No nos quitarán la lengua

- Rat Gasol
- Barcelona. Martes, 16 de septiembre de 2025. 05:30
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El catalán no se toca. No es una proclama vacía ni un grito anclado en el pasado, sino una responsabilidad viva que nos interpela a todos. Cada vez que un tribunal cuestiona la inmersión lingüística, no solo se pone en duda un modelo pedagógico, sino que se hiere el corazón mismo de nuestra identidad colectiva. Ante este ataque, el silencio no es admisible.
La inmersión lingüística ha sido, desde sus orígenes, un instrumento de éxito incuestionable que ha garantizado la cohesión social y la igualdad de oportunidades. Gracias a este modelo, el hijo de una familia llegada de Andalucía, Marruecos o Rumanía ha compartido espacio educativo y lingüístico con el hijo de una familia catalanohablante. El catalán se ha convertido así en lengua de encuentro, común y compartida, que ha permitido avanzar juntos sin fracturas. Es una evidencia: nunca ha generado ningún problema social. El problema lo han creado aquellos que, por voluntad política o ignorancia interesada, han decidido convertir nuestra lengua en campo de batalla.
Es ofensivo oír que el catalán “no garantiza lo suficiente el castellano”, como si el castellano fuera una lengua en peligro de desaparición. La realidad es exactamente la contraria: el castellano es omnipresente — impregna los medios de comunicación, las plataformas digitales, el comercio y las instituciones. Es lengua mayoritaria en Catalunya y oficial en todo el Estado. El catalán, en cambio, resiste como puede, con la fragilidad de quien arrastra siglos de persecuciones y prohibiciones. Ponerlas al mismo nivel y reclamar un supuesto equilibrio es una falacia: una cuenta con toda la potencia de un Estado; la otra depende únicamente de la fidelidad y el orgullo de sus hablantes.
El decreto recientemente anulado por el TSJC no era ningún capricho ni gesto simbólico: era una necesidad imperiosa. Era necesario garantizar que el catalán continuara siendo la lengua vehicular de la enseñanza, que las pruebas académicas y las relaciones institucionales se realizaran en catalán, que el alumnado recién llegado fuera acogido en la lengua propia del país. No se trataba de marginar a nadie, sino de asegurar que todos pudieran vivir plenamente en catalán. Y, sin embargo, los tribunales nos reprochan que hay que “dar más garantías al castellano”, como si no tuviera ya suficientes. Como si defender el catalán fuera un privilegio y no una condición imprescindible para su supervivencia.
La inmersión lingüística es el eje de nuestra dignidad colectiva
Los datos son claros: los alumnos formados en inmersión alcanzan competencias en castellano iguales o superiores a las de sus coetáneos de otras comunidades del Estado. Y su rendimiento en matemáticas o ciencias no es inferior. El modelo funciona, y así lo demuestran estudios rigurosos. Además, no somos una excepción: en Quebec, por ejemplo, el francés es lengua vehicular para preservarse de la hegemonía del inglés, y nadie lo percibe como una vulneración de derechos. Lo que allí se considera normalidad pedagógica, aquí se estigmatiza como delito.
El catalán es mucho más que un código de comunicación. Es memoria, identidad, patrimonio y futuro. Es ese hilo invisible que nos une a nuestros abuelos y que queremos transmitir a nuestros hijos. Cuando lo reducen a porcentajes o cuotas administrativas, nos están robando el alma. Y yo me pregunto: ¿estamos dispuestos a permanecer impasibles mientras esto sucede?
No nos engañemos: la lengua es un combate político, aunque se disfrace de legalidad. Y si desfallecemos, si cedemos por cansancio o por conformismo, el catalán se irá extinguiendo hasta desaparecer. El peligro no es un fantasma del futuro: es una realidad presente. Cada día hay menos jóvenes que usan el catalán como lengua espontánea; cada día más familias cambian de lengua por inercia; cada día más ámbitos relegan el catalán a una presencia residual.
La Encuesta de usos lingüísticos de la población de 2023, elaborada por el Departamento de Política Lingüística y el Instituto de Estadística de Catalunya (IDESCAT), revela que solo un 32,6% de la población lo utiliza de manera habitual. Entre los más jóvenes, este porcentaje cae hasta niveles preocupantes. Al mismo tiempo, la presión creciente del inglés en los ámbitos universitarios, laborales y digitales agrava la fragilidad de una lengua que ya vive en inferioridad. Hay que decirlo claro: el problema no es el castellano, sino el debilitamiento constante del catalán.
La lengua es un combate político. Y si desfallecemos, si cedemos por cansancio o por conformismo, el catalán se irá extinguiendo hasta desaparecer
Catalunya ha sido y será siempre tierra de acogida. La inmersión lingüística ha sido el puente que nos ha permitido caminar juntos. Ahora bien, la acogida no puede confundirse con la renuncia. La inclusión no puede ser sinónimo de desaparición. Aceptar la subordinación del catalán sería aceptar nuestra propia disolución como pueblo.
Cada sentencia que cuestiona el catalán es un paso más en la estrategia de debilitamiento y marginación. Y es doblemente ofensivo oír que el catalán “no garantiza lo suficiente el castellano”, como si este estuviera en peligro. La realidad es que el castellano es la lengua predominante en todos los ámbitos. El catalán, por el contrario, resiste con el empuje de la voluntad popular. Equipararlas es una falacia: una está avalada por el Estado; la otra, defendida por sus hablantes.
Por eso os interpelo directamente: no nos resignemos. No dejemos que nos roben la lengua. Hablémosla, defendámosla, exijámosla con firmeza. No permitamos que se convierta en moneda de cambio en los despachos ni en objeto de recortes en los tribunales. El catalán no es folclorismo, ni recuerdo antiguo, ni pieza de museo. Es una lengua viva, y lo seguirá siendo solo si la usamos, si la transmitimos con orgullo, si la mantenemos presente en cada gesto cotidiano.
Porque el catalán es dignidad. Y la dignidad, una vez perdida, es casi imposible de recuperar. El futuro nos reclama coraje y determinación. Nos exige plantar cara, no desfallecer y convertir cada palabra dicha en catalán en un acto de resistencia. Que el catalán viva, porque queremos vivir en catalán.
El catalán no se toca. El catalán no se negocia. El catalán debe continuar siendo la lengua que nos une, que nos hace pueblo y que nos proyecta hacia el futuro.