La dimensión de las empresas es uno de los principales problemas de los tejidos productivos de Catalunya y de España. De la preeminencia de estructuras pequeñas en el empresariado se derivan un conjunto de debilidades para las compañías de menor tamaño, e indirectamente para el conjunto de la economía, como son, entre otras, menores niveles de productividad, capacidades innovadoras y exportadoras más bajas, o una menor retribución de los trabajadores. Por lo tanto, dimensionar el tejido productivo se ha convertido en una prioridad de las políticas públicas desde hace tiempo, con éxitos relativos limitados, dadas las dificultades que comporta actuar en este sentido. De hecho, una política que intente aumentar el tamaño de las empresas necesita para ser efectiva de todo el arsenal disponible: fiscalidad, financiación, consultoría estratégica, gestión laboral…

Desde el punto de vista empresarial, dimensionar sus estructuras pasa, tradicionalmente y a grandes rasgos, por el crecimiento orgánico o por recurrir a fusiones o adquisiciones externas. Entre unas y otras aparece una opción interesante, seguramente más utilizada de lo que pensamos y con un grado de compromiso menor, al menos en una primera etapa. Se trata de la cooperación empresarial, también alianza estratégica. A finales del siglo XIX se establece una de las primeras definiciones de una de las figuras de cooperación, la empresa conjunta, y a principios del siglo XX el insigne economista británico Alfred Marshall ya hablaba de la cooperación como alternativa a la fusión de empresas, pero fue a partir de la crisis económica de los años setenta del siglo pasado cuando la cooperación evoluciona con fuerza en paralelo al concepto de competencia, con la intensificación de la concurrencia, la aparición de nuevas estrategias empresariales, y el impulso de la desintegración y flexibilidad productivas. No obstante, su auge en cantidad y variedad tuvo lugar, en buena parte, con la internacionalización de la competencia y la globalización económica a finales de esta centuria, lo que coincidió, también, con una mayor atención por parte de las autoridades económicas, especialmente a escala comunitaria, ya fuera para potenciar la cooperación o para vigilar que no atentara contra la competencia. En el caso de España se puede recordar, por ejemplo, la publicación del Real Decreto 937/1997, que contemplaba el Programa de Cooperación Empresarial, como parte de la iniciativa PYME, referencia normativa clave de los años noventa para promover proyectos colaborativos entre pequeñas y medianas empresas.

Conceptualmente, la cooperación es el acuerdo entre diversas empresas, que comparten parte de sus capacidades, competencias y recursos, pero que mantienen su identidad e independencia, y conservan su propia cultura y estructura, acuerdo del que obtienen beneficios mutuos gracias a la complementariedad. Se trata de otra manera de competir en el mercado, otra forma de alcanzar y aumentar las ventajas competitivas, y no a través de la capacidad interna sino vía relaciones con otras empresas, creándose a menudo vínculos estrechos e igualitarios, sobre la base del consenso y la negociación. De hecho, se sitúa entre el desarrollo propio y el recurso a transacciones del mercado. La búsqueda simultánea de flexibilidad, eficiencia y eficacia explican el interés por esta fórmula, que de tener un interés residual a lo largo del tiempo se ha ido posicionando en el centro de las estrategias de muchas empresas, con ventajas respecto a otras fórmulas. Pone de manifiesto, en definitiva, el deseo creciente de las empresas por especializarse, y es una muestra más de la división del trabajo. No hay que olvidar, además, que la cooperación puede ser un primer paso que lleve a un proyecto estructuralmente más ambicioso, como es la propia fusión entre socios. Se puede decir que la cooperación adopta una nueva dimensión en el momento en que las empresas son capaces de aliarse con sus más directos competidores, configurándose una nueva noción de ella (concepción más amplia y diversa, compromisos más estables y seguros, atención a retos cada vez más urgentes, intensos y de corto plazo, relaciones más estrechas y menos vulnerables, mayores responsabilidades…).

La cooperación es el acuerdo entre empresas, que comparten parte de sus capacidades, competencias y recursos, pero mantienen identidad e independencia

Entre los principales motivos que impulsan la cooperación empresarial en la actualidad se pueden destacar el dinamismo tecnológico-productivo, la globalización de la economía, y la intensificación de la competitividad en los mercados, aunque los factores específicos pueden diferir según sectores de actividad (economías de escala, explotación conjunta de activos, penetración en mercados, reducción de costes y riesgos, aprovechamiento de complementariedades y compartición de recursos, concentración en actividades dominadas…)

El alcance de la cooperación empresarial es muy amplio y multisectorial, y ayuda a lograr objetivos diversos a firmas de diferente tamaño. De hecho, si inicialmente esta estaba más extendida entre las grandes empresas, ahora hay acuerdos entre pequeñas y medianas firmas, entre estas y grandes, y entre grandes corporaciones. De estas últimas destacan las focalizadas en ramas tecnológicamente avanzadas (electrónica, telecomunicaciones, automoción…). Los acuerdos son de diferente naturaleza, pueden afectar múltiples campos, extenderse a todas las áreas de las empresas, y concretarse en formas variadas, con generalmente dos pero también más socios. Los más abundantes son los relativos a los ámbitos de la producción y del desarrollo tecnológico, aunque también cabe destacar los de tipo comercial. A título ilustrativo, ejemplos de figuras de cooperación pueden ser la subcontratación en sentido amplio, las licencias de patentes o los contratos de asistencia técnica en los campos productivo y tecnológico, los consorcios de exportadores o las franquicias en el área comercial, y, en sentido más genérico, las joint-venture y las agrupaciones de interés económico en los ámbitos mercantil y de financiación.

Específicamente, según su naturaleza los acuerdos de cooperación pueden ser de tipo vertical, básicamente entre proveedores y clientes, y de tipo horizontal, ya sea entre empresas competidoras o entre firmas complementarias. Cabe decir que la cooperación vertical está estrechamente vinculada a la actual complejidad tecnológica, se despliega entre actividades de producción cercanas y favorece la especialización de las empresas, mediante, principalmente, la subcontratación entre empresas. Seguramente este tipo de cooperación es la más habitual, aunque la más complicada es la horizontal entre competidores.

La cooperación, no obstante, también tiene inconvenientes, entre los cuales destaca la pérdida de las ventajas estratégicas que se persiguen con ella por el hecho de que los socios puedan aprovecharse de la colaboración, por ejemplo, para aprender tecnologías clave o para penetrar en mercados. Otros inconvenientes son la pérdida relativa de la autonomía en las decisiones y de cierto poder propio, la existencia de culturas empresariales diferentes, la necesidad de implementar una coordinación continua entre socios y de constituir un cuerpo organizativo, la posibilidad de intereses divergentes entre los socios y de aparición de desconfianza entre ellos, la implementación de cierta cautela y de medios de vigilancia y seguimiento, la necesidad de definir un equilibrio de fuerzas, de influencias y de poder dentro del acuerdo, y la aparición de represalias externas, por ejemplo por parte de empresas competidoras. Confianza, reciprocidad, establecimiento de buenas relaciones, existencia de riesgos futuros…, son ingredientes del éxito de la cooperación empresarial.

Hay que intensificar los esfuerzos para hacer de la cooperación una de las líneas estratégicas principales para dimensionar el tamaño de las empresas

Actualmente, en Catalunya hay una cultura sobre la cooperación empresarial bastante extendida, aunque tradicionalmente se ha evidenciado una relativa resistencia por parte de muchas empresas a colaborar con otras firmas, a pesar de que los empresarios han considerado siempre que es una estrategia útil y necesaria. He aquí que esta resistencia puede ser uno de los motivos de la desaparición en Catalunya de actividades industriales que contaban hace años con una fuerte implantación de tejido productivo, como es el caso de los electrodomésticos de línea blanca o de los vehículos de dos ruedas. Incluso, se podría considerar que la cultura y la idiosincrasia catalanas no han sido en el pasado muy favorables a la cooperación empresarial, algo especialmente evidente en comparación con el tejido de otros territorios, mucho más proclives a la cooperación, como el País Vasco y la Comunidad Valenciana, donde determinados sectores se han podido reestructurar, en parte, gracias a esta opción estratégica.

En los últimos años la realidad en Catalunya ha mejorado significativamente en este sentido. Dos ejemplos. La política de clústers desplegada por la Generalitat, que se fundamenta en la cooperación empresarial estructurada, sobre la base de compartir unos intereses estratégicos comunes, sobre todo de carácter comercial, para impulsar la competitividad individual. Actualmente, la agencia para la competitividad de la empresa catalana de la Generalitat, ACCIÓ, tiene acreditados 27 clústers, que agrupan más de 3.000 empresas y agentes, que facturan más de 80.000 millones de euros. Un segundo ejemplo es la cooperación para la innovación. Esta crece, como indica el "Barómetro de la innovación y la transformación digital y verde en Catalunya 2025", elaborado por ACCIÓ, aunque aún se mantiene por debajo de indicadores similares de otros países europeos. Según este informe, en 2024 un 68,9% de las empresas consultadas ha colaborado en la innovación (66,2% en 2023), principalmente con proveedores, consultores especializados, clientes, y centros tecnológicos y de investigación. Por otro lado, no se pueden olvidar los esfuerzos de muchas pequeñas y medianas empresas encaminados a la construcción de redes de cooperación, como es el caso de firmas de servicios profesionales que amplían sus ámbitos de mercado —sectorialmente y territorialmente— por esta vía.

A pesar de la positiva evolución seguida por la cooperación empresarial en Catalunya en las últimas décadas, no se puede bajar la guardia e, incluso, hay que intensificar los esfuerzos para hacer de ella una de las líneas estratégicas principales para dimensionar el tamaño de las empresas. Al respecto, se puede pensar, por ejemplo, en la creación de un instrumento de fomento de la cooperación empresarial dinámico mediante agentes expertos, que sobre la base de su conocimiento de los sectores y de sus contactos —y confianza— con las empresas, propongan la creación de alianzas y acuerdos entre firmas, y las acompañen en su definición y en sus primeras etapas de vida para dar estabilidad y perdurabilidad a la relación.