Hace tiempo que la ciencia económica determinó que la capacidad de generar riqueza en una nación dependía de la adecuada gestión de componentes esenciales como el capital físico o de inversión, el capital humano, los activos netos frente al exterior y los recursos naturales. También hace tiempo que economistas clásicos determinaron que el capital más valioso es el que se invierte en seres humanos. Eran estimaciones subjetivas, sin base empírica, y no ha sido hasta hace una década que el Banco Mundial lo ha cuantificado al determinar que el capital humano representa más del 64% del total de la riqueza mundial total, 2,5 veces superior al valor del capital físico y hasta siete veces por encima del valor de los recursos naturales. En el caso de España, el Banco Mundial estima que el valor del capital humano supone el 63% de la riqueza neta del país.

El capital humano de una persona determina su capacidad de participar de forma efectiva en la producción de bienes y servicios. Depende, esencialmente, de su productividad; que a su vez depende básicamente del valor de su formación, de sus habilidades y conocimientos, y de los años de vida laboral que tenga por delante.

Hasta ahora apenas se tenían evidencias del valor real del capital humano en España; una tarea, por otra parte, bastante complicada de determinar por la disparidad de elementos que lo componen. Y no ha sido hasta que la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie) han publicado a finales del 2022 su impactante y detallado estudio El valor económico del capital humano en España y sus regiones, con el que hemos podido conocer con detalle las claves de este elemento vital para la generación de riqueza en nuestro país ahora y en el futuro.

El estudio analiza los datos económicos y sociales desde el comienzo de este siglo y la última actualización de sus principales magnitudes viene a determinar que el valor del capital humano en España actualmente es de 15,2 billones de euros. Una cifra que puede impactar más o menos, pero a la que acompaña el dato preocupante de que su valor ha sufrido una pérdida acumulada del 5,6% desde el año 2000. En términos per cápita el valor del capital humano en España actualmente es de 320.975 euros por persona, y lo mismo que en el caso de las magnitudes absolutas, lo preocupante es que muestra una caída del 19,1% desde comienzo de siglo. Las proyecciones que hace el estudio sobre su evolución a futuro no son ya preocupantes, sino aterradoras. En los próximos quince años ese valor caerá más del 16% y en el horizonte del 2050 habrá perdido otro 19% de su valor.

Estamos ante un declive continuado y sostenido del principal elemento de creación de riqueza nacional. El valor del capital humano en España, el componente base para determinar nuestro bienestar futuro, se va por el sumidero. No cabe otra conclusión tras la revisión de este apabullante estudio de BBVA e Ivie, cargado de datos y argumentos y sobre el que no tenemos explicación del porqué no está en todos los despachos relevantes y no centra buen aparte del debate político y social de este país. Hablamos de nuestra capacidad de generar riqueza, de bienestar, de desarrollo, de supervivencia; algo bastante más inquietante, relevante y crucial que la multitud de estupideces que centran actualmente el diálogo político y social.

Y, ¿sobre qué habría que debatir? Pues lo primero sería sobre el principal elemento del declive del valor de ese capital humano, que no es otro que el envejecimiento de la población. Y eso implica abrir en canal y examinar con múltiples perspectivas el tema de la jubilación y de si podemos permitirnos la pérdida de capital humano asociado a tantos mayores perfectamente útiles y ampliamente desaprovechados. El estudio señala que solo el retraso en la edad de jubilación puede ser eficaz para contener en buena parte la pérdida de nuestro capital humano. Una jubilación a los 70 años, señala, incrementaría más del 15% su valor. Se trata de una cuestión de compleja solución, pero que tarde o temprano centrará buena parte del debate nacional. Abordar el envejecimiento implica abrir también en canal toda la cuestión de la inmigración para intentar incorporar talento de fuera para compensar la pérdida del que sufrimos dentro. Otro asunto peliagudo que habrá que abordar sin complejos si queremos que el caudal del sumidero disminuya.

La segunda cuestión esencial que debería centrar el debate sobre el declive del capital humano en nuestro país es el de la formación de cada individuo. En realidad, la formación es el pilar básico del capital humano de una persona y de lo que cada uno invierta en ella dependerá su productividad y su capacidad de contribuir a la generación de riqueza. Hay que ser realistas y convenir que resolver el tema del envejecimiento de la población va a ser complicado y que la forma eficaz de revertir el declive del valor del capital humano es revalorizar al máximo la formación como elemento base de la productividad. Tarea ingente que sí demanda debate y acuerdo duradero. La situación actual es demencial. Con el paro en general por las nubes y el juvenil en particular en la estratosfera, las empresas de este país no encuentran personal cualificado para cumplir sus tareas. La brecha educativa es ya abismal. Los centros formativos enseñan una cosa y las empresas demandan otra completamente distinta. Hay centros que pasan de los currículos oficiales y tratan de ofrecer formación avanzada con planes que diseñan por su cuenta; los estudiantes están a la que salta y experimentan todo tipo de opciones de formación para acercarse lo más posible a la realidad del mercado; las empresas hacen lo que pueden en formación para obtener los profesionales que necesitan ante un sistema inoperante. Mientras, en el Ministerio de Educación y Formación Profesional, se limitan a maquillar la situación sin ningún programa de fondo que aborde de verdad esta cuestión del divorcio suicida entre formación y demandas empresariales. El último informe de KPMG y la Fundación Princesa de Girona, Caminos que convergen: jóvenes y empresas ante el reto del talento, certifica esta situación y señala que nada va a cambiar, que todo va a ir a peor y que lo que nos espera a partir de 2030 es desolador. Las aulas, por un lado, y las empresas, por otro. Las causas de este desajuste a las que se refiere el informe son cinco. Los planes formativos no están alineados con las funciones a desarrollar en las compañías. La elección formativa no está emparejada con la demanda real del mercado laboral. Hay una escasez de oferta académica relacionada con los roles en auge. Existe una carencia de programas formativos y de desarrollo en las compañías. Y falta información para los estudiantes sobre las salidas profesionales de las opciones formativas. ¿No ha llegado el momento de hablar con seriedad de estas cuestiones vitales?

Vuelvo sobre cómo es posible que un estudio como el de BBVA e Ivie, de esta envergadura, con estos datos, con estas conclusiones, con estas proyecciones, no esté en la base de todo el diálogo social actual. Todos somos responsables de alto nivel de puerilidad social en el que estamos inmersos, que hace casi imposible detectar lo que de verdad importa. Pero ya nos vale. Aquí se habla de riqueza nacional y de qué es lo que impulsa ese valor y de cómo todo ese potencial se está precipitando por el desagüe. Y nadie se inmuta. Estamos en rumbo de colisión contra el iceberg, pero no importa, la orquesta sigue tocando.