La verdad es una víctima más de los conflictos bélicos. Y no solo porque la guerra sea el arte del engaño, tal como afirmaba Sun Tzu, el célebre pensador chino. Hace casi cien años, Arthur Ponsonby, el activista y político inglés, ya publicaba un decálogo de la propaganda de guerra que, visto en perspectiva, tiene todavía hoy una vigencia indiscutible.

En la conmemoración del primer año de guerra en Ucrania, Putin declaró ante la Asamblea Federal que las sanciones impuestas por el grueso de países occidentales habían tenido un impacto irrelevante en la economía rusa. ¿Es un hecho observable o bien una muestra más de la estrategia de comunicación que siempre acompañan las guerras?

Es evidente que las sanciones no han provocado el colapso de la economía rusa ni siquiera han impedido el flujo constante de recursos hacia su maquinaria bélica. Lisa y llanamente, la bajada del PIB durante el ejercicio habrá sido menor que el impacto negativo de la crisis financiera o la pandemia.

Diferentes motivos explican esta aparente resiliencia ante el flujo continuado de restricciones y sanciones impuestas por las principales economías occidentales. La causa principal probablemente sea la política del vuelo y luto, tan característica de la Unión Europea. Durante todo el año 2022 la gran mayoría de exportaciones energéticas desde Rusia no sufrieron restricciones severas porque la Unión Europea, el principal mercado de exportación, necesitaba tiempo para buscar nuevos proveedores, acumular reservas de cara al invierno e impulsar fuentes de energía alternativas. Como, además, la incertidumbre hacia la evolución del conflicto disparó los precios de la energía en el mercado internacional hasta alcanzar registros históricos en la entrada del verano, la economía rusa ha obtenido un superávit exterior considerable y el gobierno una inyección notable de recursos. Entre enero y septiembre, el país había multiplicado por 2,5 veces el superávit exterior hasta llegar a los 200.000 millones de dólares. Y hace falta tener presente que los ingresos derivados de la explotación y comercialización de gas y petróleo representan más del 40% de los ingresos del presupuesto público.

Un segundo argumento lo encontraremos en el papel jugado por países terceros. A medida que los mercados occidentales progresivamente reducían la demanda de productos rusos, otras economías han emergido como destinos alternativos para el gas natural, carbón, petróleo y derivados. China, la India y Turquía se han significado como mercados de exportación muy dinámicos durante el ejercicio. Conjuntamente, han mejorado en 20 puntos su peso en las exportaciones rusas de energía.

Finalmente, la política económica extremadamente acomodaticia aplicada por el gobierno y el banco central del país. Restricciones a la salida de capitales, inyecciones masivas de liquidez al sistema bancario, controles del tipo de cambio, rebajas de impuestos, subsidios a diestro y siniestro y un fuerte aumento del gasto público han evitado la aparición de una crisis financiera y moderado el impacto de la bajada en el consumo familiar y la inversión empresarial.

Pero restringir el análisis solo a lo que hemos observado hasta ahora sin considerarlo que está por venir es confundir la gimnasia con la magnesia. La economía rusa está sufriendo el efecto de las sanciones internacionales y, en perspectiva, parece que lo hará todavía más intensamente en el futuro. Vamos por partes.

La dependencia energética europea y las disensiones internas han retrasado la aplicación de las sanciones, pero mientras tanto la Unión Europea ha ido haciendo trabajo y ha asumido el coste del proceso de transición. El impulso al consumo de gas natural licuado procedente de los Estados Unidos, Qatar o Nigeria ha hecho que el peso de Rusia en las importaciones de gas haya disminuido casi a la mitad. Ciertamente, el retraso en las sanciones europeas con respecto al comercio de productos energéticos ha dado mucha vida a la Administración Putin, pero finalmente ha llegado el embargo europeo de las importaciones de petróleo y derivados rusos y la imposición por el G7 de un precio máximo que a buen seguro afectarán al flujo de ingresos exteriores.

Y, aunque la demanda de petróleo y gas natural por parte de China o India se mantenga, ni compensará el descenso del consumo europeo ni tampoco se podrán ofrecer los precios pagados por la Unión Europea. La utilización de terceros países como intermediarios para acceder al mercado europeo evitando las sanciones tampoco saldrá gratis ni proporcionará un rendimiento elevado. Significativamente, Rusia ya está exportando petróleo fuera de la Unión Europea a un precio muy inferior al tope máximo establecido por el G7. Es cierto que muchos de los contratos de suministro de energía son a plazo y con precio fijado, de manera que el superávit exterior ruso parece garantizado este año, pero el tiempo del maná caído del cielo puede haber pasado a la historia. El superávit comercial reciente no es necesariamente un indicio de fortaleza económica.

Además, la mejora de la posición exterior durante el 2022 ha sido también el resultado del fuerte descenso de las importaciones rusas de productos que serían objeto de restricciones. Esencialmente, de todos aquellos que podían ser considerados como tecnologías de uso militar. De esta manera, las adquisiciones de material electrónico, maquinaria eléctrica, equipos de telecomunicación, instrumentos de precisión o material de transporte han sufrido un descenso considerable. Es difícil sustituir estas tecnologías con aportaciones de proveedores alternativos, todavía más cuando el proceso de difusión tecnológica se ha visto críticamente interrumpido por el abandono masivo de las principales empresas multinacionales europeas, norteamericanas y del sureste asiático. Pensar que Rusia puede emprender un proceso de sustitución de importaciones protegiendo la industria nacional sin que salga perjudicado su nivel de productividad es una quimera.

En un nuevo ejercicio de transparencia, el país ha suspendido la publicación de algunas estadísticas económicas, lo que dificulta hacer previsiones esmeradas. Pero hay indicios que hacen pensar en un deterioro del cuadro macroeconómico durante 2023. Las sanciones progresivamente podrían dificultar la capacidad para generar un mayor crecimiento económico en el país. Tendremos que estar pendientes de algunos indicadores. El primero tiene que ver con el equilibrio presupuestario. Menores precios de la energía y dificultades para acceder a nuevos mercados de exportación complicarían la entrada de ingresos en las arcas públicas al mismo tiempo que las demandas del frente de guerra en el exterior, de calma social en el interior y de apoyo (o nacionalización creciente) del tejido productivo probablemente sigan presionando el presupuesto de gastos al alza. Ya se prevé para este año un aumento sensible del déficit público que necesariamente conducirá a mayor endeudamiento, el alza de los tipos de interés y, en última instancia, cambios en la política fiscal y tributaria.

El segundo está relacionado con la estabilidad financiera, con respecto a la evolución de la inflación y del tipo de cambio. Con el acceso congelado a los activos depositados en el extranjero, el banco central ha hecho un esfuerzo considerable para gestionar la evolución del rublo dentro de parámetros favorables. A pesar de la gran entrada de capital procedente de las exportaciones de energía, ya ha consumido casi una cuarta parte de sus reservas y no dispone de demasiados activos líquidos para seguir interviniendo en el mercado de divisas. De manera que, si el entorno internacional es menos favorable, las restricciones a la movilidad de capital irán a más y la captación de inversión extranjera se verá todavía más comprometida. Las tensiones inflacionistas también están en el orden del día, con un IPC estancado a niveles del 12%. Más déficit público y menor fortaleza del rublo pueden agravar la inestabilidad de precios. Los efectos de las sanciones avanzan, pues, a poco en poco y no siempre con buena letra, pero el golpe más fuerte probablemente todavía tiene que llegar.