Esta semana sabremos la composición del nuevo Parlamento Europeo tras unas elecciones en las que por primera vez cuatro países han reducido la edad para poder votar a los 16 años (Alemania, Bélgica, Austria y Malta) y uno, Grecia, a los 17 años. Aunque una iniciativa como esta se hubiera llevado a cabo aquí, tengo mis dudas sobre la participación. Me remito a una reciente encuesta promovida por Europa Importa en colaboración con la Universidad de Barcelona, según la cual más de la mitad de los jóvenes encuestados, el 51,7%, mostraban desinterés por los comicios europeos y la gran mayoría, el 75,4%, reconocía no estar bien informada sobre los mismos ni tenía intención de seguir las noticias relacionadas.

Intuyo que en esta desafección juvenil debe jugar un papel relevante, más allá del desconocimiento de las instituciones europeas, lo que perciben que Europa, y la clase política en general (sea de donde sea), hacen por su bienestar y por su desarrollo futuro. Todo un exvicepresidente de la Comisión Europea como Joaquín Almunia, se lamentaba esta semana en una entrevista en ON ECONOMIA de las condiciones laborales de los jóvenes. “En España tenemos sueldos muy bajos, micro salarios. Da vergüenza escuchar a los jóvenes qué salario les están ofreciendo”. 

Antón Costas, otro sabio de la economía hoy al frente del Consejo Económico y Social (CES), decía hace unos meses tres cuartos de lo mismo: que muchas personas perciben que no mejoran a pesar de estar trabajando, que no tienen oportunidades de tener un buen empleo, que se quedan en la cuneta. “¿Cómo puede ser que una pareja joven pague en Barcelona 850 euros por una guardería con un salario que se acerca en el mejor de los casos a 1.500 euros?”, exclamaba. 

Los jóvenes creen que el éxito (alcanzar buenas condiciones sociales) depende de factores sociales que escapan de su control

¿Realmente creen los jóvenes que sus esfuerzos y méritos los llevarán a tener unas buenas condiciones sociales? La respuesta es un “no” rotundo, no creen en la meritocracia. Según un estudio que la empresa de investigación de mercados Ipsos ha dado a conocer esta semana coincidiendo con las pruebas de acceso a la universidad, los jóvenes creen que el éxito depende de factores sociales que escapan del control de la gente y se muestran muy preocupados por la desigualdad, más en España que en otros lares.

En efecto, España no es un país para jóvenes. La brecha generacional es un fenómeno que se está intensificando tanto en renta como en riqueza, según datos recientes del Banco de España. En dos décadas (de 2002 a 2022) y partiendo de unos ingresos muy similares, los ingresos de los menores de 35 años se han alejado en más de 14 puntos de los del principal grupo en edad de trabajar (35-44 años). En cuanto a la riqueza neta, la ratio de los jóvenes en relación a la población trabajadora ha pasado del 55% al 26%.

La proporción de jóvenes que accede a una vivienda de propiedad se ha reducido del 66% al 31,8% en veinte años

Gran parte de esta disparidad se explica por la vivienda. En estos 20 años analizados, la proporción de jóvenes que ha accedido a una vivienda de propiedad ha pasado del 66% en 2002 al 31,8% en 2022 y su valor también se ha reducido, lo que sugiere que los suertudos que tienen piso propio lo adquieren en zonas más baratas y de menor tamaño.

Pero no todo son malas noticias para la juventud, especialmente para aquellos que esta semana se han puesto de los nervios preparando la selectividad. Y es que la inserción laboral de los universitarios ha mejorado en el último decenio, con un crecimiento de la ocupación y una tasa de paro que cae del 29% al 12,5%. Según un informe de la Fundación BBVA y el Ivie (Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas) de hace unos días, los titulados que han accedido al mercado laboral entre 2013 y 2023 tienen más oportunidades y de mayor calidad, lo que contrasta con las debilidades que tradicionalmente se señalan sobre la inserción de los universitarios.

Eso sí, no es una mejora generalizada. Dime qué y dónde estudias y te diré cómo lo tienes para trabajar de lo tuyo. Quienes lo tienen mejor son los que eligen ciencias de la salud, ingenierías y arquitectura; los de artes y humanidades se enfrentan a mayores dificultades. Cursar un máster otorga ventajas salariales, con una base de cotización media un 11% superior a la de los graduados y mayor ajuste entre formación y empleo. Y aquellos que pueden permitirse estudiar en universidades privadas aventajan en la inserción a los que lo hacen en centros públicos. La condición social.