De la COP a la acción: por qué el futuro climático depende de las competencias que aún no tenemos
- Vanessa Pérez-Cirera / Julia Wolny
- Barcelona. Martes, 25 de noviembre de 2025. 05:30
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Tras el final de la cumbre climática (COP30) —que por primera vez tuvo sede en la región amazónica, en Belém do Pará— es el momento de preguntarse qué realmente puede hacer la diferencia esta vez. La Amazonía no es solo telón de fondo: es advertencia, sistema y esperanza.
En las últimas décadas, el mundo ha multiplicado sus compromisos climáticos y declaraciones de intención. Pero los resultados no acompañan el ritmo de las promesas. Según el Emissions Gap Report 2025 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), las políticas actuales nos encaminan hacia un aumento de temperatura de entre 2,3 y 2,5 °C a final de siglo, muy por encima del objetivo de 1,5 °C establecido en el Acuerdo de París.
El State of Climate Action Report 2025 confirma la misma tendencia: ninguno de los 45 indicadores clave —en energía, transporte o uso del suelo— avanza al ritmo necesario; cinco retroceden y 29 deberían incluso cuadruplicar su progreso antes de 2030. No es un fallo de planificación, sino de ejecución.
Las dificultades heredadas de COP anteriores
Las cumbres han logrado avances importantes: casi todos los países cuentan con Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDCs). Según Climate Watch, al menos 171 Partes han presentado NDCs nuevos o actualizados. Sobre el papel, nunca habíamos tenido tanta planificación climática.
Pero el vacío entre la planificación y la ejecución revela un patrón recurrente. Persisten mecanismos de seguimiento débiles o fragmentados, que dificultan medir avances o corregir desviaciones. La financiación climática sigue siendo insuficiente y muchos países carecen de la capacidad técnica para absorberla.
Las competencias que necesitamos
La transición climática no es solo un reto financiero o político; es un desafío de capacidades humanas y organizacionales. Para pasar de palabras a hechos, necesitamos desarrollar y fortalecer competencias claves a nivel institucional, social e individual.
Lo primero es reconocer la lógica económica de la sostenibilidad y regeneración. Sin esta mirada, la transición siempre parecerá un coste. Adoptando, se ve lo contrario: las inversiones sostenibles reducen riesgos, crean eficiencia, impulsan competitividad y aseguran prosperidad futura. Cada vez más, la transición hacia la sostenibilidad es la condición para seguir generando valor económico duradero.
Segundo, mejorar la coordinación entre regiones y sectores. El vacío de liderazgo tras la retirada de EE. UU. de la COP30 puede abrir espacio a una gobernanza más distribuida. El movimiento Ciudades+B muestra un ejemplo de lo que es posible: ciudadanía, empresas y gobiernos locales trabajando juntos hacia los ODS mediante un liderazgo compartido y descentralizado.
Tercero, traducir metas globales en acciones locales. La transición ocurre en barrios, empresas, escuelas y ayuntamientos. Implica adaptar objetivos a realidades culturales y económicas diversas y valorar la sabiduría de comunidades indígenas y soluciones que emergen del Sur Global.
Hay voluntad de cambio, pero faltan estructuras, procesos y competencias prácticas que permitan que esa voluntad se traduzca en resultados
Cuarto, necesitamos gestión emocional y social del cambio. La transición no es neutra: beneficia a algunos más o antes que a otros. En los últimos años hemos visto retrocesos preocupantes en derechos humanos básicos: libertad de expresión, protesta pacífica, y protección de minorías. Ignorar esta dimensión compromete la cohesión social.
Quinto, hace falta una política de innovación con mirada sistémica. La transición requiere “arquitectos de sistemas”, no solo estrategas. Significa comprender y gestionar cómo las políticas públicas, capital privado y filantropía se unen como agentes de cambio sistémico, que era el mensaje clave en el Impact Forum, organizado por Ship2B en Barcelona esta semana.
Por último, debemos avanzar hacia la gestión del impacto más allá del reporting. Se han desarrollado muchos indicadores y métricas ESG, y esto ha sido necesario. Sin embargo, recopilar datos sigue siendo un gran reto para las PYMES. Es clave crear capacidad tecnológica que permita a la inteligencia artificial liberar tiempo y recursos para gestión real de impactos.
La transición climática exige acompañar a distintas generaciones de profesionales en el desarrollo de estas capacidades. Desde nuestra experiencia formando líderes, vemos cada día que existe voluntad de cambio. Lo que falta, en muchos casos, son las estructuras, los procesos y las competencias prácticas que permitan que esa voluntad se traduzca en resultados.
*Julia Wolny es directora de Máster en Sostenibilidad e Innovación Empresarial de EADA Business School y Vanessa Pérez-Cirera, profesora de Políticas para el Desarrollo Sostenible en EADA y Chief Sustainability Architect en SBB Innovation Lab.