¿Se están aprovechando las empresas españolas de la inflación importada para aumentar desmesuradamente sus márgenes de beneficio? La respuesta breve, utilizando datos agregados de las sociedades no financieras, es negativa. Ahora bien, es importante subrayar que se observan grandes diferencias por sectores y tamaños. En sectores atomizados, con predominio de microempresas y patrones de demanda muy sensibles al precio de mercado, es más difícil repercutir costes a precios que en sectores con una demanda más inelástica y un número reducido de operadores.

Si se consideran los valores medios del conjunto de las empresas, los beneficios suelen mostrar un comportamiento procíclico. Es decir, los excedentes de explotación tienden a aumentar más que el PIB en las fases de recuperación o expansivas, a medida que aumenta el grado de utilización de las capacidades productivas, y tienden a disminuir más que proporcionalmente en las etapas contractivas, cuando la utilización de la capacidad instalada cae por debajo de su valor normal. Los datos de la Contabilidad Nacional por Sectores Institucionales que publica el INE, confirman que el excedente bruto de explotación de las sociedades no financieras españolas ha aumentado un extraordinario 42,9% entre el primer trimestre de 2021 (cuando cayó a mínimos de los últimos 15 años) y el tercero de 2022, coincidiendo con el reciente período inflacionista, mientras que la masa salarial total de los empleados por las sociedades aumentaba a un ritmo inferior, del 13,4% en el mismo período. Ahora bien, entre el cuarto trimestre de 2019 (justo antes de la pandemia) y el primero de 2021 el excedente bruto se desplomó un –36,2%, mientras que la caída de la masa salarial fue del –9%.

No ha de extrañar que los beneficios de las empresas muestren una mayor volatilidad en comparación con el PIB y la masa salarial a lo largo del ciclo –de hecho, los beneficios se justifican, en parte, por la asunción de riesgos propia de la actividad empresarial, que se refleja en un mayor rango de fluctuación comparado con el de otros agregados económicos. Por lo tanto, la clave para determinar si las empresas, en su conjunto, están aumentando “excesivamente” sus márgenes en un contexto inflacionista, es observar cómo evoluciona la relación entre el excedente y la masa salarial con una cierta perspectiva histórica. Y lo que muestran los datos del INE es, en primer lugar, una caída abrupta del porcentaje que representan los beneficios (acumulados de 12 meses) con relación a los salarios durante la fase más crítica de la pandemia (hasta llegar a mínimos del 60%) y un retorno a niveles más próximos a los valores anteriores a la pandemia durante la recuperación (sobre el 70% en el tercer trimestre de 2022). Sin embargo, los niveles alcanzados aún se encuentran significativamente por debajo de los valores medios durante la fase alcista del ciclo anterior –cerca del 80% entre 2014 y 2018.

Entre 2021 y 2022 la inflación en España ha sido, fundamentalmente, un fenómeno importado, como pone de relieve el amplio diferencial que se observa entre el IPC –que mide los precios de los bienes y servicios de consumo, incluyendo los importados y los componentes importados de los bienes producidos domésticamente– y el deflactor del PIB –que mide los precios asociados al valor añadido por las empresas en el propio país, excluyendo los bienes importados. Ahora bien, en un contexto de recuperación económica, en el que las empresas tienden a recuperar sus márgenes de beneficio, el aumento de los costes de los bienes importados que entran como inputs intermedios en el proceso productivo se acaba trasladando gradualmente a los precios de los bienes finales. Es justamente este fenómeno lo que explica que en diciembre la inflación subyacente se situara por encima de la general. Y en la medida en que los asalariados traten de recuperar la pérdida de poder adquisitivo registrada estos últimos dos años, a lo largo de los próximos dos o más años, sin que los aumentos salariales estén justificados por incrementos proporcionales en la productividad del trabajo, las empresas intentarán repercutir también el aumento de los costes laborales a precios en la medida que se lo permita la situación económica. El resultado final será, con toda probabilidad, una mayor persistencia de la inflación por encima del 2% durante al menos dos años, sin que necesariamente los salarios reales –descontando la inflación– recuperen los valores anteriores a 2019 a corto o medio plazo.

El objetivo de la política monetaria es precisamente crear las condiciones que dificulten a las empresas repercutir costes a precios y a los trabajadores exigir aumentos salariales en línea con la inflación observada en el pasado, cuando esta supera el objetivo. Y la manera de conseguirlo es subiendo los tipos de interés hasta reducir suficientemente la demanda efectiva con la relación a la oferta productiva –aunque el desencadenante inicial de la inflación haya sido principalmente un problema de oferta, y no un exceso de demanda. En el caso de la zona del euro, veremos nuevas subidas de tipos de interés durante un cierto tiempo, hasta que se alcance el objetivo de estabilidad de precios marcado por el BCE. Y es probable que se multipliquen las voces en favor de ajustar moderadamente al alza este objetivo, quizá hasta el 3% –cosa que no sucederá a corto o medio plazo, ya que socavaría la credibilidad del banco central, pero que sí podría ocurrir a más largo plazo, teniendo en cuenta la demostrada pérdida de margen de maniobra de la política monetaria cuando el objetivo de referencia es demasiado cercano a 0.

Los salarios reales deberían aumentar tendencialmente al mismo ritmo que la productividad del trabajo, y éste no ha sido el caso. Se debería facilitar la traslación de los beneficios empresariales en inversión productiva

En tendencia y a largo plazo, asumiendo que las empresas operasen con un margen de beneficio normal en promedio a lo largo del ciclo, los salarios reales deberían aumentar tendencialmente al mismo ritmo que la productividad del trabajo. El hecho que a lo largo de las últimas décadas éste no haya sido el caso, ni en España ni en muchas otras economías desarrolladas, revela un aumento tendencial de los márgenes de beneficio, que a su vez cuestiona –entre otros factores– el grado de competencia efectiva en algunos mercados. Este hecho, y no la recuperación coyuntural de los márgenes estos dos últimos años, es la cuestión clave que debería centrar la atención. Por otro lado, un acuerdo social y político que busque ser efectivo no debería centrarse tanto en la contención de los márgenes, como en facilitar la traslación de los beneficios empresariales en inversión productiva. Si los márgenes recuperan valores normales y, con la expectativa de unas rentabilidades suficientemente atractivas, la inversión aumenta en la misma o mayor proporción, aumentarán la productividad y el empleo y, por ambas vías, la remuneración por asalariado y la masa salarial en su conjunto. En cambio, una disminución de los márgenes que reduzca las expectativas de rentabilidad y comporte un descenso de las inversiones tiene un impacto negativo en el empleo –y probablemente también en la masa salarial, en la medida que el descenso de la ocupación no sea compensado suficientemente por el aumento en la remuneración por asalariado. Es una “ley de hierro” del capitalismo que es conveniente no ignorar, pero que sí es posible poner al servicio del interés general, con políticas públicas que incentiven la inversión productiva, protejan los derechos básicos de todos los trabajadores y velen por la libre competencia en todos los mercados.

Cuando predomina la libre competencia, como es el caso en amplios sectores de la economía, las empresas no se aprovechan de la inflación. Es la sociedad la que aprovecha plenamente las capacidades productivas movilizadas por la iniciativa empresarial, justificando su función esencial. Lo cual no excluye reconocer que el grado de competencia puede haber disminuido tendencialmente en algunas ramas de actividad en las últimas décadas, elevando los márgenes de beneficio en determinados sectores de manera estructural –con independencia de los vaivenes coyunturales de la inflación. De aquí que el análisis con cifras agregadas ilumine sólo hasta cierto punto, ocultando al mismo tiempo el hecho que la inflación puede afectar de manera muy diferente a empresas de diferentes sectores.