No hay duda de que los avances tecnológicos implican cambios revolucionarios en los mercados financieros. Los desarrolladores de inteligencia artificial se encuentran inmersos en pleno combate con la complejidad de la mente humana, intentando no solo simularla, sino también superarla y perfeccionarla. 

Recientemente, se publicó un artículo donde se señalaba que la inteligencia artificial (IA) había generado mejores resultados que algunos de los fondos de inversión más populares del Reino Unido mediante la creación de una cesta de acciones.

Con este resultado en mente, se espera, sin lugar a duda, que la inteligencia artificial suponga una revolución y transformación integral de la industria financiera, mucho más intensa y revolucionaria que la que supuso la irrupción de las tecnologías de la información y la comunicación en los mercados financieros hace unos veinticinco años.

La tecnología de la información y comunicación facilitó y unificó sistemas de liquidación y compensación de operaciones, agilizando así las negociaciones y mejorando la relación riesgo-rendimiento para los inversores. Como resultado de este importante cambio en el entorno económico y en el sistema financiero, surgió inevitablemente la evolución y la aparición de nuevos productos financieros caracterizados por la innovación, que reflejaron las nuevas demandas y necesidades de los inversores en un entorno globalizado y tecnológicamente avanzado. Pero que al mismo tiempo demostraron con la crisis del 2008, que la innovación y globalización financiera también puede llevar consigo riesgos significativos si no se gestionan adecuadamente.

Parece muy claro que la nueva era digital que formará parte de nuestras vidas y de la que todos hablan será la IA. De hecho, esta ha demostrado ya ser una herramienta poderosa en diversos campos, y las finanzas no van a ser una excepción. Hasta ahora hemos visto los primeros pasos de la inteligencia artificial en procesos que ocurren en segundo plano, como son la ciberseguridad, la prevención de lavado de dinero, la verificación de clientes o los conocidos chatbots. Sin embargo, aún queda un largo terreno inexplorado para la IA, y uno de los campos en los que ya está comenzando a destacar es su capacidad para detectar oportunidades de inversión.

Una de las grandes virtudes de la IA es su habilidad para analizar grandes volúmenes de datos en tiempo real, identificar patrones y extraer conclusiones relevantes. Sin demasiado esfuerzo ni tiempo, esta información permite a inversores y profesionales del sector identificar oportunidades de inversión, evaluar riesgos y mejorar el rendimiento de las carteras. Otro campo interesante para la IA es el de las predicciones. Con la capacidad de analizar grandes cantidades de datos como los precios históricos de las acciones, artículos de noticias y el sentimiento de los inversores, los algoritmos de IA pueden identificar patrones y tendencias que anticipen los movimientos futuros de precios. Si añadimos su capacidad para realizar cómputos, ejecutar operaciones de forma automática sin intervención humana o sin la influencia de la psicología emocional de los inversores, los beneficios son múltiples. 

Parece ser, pues, que el futuro de la industria financiera elegirá menos mente humana y más inteligencia artificial, puesto que los algoritmos de IA permiten mejorar sin precedentes la eficiencia de las transacciones, y permiten adaptarse y aprender de los patrones del mercado, siendo flexibles al entorno y mejorando constantemente su rendimiento.

Sin embargo, a pesar de las ventajas que la IA pueda suponer a priori en la industria financiera, también debemos analizar el otro lado de la moneda donde afloran ciertos desafíos y preocupaciones. Uno de los retos principales conduce a plantear preguntas éticas y de responsabilidad: si las decisiones de inversión finalmente se reducen a órdenes informáticas y algoritmos de inteligencia artificial, ¿quién es entonces el último responsable de las decisiones tomadas por estos sistemas?  

A medida que se reemplaza la inteligencia humana y su capacidad para tomar decisiones por algoritmos de IA, se vuelve esencial definir las responsabilidades legales y éticas en caso de que ocurran errores o las cosas no funcionen como se esperaba. Es, pues necesario establecer un marco regulatorio cuanto antes que establezca de forma clara y precisa las responsabilidades de las instituciones financieras y de los desarrolladores de IA de la industria financiera. La revolución y transformación de la industria financiera está servida y promete desencadenar un cambio sin precedentes en todos los niveles.