EE. UU. ha pasado de imponer unos tipos arancelarios al resto del mundo del 2% de media a un 16% efectivo en la actualidad, el nivel más alto desde los años 30. En principio, el efecto de un incremento sobre los precios de venta que pagan consumidores y productores depende de lo que los economistas llaman elasticidad-precio de los productos. Cuanto más “inelástico” al precio sea un producto —es decir, cuanto menos sensible sea la demanda a las variaciones en el precio— más margen tendrán las empresas importadoras y exportadoras para intentar mantener precios y márgenes y trasladar la carga a los consumidores. A su vez, la elasticidad-precio de un producto dependerá de diversos factores, como por ejemplo el grado de competencia o hasta qué punto sea sustituible por otros productos similares. La experiencia de la primera presidencia de Trump apunta al hecho de que en muchos casos el coste de los nuevos aranceles se repercutió mayoritariamente en los consumidores y productores estadounidenses, que acabaron siendo los principales perjudicados.

No obstante, parece que esta vez el impacto de los nuevos aranceles sobre la inflación en EE. UU. es bastante moderado. Hay evidencia de aumentos de precios en algunos productos como electrodomésticos, artículos deportivos, juguetes o componentes de automoción, por ejemplo. Pero la reducción de los precios en otros apartados del índice general, como los vehículos usados o la energía, lo compensa. Por otro lado, es posible que las empresas importadoras estadounidenses estén absorbiendo parte del impacto, en lugar de repercutirlo enteramente a los consumidores, en un contexto favorable asociado a unos márgenes saneados. También hay que tener en cuenta que algunas compañías han adelantado previsoriamente sus compras, llenando sus inventarios de mercancía no afectada aún por los nuevos aranceles. También hay indicios de que algunas empresas exportadoras a EE. UU. podrían estar absorbiendo parte del impacto en sus márgenes. Finalmente, un factor que los exportadores podrían tener en cuenta en este caso es la menor tolerancia de los consumidores estadounidenses a nuevas subidas de precios tras los últimos brotes inflacionistas, mientras que, por otro lado, los últimos ejercicios han sido positivos para los márgenes, que contarían con cierto colchón para absorber el choque arancelario. Según algunas estimaciones, los exportadores estarían absorbiendo un 20% del incremento, mientras que el 80% restante se lo repartirían a partes iguales entre las empresas importadoras y los consumidores estadounidenses. Aun así, la capacidad de absorción de los incrementos arancelarios por parte del sector empresarial no es ilimitada, y en los próximos trimestres podría registrarse un mayor grado de repercusión de costes a precios del que se ha evidenciado hasta ahora.

En conjunto, cabe reconocer que los hechos están desmintiendo los pronósticos iniciales de muchos economistas ante el choque arancelario, apostando por un fortalecimiento del dólar, acompañado de un mayor riesgo de estanflación (inflación con estancamiento económico). La previsión de consenso apuntaba a una pérdida de una décima de PIB en EE. UU. por cada punto porcentual de incremento de las tarifas arancelarias. En realidad, el dólar ha registrado el descenso más intenso en un semestre desde hace décadas. Mientras que los ingresos derivados de los nuevos aranceles representan un flujo de unos 300.000 millones de dólares (en cálculo anual) para el Tesoro estadounidense (unas cuatro veces más que con la presidencia anterior). La debilidad del dólar estaría reflejando la pérdida de confianza en la divisa americana y los esfuerzos por diversificar los destinos del ahorro mundial. Por otro lado, el extraordinario dinamismo de la economía y la ausencia de estanflación se puede explicar, al menos en parte, por el intenso ciclo inversor desencadenado por la inteligencia artificial. Las grandes empresas estadounidenses han incrementado notablemente la inversión en IA, mientras que el elevado nivel de cotizaciones de la bolsa es testimonio de las expectativas alcistas asociadas a los nuevos modelos de lenguaje generativo a gran escala. Otro factor adicional que ayuda a explicar la fortaleza de la economía estadounidense en pleno choque arancelario es el impulso fiscal de la nueva administración.

A medio y largo plazo, las consecuencias negativas de estas políticas acabarán siendo evidentes

En conclusión: el impacto negativo de las nuevas tarifas podría intensificarse en los próximos trimestres, especialmente si continúan escalando, pero de momento las fuerzas que impulsan la economía estadounidense (progreso tecnológico y apoyo fiscal) parecen estar compensando con creces los efectos más perjudiciales de la nueva política arancelaria en EE. UU. Por tanto, la administración Trump tiene argumentos para seguir convencida de que sus políticas representan un “buen negocio” para la economía de su país. A medio y largo plazo, sin embargo, las consecuencias negativas de estas políticas acabarán siendo evidentes, a medida que el proteccionismo generalizado socava las bases que impulsan el dinamismo de la economía mundial —incluida la estadounidense.