En fecha reciente nos hemos enterado de que Eslovenia, Lituania y Estonia habían superado el PIB per cápita español. Esta noticia nos anima a felicitar a estos países, pero debería generar preocupación sobre nuestra evolución. Como parte de este ejercicio, puede ayudar analizar de forma un poco detallada lo sucedido el año pasado en nuestra economía, al considerar que hemos vuelto a una cierta normalidad después del sufrimiento provocado por la pandemia del covid-19 y la posterior crisis inflacionista provocada por la invasión de Ucrania por parte de Rusia.

La economía española, su PIB, creció un 8,6% el año pasado, un porcentaje que disminuye hasta el 2,5% en términos reales cuando se deduce el efecto de los precios (deflactor del 6%). Como es habitual, la lectura de esta cifra difiere dependiendo del origen de la evaluación. Por un lado, se puede indicar que la tasa de crecimiento de la economía española fue significativamente más alta que el promedio de la Unión Europea (0,5%), superando de forma holgada el nivel previo al inicio de la pandemia en 2019. Por otro, se puede hacer hincapié en que se ha logrado algún año después de conseguirlo los países centrales de la zona euro.

Un chascarrillo: el alto incremento nominal del PIB ayuda a reducir las ratios relacionadas con él como son la deuda pública o el gasto en pensiones.

El crecimiento de la producción y la renta del año pasado (+35.683 millones de euros) se distribuye en cuatro partes. El consumo privado, el consumo público y el saldo con el exterior han aportado más o menos una tercera parte, mientras que la inversión ha restado un poco de crecimiento (-5% del total).

El gasto en consumo de los hogares —que explica casi el 55% del PIB— aumentó bastante el año pasado hasta casi igualar el nivel prepandemia y explicando el 38,2% del crecimiento del año. El aumento en los salarios (5,4%), del número de horas trabajadas (1,9%), el importante incremento de las pensiones (casi 10% como suma de actualización anual con IPC y efecto sustitución de las nuevas pensiones) han actuado como catalizadores del consumo, a pesar del aumento en los tipos de interés (+2,5 puntos) con efecto negativo sobre el coste de las hipotecas y el crédito al consumo.

La evolución de los salarios y la subida de cotizaciones sociales ha permitido a la remuneración de asalariados aumentar su participación en la renta en comparación con 2019 (+1 punto hasta el 53% del total) por encima de la porción del excedente bruto empresarial que la ha disminuido en este periodo (-1% hasta 47% del total).

El consumo público que incluye fundamentalmente el gasto público prestado en especie, (fundamentalmente sanitarios, educativos, servicios sociales y administración general) ha aportado casi otro tercio del crecimiento total de la economía (30,3%). Es muy destacable la dimensión de su aportación, dado que explican tan solo una quinta parte del PIB. Su evolución el año pasado ha sido elevada (+3,8% real), pero aún lo es más cuando se compara con 2019, con un crecimiento del 11% después de detraer la inflación (+28.855 millones de euros de 2023).

Su comportamiento el año pasado ha sido muy positivo en términos de crecimiento de la economía española. Queda pendiente conocer el saldo final de las administraciones públicas en 2023 (muy posiblemente un déficit entre 3,5 y 4% del PIB) y la capacidad de mantener ese nivel de gasto público en un futuro con vuelta de las reglas fiscales europeas, que obligan inicialmente a reducir el saldo negativo hasta el 3% para no incurrir en el protocolo de déficit excesivo, y posteriormente hasta el 1,5% del PIB medido en términos estructurales como colchón preventivo ante potenciales crisis.

La demanda exterior crece con fuerza

El comportamiento más favorable de todos los epígrafes ha sido el muy elevado saldo positivo de la demanda exterior (4,1% del PIB), que explica también algo más de una tercera parte del crecimiento del PIB en 2023 (32,3% del total: 0,9 de los 2,5 puntos). Este buen resultado en 2023 se debe íntegramente a los servicios porque el capítulo de bienes ha descendido ligeramente rompiendo la muy buena tendencia al alza iniciada en 2009 (sin tener en cuenta 2020 el peor año de la pandemia).

Utilizando una perspectiva temporal más amplia, el saldo positivo de la demanda exterior ha aumentado un 28,9% desde antes de la pandemia, hasta superar los 60.000 millones de euros, como resultado de un mejor comportamiento de las exportaciones de bienes y servicios españolas sobre las importaciones, a pesar del fuerte aumento del precio de los productos energéticos. El capítulo de servicios es el que explica este buen resultado con un crecimiento de sus exportaciones de casi una quinta parte en términos reales, debido en buena parte a la plena recuperación del turismo, si bien los servicios no turísticos (con una cifra de exportación total superior al turismo) también han mejorado su posición en esta etapa.

El continuado y creciente saldo positivo de la demanda exterior desde 2011, después de décadas de déficits encadenados; es una de las mejores noticias para un país como España, que alcanzó un fuerte endeudamiento con el exterior durante la burbuja inmobiliaria y financiera. La posición de inversión internacional (PIIN) se ha reducido mucho desde el punto máximo alcanzado en 2013 (96,4% al 56% del PIB) si bien sigue siendo superior al umbral marcado por el procedimiento de desequilibrio macroeconómico fijado por la Unión Europea (35% del PIB).

El saldo positivo de la demanda exterior ha aumentado un 29% desde antes de la pandemia, hasta superar los 60.000 millones

El mayor crecimiento de las exportaciones españolas sobre las importaciones significa una importante mejora de la competitividad de los bienes y servicios españoles al vender más nuestros productos tanto dentro como fuera del país. Esta evolución es positiva, pero necesita de una imprescindible compañía para ser mejor, un buen comportamiento de la productividad para disponer de más renta a repartir entre la población utilizando de forma más eficiente los recursos disponibles. Y aquí la valoración es negativa porque la evolución de la productividad, un año más, ha sido muy pobre. La productividad por persona ocupada a tiempo completo se ha reducido un 0,7% respecto al año anterior. Si se utilizan las horas trabajadas, el resultado mejora, pero no en exceso porque la productividad habría aumentado el 0,6% en 2023.

La población española aumentó sensiblemente durante el año pasado (+1,3%; casi 600.000 personas), mientras que el PIB por habitante lo hizo un 1,2%, un porcentaje inferior al crecimiento del PIB, mostrando un método extensivo de generar riqueza apoyado en el número de personas ocupadas y no en la mejora de la productividad. Los 30.405 euros al año por habitante nos sitúan lejos de la media de la Unión Europea y muy posiblemente nos mantengamos cerca del 86% del año 2022. Una distancia con el promedio de renta per cápita que ha aumentado en el último cuarto de siglo (12 puntos).

La evolución de la productividad, un año más, ha sido muy pobre: la productividad por persona ocupada se ha reducido un 0,7%

Uno de los principales elementos para aumentar la productividad es la inversión. La evolución el año pasado fue mala, sin paliativos, al caer el -0,5% sobre el año precedente y un -3,5% sobre 2029. Esta negativa evolución es más preocupante al conocer la ejecución de una cantidad (no determinada) de inversiones sufragadas por fondos europeos del Marco de Recuperación y Resiliencia, de modo que la inversión de financiación nacional todavía ha funcionado peor.

Este descenso de la inversión redujo la tasa de crecimiento del PIB en 0,1 puntos en 2023, pero, lo que es peor, no ha colaborado a mejorar la capacidad de la economía española para producir más y mejor en el futuro. 

El estancamiento de la economía europea y los elementos de incertidumbre que se mantienen en el mundo no apuntan un desempeño mejor en este año de la economía española. No obstante, lo más importante no es el corto plazo, sino mejorar la tasa potencial de crecimiento a futuro de nuestra economía, que, junto con una distribución más razonable de la renta creada entre la población, deberían ser los objetivos centrales de la sociedad española en las que colaboren el mayor número de personas y organizaciones. El actual clima lleno de consignas populistas y sectarismo partidario no ayuda a conseguirlo.