Hace ya más de veinte años, China entró en la Organización Mundial del Comercio. Aquello marcó un antes y un después en la globalización. Millones de empresas occidentales empezaron a producir en Asia. Y también comenzaron los primeros episodios relevantes de pérdida de propiedad intelectual: productos copiados, patentes replicadas, marcas que encontraban en otros países un doble no autorizado. Muchos negocios basaban su ventaja competitiva en el desarrollo, la fórmula, la patente. Y de repente, esa ventaja fue esfumándose.

Con la digitalización, esta tendencia no solo no cambió, sino que se aceleró. Lo digital es por naturaleza replicable. Un software puede copiarse. Un modelo de negocio digital puede imitarse. Un marketplace, una plataforma o una aplicación, por compleja que parezca, acaba siempre teniendo una “alternativa parecida”. El código fuente se protege, sí, pero las ideas (incluso las fórmulas comerciales) son transparentes. Lo que funciona, salta a la vista. Y se copia.

Con la IA, la cosa ya pasa de castaño a oscuro. La copia del código fuente es inmediata y además replicable por la propia máquina. Y pronto solo dando instrucciones de palabra de lo que uno quiere ver programado. Pronto no hará falta saber programar para realizar desarrollos digitales.

Ahora sumemos a todo ello la creciente cultura de la transparencia. Es decir, no solo quedan las cosas a la vista. Además, se muestran voluntariamente.

El secreto como ventaja ha dejado de ser viable. O cuando menos, sostenible en el tiempo que, en el mundo empresarial, viene a ser lo mismo

Ejemplos no faltan. Buffer, empresa de gestión de redes sociales, hizo públicas sus retribuciones, beneficios y métricas internas. Patagonia lleva años compartiendo su cadena de suministro y sus compromisos medioambientales. ¿Y qué han perdido por hacerlo? Nada. Al contrario: han ganado reputación, atracción de talento y credibilidad. Porque hoy lo valioso no es guardar el secreto, sino demostrar que puedes sostenerlo en el tiempo.

El secreto como ventaja ha dejado de ser viable. O cuando menos, sostenible en el tiempo que, para el caso, en el mundo empresarial viene a ser lo mismo. Lo digo porque lo no sostenible en el tiempo es sinónimo de inviabilidad empresarial.

Pues bien, ya tenemos servido en bandeja un nuevo paradigma: la empresa sin secreto.

Pero si no hay secretos, la pregunta es: ¿cómo hacer sostenibles y rentables modelos fácilmente copiables? ¿Cómo mantener la ventaja? ¿Dónde está hoy el verdadero “activo estratégico”?

La ventaja no está en saber algo que nadie más sabe. Está en hacer algo que otros no consiguen hacer tan bien ni tan rápido.

La respuesta en la capacidad de convertir una idea ya no secreta, en una realidad operativa excelente. En ir más rápido, en ajustar mejor, en escalar antes que los demás. La ventaja no está en saber algo que nadie más sabe. Está en hacer algo que otros no consiguen hacer tan bien ni tan rápido.

Además, las ventajas de ejecución se potencian cuando se combinan con otros dos factores clave en dos de las nuevas ventajas competitivas de este siglo: la curva de aprendizaje y las economías de escala.

A medida que una empresa gana volumen y acumula experiencia, mejora sus procesos, reduce costes y perfecciona su propuesta. Esto se convierte en una barrera de entrada tan efectiva como cualquier patente, porque requiere años de recorrido y un know-how que no se adquiere con solo copiar.

En este entorno, ser el primero ayuda, pero no garantiza nada. Lo importante no es solo innovar. Es saber operar. Saber escalar. Saber sostener. Lo verdaderamente difícil no es crear algo nuevo, sino hacerlo funcionar bien a gran velocidad. Por eso se instauró hace tiempo la llamada estrategia del “Fast Second” que ha dado lugar incluso a varios libros de empresa.

La gran lección de esta época, que es un fin de era, es que las empresas no pueden refugiarse en la confidencialidad como escudo competitivo

Esta es la gran lección de esta época que, no tengo duda alguna, es un fin de era: las empresas no pueden refugiarse en la confidencialidad como escudo competitivo. Los negocios que triunfan no son los que tienen más secretos, sino los que ejecutan mejor a la vista de todos.

Esto obliga a cultivar culturas más abiertas, más colaborativas, más enfocadas al aprendizaje continuo y menos a proteger “el método propio”. Cuando cualquiera puede ver lo que haces, lo único que te queda como escudo es ser rápido en ejecución y en crecimiento.

Las empresas ya no tienen secretos.