Esta semana España ha obtenido cifras récord de empleo. Desde luego, las buenas noticias alrededor del mercado de trabajo nos alegran a todos. Tanto por el drama personal, familiar y social que supone estar desempleado como por lo importante que es para la economía que el mercado de trabajo se halle en buen estado de forma.

Sin embargo, hay una serie de problemas estructurales que persisten en nuestro país: el desempleo juvenil, la brecha entre oferta y demanda y, finalmente, la carencia de perfiles tecnológicos.

Es cierto que en todos los países de la UE la tasa de desempleo por debajo de los veinticinco años dobla la media nacional. En España no es diferente. El desempleo juvenil es aproximadamente el doble que el promedio de todas las edades. El problema radica en que como la tasa media de paro es casi el doble que la media de la UE, en la franja de los jóvenes, aplicada la ratio, cuadruplicamos la media europea.

Un aspecto muy llamativo es que la dificultad de la gente joven para encontrar su primer empleo es la misma en un universitario que en una persona sin formación. Con el tiempo, el universitario tendrá un futuro laboral más estable, con menos probabilidad de estar desempleado y con una progresión mucho mayor. Pero en los primeros compases de la vida laboral la dificultad para acceder al primer empleo es la misma que si no tienes estudios. A los universitarios les da la sensación de que de nada les sirve haber estudiado. No es así. Con el tiempo, será fundamental. Sin embargo, España no es capaz de absorber a nuestros mejores talentos y tampoco a las personas jóvenes que no han sido capaces o no han tenido la oportunidad de estudiar.

Desde hace años, en España faltan personas de ciclos formativos (la FP de antaño). En 2022, se publicaron 194.000 ofertas de empleo para 261.000 vacantes. Quedaban sin cubrir los dos extremos de mayor y menor cualificación: los famosos STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) y puestos tales como conductor de camión o de los oficios tradicionales.

Es como si no acabásemos de orientar bien a nuestros jóvenes hacia las profesiones que demandan las empresas. La transición digital, ecológica y tecnológica ha ido más aprisa que los planes formativos y la reforma del sistema educativo. Por otro lado, hay otra brecha: la actitudinal. La actitud y compromiso que las empresas exigen no se encuentran con tanta facilidad. El relevo generacional respecto a la relación con el trabajo ha traído una cultura del desapego y del esfuerzo medido.

Los retos que vienen por delante son enormes. Solo el 38% de la población española tiene competencias digitales básicas, solo un 4% de la masa laboral es experta en tecnología y solo un 20% de las empresas españolas forma a sus trabajadores en competencias digitales. Y el problema es que la revolución tecnológica va a acelerarse de la mano de ChatGPT, la robótica y la inteligencia artificial. El mercado de trabajo español, debido al peso del turismo y la hostelería, está menos expuesto que el norte de Europa, pero si no somos capaces de evolucionar, nos va a quedar un mercado laboral low cost durante muchas décadas.

Lo alucinante de estos retos estructurales es que son perfectamente conocidos y están totalmente detectados. No tenemos un problema de diagnóstico. Lo que hay es una ausencia de planificación estratégica.

Y aquí me quedo con el término: trascender.

La planificación educativa y laboral trasciende a un ministerio. Es un asunto multidisciplinar que requiere de la intervención coordinada de varias carteras ministeriales, así como de las instituciones.

Y trasciende también al presidente o partido de turno. Al igual que en materias clave tales como la entrada en la UE, en la OTAN o la lucha contra ETA, la educación y la planificación a medio plazo del mercado laboral deberían responder a pactos de estado, mantenidos en el tiempo y revisados cada equis tiempo por comisiones especiales, independientemente de quien gobierne en cada momento.

Por último, se requiere un diálogo fluido, ágil y flexible entre las empresas, el sector público y el sector educativo. El mercado laboral del futuro se dirime en el presente, y cada uno de estos tres entes, por separado, va a andar a la deriva. Las empresas saben lo qué tipo de capacidades necesitarán. Los educadores saben cómo procurarlas. Y el sector público ha de canalizarlo y financiarlo.

Sin duda, hemos avanzado. Pero falta muchísimo por recorrer porque los problemas de siempre persisten. Y cuando los problemas estructurales no se resuelven, las mejoras son solo coyunturales.