Hace años que pienso que uno de los principales problemas de la renta fija es su nombre, o mejor dicho su apellido: “fija”. Una palabra que muchas veces he visto que genera ideas equivocadas sobre lo que es y no es este activo. La renta fija no es una inversión garantizada ni un activo exento de volatilidad. Y sí, aunque es mucho menos habitual, puede incluso llegar a vivir momentos de rentabilidades negativas, como hemos visto en 2022, cuando han llegado a verse incluso casos de pérdidas de más del 10% de su valor. Algo a lo que no estamos acostumbrados y que ha sorprendido a muchos profesionales y, sobre todo, ha causado una gran inquietud en muchos ahorradores, especialmente los de perfil más conservador.

Y es que habitualmente la renta fija es un activo relativamente previsible en su comportamiento, con una volatilidad relativamente moderada y un comportamiento más bien “aburrido”, por lo que normalmente se ha utilizado como la parte más conservadora en las planificaciones financieras. De hecho, es un elemento fundamental en esa planificación para compensar a otros activos muchísimo más volátiles e “imprevisibles”.

Entonces, ¿qué ha pasado para que la renta fija haya vivido a lo largo de 2022 esas turbulencias y caídas de valor?

Han pasado muchas cosas: la guerra, la inflación disparada, el cambio de ciclo en la actuación de los bancos centrales, que han optado por un enfoque mucho más restrictivo en sus políticas monetarias. Y sobre todo lo que ha sucedido es que en 2022 hemos dejado atrás un periodo de la renta fija totalmente único en la historia: un largo periodo de tipos cero o negativos.

Eso llevó, por ejemplo, a que mientras que históricamente lo más habitual es que la renta fija y la variable tengan una relación inversa (es decir, cuando una sube, la otra acostumbra a bajar y viceversa), el año pasado vivieron una fuerte correlación, ya que las dos experimentaron rentabilidades negativas.

Para mantener la inflación bajo control, los bancos centrales, uno tras otro, se han visto obligados en los últimos meses a subir los tipos de interés, lo que automáticamente se ha traducido violentas caídas en los precios de los valores de renta fija (hay que recordar que cuando suben los tipos de interés, los títulos emitidos previamente con tipos más bajos reducen su precio para igualar su rentabilidad real a la de los nuevos títulos) y en consecuencia, también de los productos que invierten en este tipo de activos, como por ejemplo los fondos de inversión de renta fija.

Y aunque en el pasado ya se habían dado momentos de subidas de tipos, las pérdidas de 2022 han sido especialmente significativas, porque, a diferencia de en otras ocasiones, esta vez las pérdidas de valor de los títulos no se han podido ver amortiguadas por las rentabilidades de los cupones.

¿El motivo? Pues que, desde que los bancos centrales iniciaron su política hiperexpansiva ―recordemos el “whatever it takes” de Draghi―, los cupones prácticamente desaparecieron de las emisiones a tipos cero o negativos, eliminando así el margen de maniobra ante posibles cambios en la política de tipos como las que finalmente hemos vivido en los últimos meses. Y, además, aprovechando la situación, durante esos años se emitieron grandes volúmenes de títulos de renta fija.

A eso hay que añadir que mientras en otros momentos de nuestra historia reciente las subidas de tipos fueron bastante graduales, en esta ocasión el vertiginoso aumento de la inflación vivido durante el año pasado ha llevado a subidas de tipos mucho más rápidas y acentuadas.

Como vemos, una suma de circunstancias y factores extraordinarios provocaron mucha volatilidad y notables caídas de los precios de unos productos que mayoritariamente han sido considerados refugio de los inversores más conservadores. Esto ha provocado no solo temores entre los ahorradores más prudentes, sino también ventas de esos productos.

Pero las cosas han cambiado, y hay buenas noticias para la renta fija. Evidentemente ni yo ni nadie puede asegurar lo que sucederá en el futuro, pero lo cierto es que parece que ha pasado lo peor de la tormenta y el aumento de los rendimientos registrado en los últimos períodos estaría abriendo un nuevo espacio de oportunidades.

Las nuevas emisiones de títulos de renta fija han dejado atrás los tipos muy bajos o negativos y vemos, por ejemplo, como la rentabilidad intrínseca media de este activo a nivel mundial, reflejado por el índice Global Aggregate Bond, ha pasado de estar en niveles inferiores al 1,4% a finales de 2021 en torno al 3,5% actual (con rentabilidades intrínsecas medias que oscilan entre el entorno del 3% de los bonos europeos y alrededor del 8,5% en los bonos high yield).

Por eso nos encontramos ante un nuevo escenario, en el que tenemos realmente valor en la renta fija vía esta rentabilidad intrínseca, y en el que las probabilidades de recoger beneficios interesantes se incrementan de forma importante, además de que ahora contamos con un colchón que podría ayudar a absorber ulteriores subidas si los bancos centrales continúan persistiendo en sus medidas restrictivas.

La pregunta que se puede hacer el ahorrador en este momento es si la renta fija tiene sentido de nuevo dentro su cartera de inversión. La respuesta es que sí, como siempre lo ha tenido dentro de una planificación financiera para todos aquellos inversores conservadores, o para aquellas partes conservadoras de la planificación de un cliente más dinámico. Siempre de forma adecuada al perfil, los objetivos y las características personales de cada uno y la necesaria diversificación de cualquier planificación financiera.

Es verdad que los vientos de las subidas de tipos de los bancos centrales pueden no haber amainado, pero la pregunta es, cuánto de ello ha descontado ya el mercado, y lo que estamos viendo en este inicio de año hace pensar que posiblemente estamos ante uno de los momentos de más oportunidades para la renta fija en los últimos 20 años. Eso sí, la entrada en los mercados sea en el activo que sea, debería ser siempre con asesoramiento profesional, con una estrategia clara y unos objetivos bien definidos, mediante entradas paulatinas con horizonte temporal de inversión adecuado a la volatilidad del activo.