¿El huevo o la gallina?

- Joan Ramon Rovira
- Barcelona. Domingo, 30 de noviembre de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 5 minutos
Recientemente, un informe del Observatori de Pimec ha vuelto a poner sobre la mesa la cuestión de la comparativamente pequeña dimensión de la empresa catalana. Existe una abundante literatura económica que demuestra la elevada correlación que existe entre dimensión empresarial, productividad y remuneración salarial. De aquí se desprendería que aumentar la dimensión media de los establecimientos empresariales es una de las claves para mejorar la productividad y, como consecuencia, los salarios y el bienestar de la población. El informe de Pimec hace inventario de las barreras de tipo fiscal, administrativo y laboral que penalizan los aumentos de escala y aboga –con acierto– por reducirlas o eliminarlas.
Por otra parte, la literatura económica también aporta evidencia de que son las empresas más productivas las que crecen más rápidamente y, por tanto, las que acaban alcanzando una mayor dimensión. Aquí la relación de causalidad va en sentido inverso: de la productividad a la dimensión. Podemos preguntarnos qué es primero: la productividad o la dimensión? ¿El huevo o la gallina? Como el lector habrá adivinado, es una pregunta trampa con una falsa disyuntiva. En realidad no hay contradicción, sino círculo virtuoso: en presencia de economías de escala, las empresas más productivas son las que más crecen, y cuanto más grandes se hacen más productivas son. Productividad, crecimiento y dimensión son las diferentes caras de un mismo fenómeno
Pero no hay que olvidar un cuarto factor que combinado con los otros tres es la clave del progreso: la innovación como palanca del cambio estructural en el conjunto de la economía. Las empresas grandes, por el hecho de ser grandes, no tienen nunca el futuro garantizado. La innovación tecnológica o comercial las puede dejar obsoletas y ser desplazadas por empresas más pequeñas, pero más dinámicas. Ante esta realidad merece la pena prestar atención a los canales que promueven la transformación del sistema productivo, y adaptar las políticas públicas y las estrategias empresariales a unas circunstancias cambiantes y potencialmente disruptivas. En este sentido, hay que hacer un par de consideraciones.
Podemos preguntarnos qué es primero: la productividad o la dimensión? ¿El huevo o la gallina? En realidad no hay contradicción, sino círculo virtuoso
La primera tiene que ver con algunos de los mecanismos, no siempre evidentes, que mayor impacto tienen en la transformación del tejido productivo. Las empresas utilizan esencialmente dos vías para ganar dimensión: el crecimiento orgánico y el inorgánico. El primero significa aumentar el volumen de actividad dentro del perímetro de una determinada empresa o grupo empresarial. El segundo se refiere a la extensión de este perímetro mediante la adquisición o fusión con otras empresas. Este segundo canal tiene cada vez más importancia, especialmente en sectores maduros con un potencial limitado de crecimiento. Durante las últimas décadas –y con más intensidad estos últimos años– son numerosas las empresas catalanas que han sido adquiridas por empresas extranjeras del mismo sector o participadas por fondos de capital privado, a menudo extranjero.
En el primer caso, la empresa autóctona pasa a formar parte de un grupo de mayor dimensión, pero con centro de decisión en el extranjero. Por lo tanto, se aprovecha de las sinergias derivadas de formar parte de un grupo más grande, pero generalmente pierde autonomía en determinados aspectos estratégicos. Este tipo de operaciones pueden ser positivas si después de la absorción el establecimiento integrado en el grupo multinacional gana productividad y crea empleo de calidad y bien remunerado. Pero son menos positivas cuando el establecimiento productivo se transforma simplemente en una oficina de representación comercial de la empresa extranjera, con pérdida de empleo y valor añadido.
En general, los efectos positivos tienden a compensar con creces los riesgos asociados con este tipo de inversión. Las políticas públicas deberían actuar proactivamente para captarla, pero de manera selectiva. No todas las inversiones extranjeras aportan el mismo valor añadido al país. El objetivo debería ser procurar atraer manufacturas avanzadas y servicios de alto valor añadido de grupos multinacionales extranjeros, para aprovechar mejor las ventajas de la dimensión, potenciando los efectos de emulación y aprendizaje.
Durante las últimas décadas son numerosas las empresas catalanas que han sido adquiridas por empresas extranjeras
Otro elemento decisivo en el camino hacia una mayor dimensión y productividad es la disponibilidad de vías de financiación ajustadas a las características de las empresas en cada etapa de su ciclo vital. En el caso de las empresas más disruptivas e innovadoras en una fase muy temprana de su desarrollo, el mercado no les proveerá de los instrumentos adecuados y el apoyo público es esencial. Ahora bien, es igualmente importante facilitar la transformación de los sectores de actividad más maduros. En este caso, los fondos de capital privado juegan un papel cada vez más activo, inyectando músculo financiero a empresas con potencial de crecimiento, profesionalizando la gestión e impulsando la internacionalización.
Al igual que en el caso de la inversión extranjera, el impacto neto de este tipo de operaciones puede ser económica y socialmente positivo, o no tan positivo. Es generalmente positivo cuando contribuye a racionalizar la estructura productiva de sectores muy atomizados, impulsando fusiones y adquisiciones que permiten a las empresas resultantes una mayor capacidad de inversión, innovación y comercialización de sus productos. El efecto también es netamente positivo cuando la participación del capital privado ayuda a desarrollar nuevas líneas de negocio con mayor demanda potencial. Pero el impacto también puede llegar a ser negativo para los países de acogida cuando estos actores toman decisiones que maximizan su retorno a corto plazo, en perjuicio del interés general a más largo plazo de los territorios donde operan.
La segunda consideración a hacer tiene que ver con el papel de nuestras empresas medianas y grandes para actuar como tractores del proceso de desarrollo económico desde dentro del mismo tejido productivo. En un mundo globalizado, el comercio entre países desarrollados es principalmente un comercio intraindustrial. Es decir, exportamos e importamos productos de los mismos sectores –intermedios, maquinaria, automoción, alimentación, químico, etc.–, pero no de la misma categoría o nivel tecnológico. Lo importante es dónde se ubica cada país en la cadena de valor de cada sector de actividad. Disponer de una fuerza de trabajo bien cualificada y de unas infraestructuras adecuadas ayuda a atraer actividades de mayor valor añadido, sin duda. Pero a menudo las decisiones más estratégicas respecto de qué actividades y líneas de negocio se ubican en qué áreas están condicionadas por la visión que se tiene desde el centro de operaciones de la compañía, y del grado de arraigo de este centro en un determinado territorio. Cataluña tiene un puñado de empresas de capital autóctono, profundamente internacionalizadas, muy competitivas en sus nichos de actividad, y con niveles tecnológicos y de productividad homologables a las mejores empresas extranjeras de sus sectores. Nos vienen a comprar, pero nosotros también vamos a comprar fuera.
Es absolutamente fundamental preservar, potenciar y aumentar el entramado empresarial arraigado al territorio, en tanto que punta de lanza de la competitividad del país
Recapitulando: es positivo favorecer selectivamente la inversión extranjera, y reconocer la función transformadora del capital privado, pero es absolutamente fundamental preservar, potenciar y aumentar el entramado empresarial arraigado al territorio, en tanto que punta de lanza de la competitividad del país. La mejor manera de contribuir a este objetivo es insuflar ambición colectiva para reforzar la ambición empresarial que guía a nuestras empresas punteras. Muy especialmente, hay que promover la emergencia de núcleos accionariales estables en nuestras compañías más estratégicas, con presencia mayoritaria del capital privado autóctono y acompañamiento del sector público, de forma complementaria y transitoria, cuando la oportunidad o las circunstancias lo aconsejen.
Con el entorno adecuado, nuestras mittelstand se harán más grandes y actuarán de tractoras de las más pequeñas, al mismo tiempo que aumenta la probabilidad de que algunas de las microempresas de hoy se conviertan en las grandes empresas de pasado mañana. Para liderar desde Cataluña, y que crecimiento, productividad, dimensión e innovación se complementen y refuercen, el proyecto colectivo de una sociedad que cree en sus capacidades debe estar a la altura del anhelo de excelencia que impulsa a sus empresas punteras. Nuestras empresas serán tan grandes como la ambición del país que las acoge y las impulsa.