La semana pasada se produjo una importante derrota de la ministra de trabajo, Yolanda Díaz, al caer en el congreso la votación de su medida estrella: la reducción de la jornada laboral a 37 horas y media. Debió de tratarse de una derrota inesperada, disputada hasta el último momento, a juzgar por la gran gesticulación –permitidme decir, incluso, pérdida de papeles– que nos ofrecieron enseguida los protagonistas de la cuestión ante los medios de comunicación. Pepe Álvarez, secretario general de UGT, visiblemente enfadado ante las cámaras, con un pañuelo palestino, afirmaba lo siguiente: “Sé las declaraciones que hacen las pymes y autónomos a hacienda y es evidente que están ganando mucho dinero”. La ministra Díaz defendía que “El comercio ha aumentado sus beneficios en 15.000 millones”, replicando así una de las principales críticas de la reforma horaria que giraba en torno a su impacto sobre el comercio y las pequeñas empresas.

Aunque en España estamos acostumbrados a una clase política populista y un debate público carente de rigor, en esta ocasión los implicados han optado por añadir a la receta una buena dosis de mala fe. Es la única explicación al hecho de que la ministra utilice constantemente valores absolutos para referirse a los beneficios empresariales, de forma agregada, en lugar de valores relativos o incrementos. ¿Qué os suscita, lectores, si afirmo que “los trabajadores españoles han aumentado sus ingresos en 92.000 millones de euros entre 2023 y 2024”? Esta cifra no quiere decir nada, porque hay que contextualizar cuántos trabajadores más había en 2024 respecto a 2023, hay que ver cuál fue la inflación entre ambos periodos... en definitiva, las expresiones honestas para tratar este tema implican afirmar que los asalariados españoles vieron aumentado su salario un 4,79% entre 2023 y 2024 mientras que la inflación en el mismo periodo fue del 2,8%; por tanto, hubo un aumento del poder adquisitivo de en torno al 2% entre 2023 y 2024 de media. Utilizar valores absolutos cuando se hace referencia a los beneficios empresariales mientras nunca se utilizan cuando se habla sobre salarios no es casual: es un ejercicio de deshonestidad, un intento de trasladar a la opinión pública el mensaje erróneo de que en España las empresas generan unos beneficios descomunales y secuestran esa riqueza en lugar de trasladarla a sus equipos.

Cuando Pepe Álvarez utilizaba la expresión “sé las declaraciones que hacen a Hacienda” intuyo que se trata de una especie de fanfarronería por el hecho de tener acceso a datos internos del sistema. De hecho, no hace falta. No hace falta porque en España los beneficios empresariales son públicos: individualmente, empresa a empresa, en el registro mercantil. De forma agregada, a través del servicio estadístico del Banco de España, que dispone de herramientas como la Central de Balances o la base RSE (Ratios Sectoriales de Empresas). Solo dedicando cinco minutos a observar las cifras de estos repositorios se pueden extraer unas conclusiones bien claras. Primero, que hay diferencias abismales entre sectores: el sector bancario se encuentra en un contexto de beneficios históricos, porque no ha repercutido el descenso de los tipos de interés sobre hipotecas y préstamos, y no ha retribuido los depósitos cuando los tipos estaban en máximos de las últimas décadas. El sector turístico también reporta buenos datos en las últimas temporadas, en la medida en que no está sujeto a competencia internacional como tal: los hoteles españoles compiten entre ellos, pero alguien que quiere ir explícitamente a España no tiene por qué estar dispuesto a ir a Italia –por tanto, tienen cierta libertad de fijación de precios que les permite repercutir los costes en aumento, fruto del contexto de inflación elevada. En cambio, en la industria hay caídas de beneficio del 34,3% interanual (és decir, se desvanece uno de cada tres euros ganados) y el pequeño comercio y hostelería están también en una situación de retroceso preocupante, con aumentos de beneficio insuficientes para combatir la inflación.

Los sectores que aumentan beneficios también aumentan costes laborales sin necesidad de que la ministra Yolanda y el sindicalista Pepe les obliguen

El dato más interesante es que los sectores que aumentan beneficios también aumentan los costes laborales sin necesidad de que la ministra Yolanda y el sindicalista Pepe les obliguen. Fijaos, es evidente: si la primera preocupación de las empresas catalanas es la falta de talento, según la encuesta de clima empresarial del IDESCAT, quiere decir que hay una situación de demanda elevada y oferta baja de ciertos perfiles en el mercado laboral. La empresa que pueda pagar 5.000 euros brutos anuales más a un soldador, un electromecánico o un programador de sistemas industriales lo hará, porque tiene interés en retenerlo ante la imposibilidad de encontrar estos perfiles en el mercado laboral. Si no lo hace es porque no puede, y asume el desbarajuste de tener una rotación elevada de personal, con perfiles importantes sin cubrir, porque no se puede permitir pagar lo mismo que otras empresas. Lo mismo aplica a las condiciones laborales en especie: mejor conciliación, menos horas, teletrabajo. La conclusión es consistente con lo que observamos a través de los convenios sectoriales: los sectores que han podido disminuir la jornada laboral sin causar una rotura lo han hecho por convenio. Forzarlo en el resto de sectores equivale a provocar la rotura: los que quedan por hacerlo son los débiles.

Ahora que hemos dedicado unas cuantas semanas a disertar sobre los enormes, estratosféricos beneficios de las empresas españolas, quizá sería un buen momento para comentar otras magnitudes del mercado laboral en España. Por ejemplo, el grado de compromiso (1 de cada 10 trabajadores españoles afirma estar comprometido con su trabajo, según la macroencuesta Gallup, uno de los peores datos del mundo) o el grado de absentismo (cada trabajador español asume una media de más de 107 horas anuales no trabajadas más allá de las vacaciones, una cifra que en 2019 era de unas 80. Equivale a casi tres semanas anuales de absentismo por trabajador). Dejémoslo para otro día.