El Mediterráneo y el coste económico del cambio climático
- Anwar Zibaoui
- Barcelona. Martes, 11 de noviembre de 2025. 05:30
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Este verano, la región mediterránea ha sido escenario de una ola de incendios forestales sin precedentes en la historia reciente. Desde las exuberantes colinas del sur de Turquía hasta las montañas costeras de Siria y Grecia, pasando por la soleada campiña francesa y vastas zonas de España, el fuego ha arrasado extensiones de tierra de manera alarmante. La magnitud y velocidad de esta devastación no pueden atribuirse únicamente al azar o a condiciones climáticas excepcionales. Son la consecuencia directa e innegable de un planeta cuyo clima está cambiando de forma acelerada y peligrosa.
Ante este contexto, la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), que se celebra entre el 10 y el 21 de noviembre en la ciudad brasileña de Belém, representa una oportunidad crucial para revisar y corregir los errores de los Acuerdos de París, así como de las conferencias posteriores celebradas en los Emiratos Árabes Unidos y Azerbaiyán.
El cambio climático ya no es una amenaza futura, sino una realidad presente. Los desastres climáticos y la degradación ecológica están afectando gravemente las perspectivas económicas y sobrecargando las finanzas de numerosos países mediterráneos. En la última década, los fenómenos meteorológicos extremos han costado a la economía mundial más de 2 billones de dólares, poniendo en riesgo vidas, medios de subsistencia y la estabilidad de empresas y economías en todo el planeta. La magnitud del desafío es enorme, pues industrias enteras, cadenas de suministro y sistemas energéticos requerirán inversiones masivas, innovación audaz y una colaboración efectiva a todos los niveles.
Las economías mediterráneas más vulnerables han sufrido pérdidas equivalentes a cerca del 20% de su PIB conjunto como consecuencia directa de las crisis climáticas. Estas pérdidas abarcan desastres repentinos, como inundaciones, terremotos, incendios y sequías, y procesos de deterioro progresivo, como la desertificación y la erosión costera.
En la última década, los fenómenos meteorológicos extremos han costado a la economía mundial más de 2 billones de dólares
Los datos dibujan un panorama preocupante para los recursos hídricos en la región mediterránea, actualmente considerada la zona con mayor estrés hídrico del mundo. Esta escasez de agua, intensificada por el cambio climático, podría tener un impacto significativo en el crecimiento económico regional, con proyecciones que estiman una disminución del PIB de entre el 6% y el 14% para el año 2050. Además, la región enfrenta riesgos crecientes derivados del aumento del nivel del mar. Cerca de una cuarta parte del PIB costero y una quinta parte de las zonas urbanas costeras son altamente vulnerables a estos cambios, lo que pone en peligro infraestructuras clave y comunidades enteras.
Ante este escenario de múltiples incertidumbres, es probable que el cambio climático debilite los sistemas alimentarios regionales y reduzca la productividad agrícola nacional. Esto agravaría la inseguridad alimentaria y obligaría a muchas comunidades a depender cada vez más de las importaciones de alimentos, sujetas a fluctuaciones tanto en precios como en disponibilidad.
La cuenca mediterránea se ha consolidado como una de las regiones más vulnerables del planeta frente a los impactos del calentamiento global. Ya ha experimentado un aumento de temperatura superior a los 1,5 °C respecto a los niveles preindustriales -una cifra que supera el promedio mundial- y se está calentando un 20% más rápido que el resto del planeta. Este incremento térmico ha desencadenado olas de calor más prolongadas e intensas, una notable reducción de las precipitaciones, sequías persistentes y una disminución crítica de la humedad del suelo. Estas condiciones crean el entorno perfecto para la propagación descontrolada de incendios forestales.
Las consecuencias económicas son alarmantes. El turismo, que representa una parte esencial del PIB en países como Grecia, Italia y Turquía, se ve gravemente afectado a medida que los viajeros evitan las zonas devastadas por el fuego. La agricultura, ya debilitada por la escasez de agua, pierde aún más terreno conforme las tierras cultivables se convierten en cenizas. Y los efectos a largo plazo sobre la salud de las poblaciones expuestas al humo y al calor son igualmente preocupantes: el aumento de enfermedades respiratorias, golpes de calor y otras emergencias médicas se ha convertido en una constante en toda la región.
La cuenca mediterránea se ha consolidado como una de las regiones más vulnerables del planeta frente a los impactos del calentamiento global
Los países mediterráneos deben reconocer la magnitud de la amenaza climática y actuar con urgencia. Es imperativo que los gobiernos inviertan en infraestructuras resilientes, programas de adaptación y estrategias eficaces de gestión territorial. Asimismo, deben desarrollar sistemas nacionales de alerta temprana frente al creciente riesgo de incendios e inundaciones, integrando tecnologías como datos satelitales, sensores terrestres y redes de comunicación capaces de alcanzar incluso las comunidades más remotas.
La planificación urbana requiere una reforma profunda. Los códigos de construcción deben actualizarse para reflejar las nuevas realidades climáticas, especialmente en zonas vulnerables. Los servicios de emergencia necesitan mayor financiación, capacitación especializada, equipamiento adecuado y acceso a tecnologías de vigilancia de última generación. Además, deben impulsarse campañas de concienciación pública y planes de preparación ante emergencias. La adaptación climática no puede seguir siendo una política secundaria: debe ocupar un lugar central en las estrategias nacionales de seguridad y desarrollo.
Sin embargo, la responsabilidad de enfrentar esta crisis no puede recaer únicamente en los países mediterráneos. El cambio climático no reconoce fronteras, culturas ni religiones. Es un desafío global que exige una respuesta global. La comunidad internacional debe apoyar a las regiones más afectadas, no solo con gestos de solidaridad, sino también con recursos concretos, transferencia de tecnología y mecanismos de coordinación eficaces.
Las organizaciones internacionales deben establecer unidades de despliegue rápido, específicamente capacitadas para responder a desastres relacionados con el cambio climático. Asimismo, las universidades y centros de investigación deben colaborar a nivel transfronterizo para desarrollar modelos más precisos de predicción de incendios y herramientas eficaces para la gestión de sequías.
La cooperación climática no es un acto de caridad, es una inversión estratégica, es autopreservación
Las naciones más ricas, especialmente las del Norte Global, tienen una responsabilidad moral de liderar este esfuerzo. Históricamente, han sido las principales emisoras de gases de efecto invernadero. Sus industrias, economías y estilos de vida han contribuido directamente a las condiciones que hoy consumen al Mediterráneo en llamas. La justicia exige que ayuden a asumir el coste de la adaptación, la mitigación y la recuperación.
El apoyo financiero es esencial. Muchos países mediterráneos ya enfrentan graves desafíos económicos, como la deuda y la inflación. Por ello, necesitan subvenciones, no préstamos. Requieren acceso ágil a fondos climáticos internacionales, sin trabas burocráticas ni obstáculos políticos que retrasen la ayuda urgente. Además, las potencias globales deben facilitar la transferencia de tecnología verde, incluidas soluciones de energía renovable, que permitan a estos países reducir sus emisiones y fortalecer su resiliencia ante futuras crisis.
Las perturbaciones climáticas y naturales ya son una realidad económica, no una amenaza distante. Son señales claras de que no podemos seguir por el camino de la inacción, la demora y la negación. Sin una acción inmediata y coordinada, tanto a nivel regional como global, el coste será cada vez mayor. La cooperación climática no es un acto de caridad, es una inversión estratégica, es autopreservación.