Como cada inicio de año, de nuevo, aparecen listas de objetivos para el próximo ejercicio y de las innovaciones que pueden impactar en la sociedad a escala global. La implantación de las renovables es un tema candente, junto con las cuestiones relacionadas con el cambio climático. Máxime cuando 2030 se acerca y algunos de los hitos a conseguir aún quedan lejanos. 

La decepción de la COP27, con objetivos poco ambiciosos y un poco desdibujados, aún está cercana. Y plantea un escenario global desigual en términos medioambientales. Con grandes diferencias entre los países desarrollados y aquellos en vías de desarrollo. 

El despliegue de energías renovables, la investigación en nuevas fuentes como las marinas o el estímulo al uso del vehículo eléctrico son las apuestas de algunos gobiernos, con el objetivo de descarbonizar y disminuir la dependencia de los combustibles fósiles. Cuestión especialmente relevante con la guerra de Ucrania y la trascendencia del gas ruso para la industria europea. Sin embargo, no se pone el foco en el tema realmente significativo: la mejora de la eficiencia energética. No se trata de seguir consumiendo energía pero cambiar sus fuentes, sino que el objetivo debería ser reducir ese consumo. Y hacia eso deberían dirigirse tanto los apoyos a la I+D+i de forma más contundente, como las políticas desarrolladas por todos los organismos nacionales e internacionales. 

Porque hay aspectos de la producción de energías verdes o del uso de vehículo eléctrico que parecen ignorarse o querer dejar fuera del debate público: ¿qué materias primas son necesarias para construir baterías, placas fotovoltaicas o torres eólicas? ¿De dónde proceden estos elementos? ¿Y qué impacto tiene su producción en términos medioambientales? Aquí aparecen en escena los minerales raros. Esos elementos básicos para la construcción de plantas renovables y baterías verdes, pero cuya explotación se encuentra concentrada en un grupo de países reducidos y con disponibilidad limitada de producción.

No se trata de seguir consumiendo energía pero cambiar sus fuentes, sino que el objetivo debería ser reducir ese consumo

Al igual que el petróleo y el gas no se encuentran en cualquier territorio, los minerales raros están presentes en algunos países latinoamericanos, africanos, pero principalmente en China. Además, si se puede visitar algunas de estas explotaciones mineras, surgen serias dudas respecto al impacto medioambiental inocuo de las mismas para su entorno

En el aspecto geopolítico, creamos una nueva dependencia energética de un grupo reducido de países. La situación cambiaría de protagonistas (la OPEP), pero no del peligro de controlar la producción de materiales claves para conseguir la energía necesaria para la industria, los hogares o la movilidad. Materiales, por otro lado, con recursos limitados. ¿Hasta cuándo tendremos posibilidad de obtener estas materias para el despliegue masivo que se va a producir en el corto y medio plazo?

Además, otra cuestión interesante es que, a pesar de la escasez de recursos “raros”, a día de hoy aún no se reciclan estos elementos de las placas solares o torres eólicas que se sustituyen por el fin de su vida útil. Exactamente igual con las baterías de vehículos eléctricos. Por tanto, tenemos materiales no reciclables y con impacto para el medio ambiente

¿Significa esto que deberíamos continuar consumiendo combustibles fósiles? No. Significa que los impulsos de investigación deberían apoyar estas áreas de forma mucho más firme, así como intentar buscar formas de energía realmente limpias en todo su ciclo de producción y vida. La falta de ambición de la mayor parte de las cumbres internacionales del clima, obvia este tipo de cuestiones, que también crean desigualdades en el impacto climático.

Mientras que encontramos países donde un porcentaje cada vez mayor de la energía es verde, así como su parque móvil es eléctrico, mantenemos estas industrias de explotación mineral, sin medidas para reducir su impacto medioambiental, porque son claves para la producción de energía ecológica. Parece paradójico que haya países preocupados por alcanzar los objetivos de descarbonización dentro de sus fronteras, cuando el impacto del cambio climático es un fenómeno global y las emisiones no conocen de mapas o cambios de Estado.

Es un fenómeno muy similar al que se produjo con la deslocalización de industrias contaminantes a países en vías de desarrollo. Parecía que si algunos países las expulsaban de sus fronteras para conseguir cumplir con los objetivos de emisiones, estaba todo el trabajo hecho. Sin embargo, el impacto medioambiental global seguía patente al trasladar esas fábricas a China, India, Vietnam u otro país que no se hubiera adherido a los pactos internacionales. 

Quizá mayor protagonismo para este tipo de cuestiones, en lugar de dedicar páginas y páginas al nuevo hype, conseguiría incrementar la concienciación ciudadana y, por ende, el interés político y gubernamental.