La imposición de licencias para exportar galio y germanio por parte de China ha supuesto la última vuelta de tuerca en las limitaciones al comercio internacional que experimentamos en los últimos años. Lo que parece limitarse a una guerra tecnológica, no es solo eso. Y puede marcar el futuro de los mercados internacionales, así como el desarrollo de ecosistemas empresariales.

El fenómeno antiglobalización no es solo un efecto del covid. Si bien los cierres de fronteras por la pandemia acentuaron el problema de las cadenas de suministros, esto se venía fraguando desde antes. No nos engañemos, no se trata de cuestiones económicas, sino geoestratégicas y geopolíticas. Estamos presenciando una nueva composición de bloques, que emplean las relaciones comerciales como una acción más en su guerra fría: por un lado, EE. UU. y sus aliados; por otro, China y los suyos.

Algunos economistas clásicos afirmaban que las naciones se debían especializar en aquellas industrias y actividades en las que fueran más competitivas. Durante décadas nos creímos esto y se dio barra libre a la globalización. Por este motivo, desaparecieron sectores enteros en países desarrollados y se trasladaron las fábricas a otros con costes más bajos, a pesar de la distancia y la redefinición logística.

Mientras esto nos iba bien porque abarataba la producción y aseguraba un crecimiento económico a nivel mundial nunca visto antes, no importaba la falta de democracia en algunos de los socios claves o las cuestiones medioambientales o sociales. Pero desde que China comenzó a ser una amenaza del liderazgo económico internacional, algunos de estos detalles sí empezaron a tener relevancia. Sobre todo, por haber dejado en sus manos algunos elementos y materiales claves para la evolución tecnológica, o para suministros claves. Lo vimos con los insumos médicos durante la pandemia. Pero también recuerdo un cliente hace unos años que me contaba que cualquier componente metálico de pequeño valor ya no se produce en otro país que China. Y es clave para muchas industrias.

El galio y el germanio son ejemplos de materias claves para la innovación y el desarrollo tecnológico. Y, como ya describí en mi artículo “La hipocresía de las renovables y la sostenibilidad global”, hay una dependencia enorme de China en productos clave para la tecnología verde, no solo los chips.

Surgen en los nuevos tiempos términos de cuño reciente como el nearshoring, que no es otra cosa que volver a traer la producción a países más cercanos, sino a nuestro propio territorio. Esto lo estoy observando en América Latina o algunos países de Europa o del Norte de África. O el friendshoring. Este último es más curioso, ya que no importa tanto que el país donde se sitúen nuestros proveedores o socios esté muy lejos, sino que sean “amigos” de nuestro país. Por ejemplo, EE. UU. está siguiendo esta estrategia con otros países asiáticos como Japón, Corea del Sur o India, cuya distancia no difiere mucho de China, pero se muestran más proclives a seguir los designios estratégicos de la política norteamericana.

El proteccionismo se hace patente en algunos cambios legislativos. Sin ir más lejos, en un proyecto de Naciones Unidas en el que estoy colaborando, hemos observado como el IRA (Inflation Reduction Act) que se aprobó en EE. UU. el año pasado, por ejemplo, camufla medidas para impulsar la sostenibilidad con proteccionismo: desde que materiales de construcción verde que se usen en contratos públicos solo puedan ser fabricados en EE. UU., o subvenciones suculentas para sectores como renovables o tecnologías verdes que se sitúen en su territorio.

Existen alternativas para generar nuevas cadenas de suministro u otros territorios que cuentan con materiales claves. Pero las decisiones de inversión requieren tiempo. No se puede rehacer un proceso de décadas en unos pocos años.

Además, hay algunos movimientos curiosos como trasladar a otros países centros productivos que estaban en China, pero seguir importando materias intermedias del país asiático. Si el propietario es una empresa norteamericana o europea, puede despistar las barreras al comercio con China de este modo. Y efectivamente no cambia nada.

La incertidumbre será patente. Los perjudicados serán los consumidores y empresas que dependan de materias y suministros claves para su actividad productiva. Pero, sobre todo, algunos países que dependan de las exportaciones y la actividad internacional. Pensemos en territorios como la UE, o países pequeños como Israel o Singapur. ¿Cómo se desarrollarán sus ecosistemas si el proteccionismo vuelve a reinar en el panorama global? ¿Será la autarquía un sistema de moda? Interesantes años nos vienen por delante.