Dentro de algo más de diez años el panorama laboral habrá sufrido un cambio radical como consecuencia del impacto brutal de la tecnología y el escenario al que se enfrentarán millones de trabajadores nada tiene que ver con lo que hoy conocemos. Ese impacto tecnológico hará que alrededor del 58% de los empleos actuales seguirán existiendo, pero exigirán unas capacidades y habilidades profesionales completamente diferentes de las requeridas hoy día. En esa década venidera se calcula que el 30% de los empleos serán de nueva creación, todos ellos ligados a nuevas tecnologías digitales. Las mismas tecnologías que provocarán la destrucción del 12% de los empleos actuales, que estarán completamente automatizados. Y hay más. El impulso tecnológico no sólo provocará un cambio en las habilidades tecnológicas de cualquier profesional, sino que reducirá drásticamente su vida útil. Para 2035 se calcula que las capacidades y habilidades técnicas quedarán obsoletas en un plazo de cinco años. Este es, de forma sucinta, el escenario que muestra el último informe sobre la Economía Digital en España elaborado por Adigital y Boston Consulting Group (BCG), en el apartado concreto que analiza la situación y devenir del empleo y del talento digital en nuestra sociedad.

Parece claro que mantener ese talento digital, materia prima esencial para que siga en marcha todo el tinglado tecnológico-digital en el que nos movemos, va a obligar a vivir en un permanente estado de formación o de aprendizaje continuo. No solo será necesario readecuar cada muy poco tiempo los conocimientos adquiridos, sino que en muchas ocasiones será necesario olvidar lo sabido, que queda obsoleto, y adquirir conocimientos completamente nuevos. Reciclar y reaprender, en suma. Los datos de BCG señalan que en un panorama en el que los conocimientos se reactualizan cada cinco años será necesario dedicar al menos diez horas semanales de formación durante todo ese tiempo para mantener el nivel de capacidad profesional

Cualquiera que haya estado inmerso en un proceso de actualización de conocimientos más o menos intenso, algo más serio que el simple ponerse al día en cuestiones profesionales, sabe que adaptarse a esa situación exige un esfuerzo titánico que ni por asomo pudo percibir cuando sacó su flamante título académico. Sabe que lo difícil no es estudiar, sino ponerse a estudiar. No se trata sólo de crear un hábito de estudio, sino de adquirir la conciencia clara de que lo que ha aprendido debe ser desaprendido y que hay que ponerse a reaprender otra cosa, sin solución de continuidad. Ese va a ser uno de los aspectos clave del mantenimiento del talento digital en el futuro cercano; adoptar un nuevo paradigma de la formación, que es constante, puesto que no tiene límite en el tiempo y es radical, pues afecta a todo lo que conocemos o sabemos.

Asumir ese paradigma no es cuestión de un día. Si buscamos una gestión razonable del talento digital en ese horizonte de 2035 es necesario convertir en ordinaria y habitual esa cultura de reaprendizaje constante de conocimientos de todo tipo. Y hay que empezar desde ya si queremos tener algo que de verdad funcione en ese horizonte de tiempo. Los profesionales y expertos en tecnologías que estarán operativos en 2035 son actualmente jóvenes estudiando en colegios e institutos. ¿Están recibiendo esos estudiantes los elementos formativos básicos necesarios para moverse en un entorno digital? ¿Saben algo de capturar datos, analizarlos y gestionarlos? ¿Saben elaborar y transformar contenidos digitales? ¿Saben resolver problemas en entornos digitales? ¿Están adquiriendo capacidades críticas para discernir en un mundo caracterizado por la hipertrofia informativa?

Un vistazo al vigente currículo académico de la enseñanza secundaria obligatoria y del bachillerato nos muestra que las competencias en digitalización se abordan con gran seriedad en preámbulos y declaraciones de intenciones de todo tipo de disposiciones legislativas; se detallan incluso con profusión las capacidades digitales que se buscan, que son excelentes, pero cuando se llega al detalle de los contenidos educativos concretos se le cae a uno el alma a los pies al comprobar que en la enseñanza secundaria la referencia a la formación en digitalización es difusa y sólo obligatoria en uno de los tres primeros años de este periodo educativo, mientras que en el último año es materia optativa a escoger entre diez opciones educativas. En bachillerato las competencias digitales quedan por lo general camufladas en contenidos de tecnología o informática, sin más precisiones. Me temo que la cultura digital de nuestros jóvenes, que son nativos digitales, no lo olvidemos, va a quedar en el ámbito del autoaprendizaje, con los riesgos que ello conlleva. Estos nativos digitales llegan a las puertas de la universidad con grandes habilidades digitales, con unas mentes adaptadas al entorno digital, pero con unos conocimientos que no tienen otro origen que el solitario autoaprendizaje o el mutuo aprendizaje entre amigos y compañeros, sin control ni referencias serias o fiables; un lujo que no nos podemos permitir ante el enorme desafío tecnológico que nos espera en el futuro inmediato.

"No solo será necesario readecuar cada muy poco tiempo los conocimientos adquiridos, sino que en muchas ocasiones será necesario olvidar lo sabido, que queda obsoleto, y adquirir conocimientos completamente nuevos"

Inculcar a esos jóvenes una cultura de reaprendizaje, de adquirir conciencia clara de que la mayor parte de lo que se aprende va a tener que ser reaprendido de forma sistemática a lo largo de toda su vida, es cuestión que ni se plantea en el actual currículo académico. Otro lujo que nos puede costar también mucho.

Las competencias digitales no pueden ser un mero matiz progresista y avanzado en el diseño de las competencias educativas necesarias para lo que nos espera. El mundo laboral y profesional que aguarda a los jóvenes escolares actuales no se va a parecer ni por casualidad al actual y hay que empezar a afrontarlo de forma planificada y sistemática. Necesitamos un currículo educativo avanzado impregnado de competencias digitales en todos los ámbitos, no decorativas, como ahora; con transversalidad, no por modalidades, pues la nube digital envuelve por igual al que piensa en actividades artísticas como al que planea su futuro en el ámbito científico. De lo contrario lo vamos a pasar muy mal. Estamos hablando de profesiones y de capacidades que van a ser transformadas radicalmente en los próximos años; de otras que van a desaparecer por completo y de otras radicalmente nuevas que van a aparecer y sobre las que no tenemos ni idea de cómo serán o cómo afrontarlas. Y el sistema educativo básico de la enseñanza secundaria y el bachillerato, periodo crítico para adquirir los fundamentos de una formación adaptada al cambio permanente, tiene que dar un vuelco radical y proporcionar las herramientas básicas de supervivencia en la selva digital que nos espera.

Mientras las administraciones públicas rellenan folios y folios en disposiciones legales con declaraciones pomposas sobre la importancia de las competencias digitales y apenas hacen nada efectivo para hacerlas realidad, empiezan a proliferar centros privados de formación con programas de capacitación digital mucho más agresivos y completos de los que se ofrecen en colegios e institutos. Y, es más, ese plus de capacitación digital que ofrecen es su principal reclamo ante su público objetivo. Las estadísticas del propio Ministerio de Educación señalan que el 41% de los centros escolares públicos disponen de herramientas para una formación en entorno virtual; mientras que en la enseñanza privada esas herramientas están en el 55% de los centros. Mientras el 55% de los centros públicos tiene disponibilidad de servicios en la nube, en la enseñanza privada la tienen el 71% de los centros. Que el acceso a competencias digitales de nuestros jóvenes en los próximos años dependa del nivel de renta de su familia, en un asunto tan delicado y trascendente como éste, es una cuestión que no nos podemos ni plantear. El concepto de brecha digital podría adquirir dimensiones espeluznantes.