 40% de los trabajadores por cuenta propia se encuentran en los tramos más bajos de rendimiento —entre 670 y 1.116 euros mensuales. Para ellos, este incremento impositivo no es una simple actualización técnica, sino un nuevo ahogo económico en un contexto de gastos crecientes, demanda inestable e incertidumbre estructural. El mensaje es nítido: el Estado sigue recaudando allí donde es más fácil, no allí donde es más justo.
La paradoja es evidente. ¿Cómo puede un gobierno que se proclama progresista elevar el salario mínimo con una mano y, al mismo tiempo, con la otra, aumentar la carga de los autónomos? Es legítimo querer un sistema más redistributivo, pero la redistribución no puede empezar por quien ya no tiene margen. El progreso social no consiste únicamente en proteger al asalariado, sino también en garantizar que quien trabaja por su cuenta no se hunda bajo el peso de las obligaciones fiscales.
Ser autónomo equivale a vivir siempre al límite, con la angustia como compañera de viaje y la cuota como recordatorio de que la anhelada libertad, aquí, se paga cara
Las pymes y las personas trabajadoras autónomas en Cataluña son una pieza clave de la economía del país: generan empleo, innovan y dan respuesta a necesidades que cambian cada día. Y si bien esta reforma es competencia del gobierno español, sus consecuencias son demoledoras en un tejido productivo esencial para el país. Ahogar a este colectivo es poner en riesgo la esencia misma de nuestra economía. Cada autónomo que cierra es un servicio que desaparece, una oportunidad que se desvanece, una idea que no prospera.
La propuesta del Ministerio llega en un momento especialmente delicado. Muchos autónomos aún arrastran las consecuencias de la pandemia: deudas acumuladas, proyectos encallados y un coste de la vida disparado. La electricidad, los alquileres, los suministros y el combustible suben, pero los ingresos no. En este contexto, aumentar cuotas no es una medida de equidad, sino un ejercicio de insensibilidad institucional que denota desconexión con la realidad.
Porque, a pesar del relato oficial, ser autónomo no es en ningún caso un privilegio. Es trabajar sin red, sin vacaciones remuneradas ni baja garantizada. Es adelantar el IVA de una factura que quizás no cobrarás nunca. Es asumir riesgos que nadie comparte y responsabilidades que el Estado no compensa. La supuesta libertad de horarios y decisión es, a menudo, un espejismo: la verdadera libertad sería poder trabajar sin el temor de no llegar a fin de mes.
España necesita un debate valiente sobre su estructura fiscal y laboral que deje de castigar a los pequeños
Hay que reconocer que la idea de vincular la cotización a los ingresos reales podría tener sentido si viniera acompañada de flexibilidad, protección y transparencia. Pero no es el caso. Las cuotas siguen siendo fijas, el sistema de prestaciones opaco, y el autónomo, un sujeto fiscalmente controlado pero socialmente invisible.
Este desencaje entre el discurso y la realidad no es exclusivo de un partido o de un gobierno: es el reflejo de una visión obsoleta que ve al autónomo como un contribuyente, no como un ciudadano con derechos. Y aquí es donde todos los partidos y organismos institucionales deberían hacer autocrítica. No basta con proclamar la defensa del trabajador; hay que amplificar la mirada a todos los que trabajan, sean asalariados o por cuenta propia.
España necesita un debate valiente sobre su estructura fiscal y laboral, que deje de castigar a los pequeños y se atreva a afrontar la tributación de las grandes fortunas y de las multinacionales digitales. Es más fácil recaudar de quienes no pueden escapar que legislar con valentía sobre quienes sí pueden. Pero esta es la gran contradicción de nuestro sistema: penaliza a los pequeños mientras favorece a los grandes.
Ninguna nación puede crecer cuando su motor se siente pisoteado, ahogado y exhausto. Levantémonos y digamos basta: el futuro no se escribe con excusas, sino con coraje
Cataluña no puede permitirse perder su impulso emprendedor. Si quiere retener talento y garantizar un futuro económico sólido, debe crear las condiciones para que emprender no sea un acto temerario, sino una opción de progreso. Es necesario proteger el tejido empresarial catalán para que arraigue con fuerza y sea una verdadera apuesta de futuro. No se trata tan solo de cifras y fórmulas, sino de preservar la cultura del esfuerzo, la creatividad y la capacidad de generar oportunidades desde la proximidad.
Las instituciones deben entender que la prosperidad no se improvisa. Se construye con confianza, con estabilidad normativa y con un sistema fiscal que no castigue la iniciativa. Si Cataluña quiere mantener su espíritu dinámico, abierto y competitivo, debe cuidar a sus autónomos y pequeñas empresas como lo que realmente son: el esqueleto que sostiene la economía productiva.
Porque, en definitiva, sin ellos no hay país. Y ninguna nación puede crecer cuando su motor se siente pisoteado, ahogado y exhausto. Levantémonos y digamos basta: el futuro no se escribe con excusas, sino con coraje.