Altcoins, bitcoins, burbujas y precipicios

- Fernando Trias de Bes
- Barcelona. Domingo, 20 de julio de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 2 minutos
Esta semana Bitcoin ha alcanzado nuevos máximos históricos. La confirmación de ser “oro digital”, nos dicen. Las altcoins, esas criptomonedas alternativas, también están en máximos. Qué bien.
Se trata de versiones aún más especulativas del experimento criptográfico. Ante este escenario, mantengo mi convicción y valoración que desde hace una década sostengo: Bitcoin no es dinero real. Y la epidemia de altcoins solo refuerza ese diagnóstico.
Las altcoins se presentan como mejoras técnicas o con funcionalidades específicas. Pero son una proliferación masiva de monedas sin ningún respaldo sólido. Pruebas: uno, el apalancamiento narrativo. Cada altcoin sale al mercado con una historia atractiva sobre privacidad, escalabilidad, contratos inteligentes o nuevas finanzas descentralizadas. Historias que suenan bien, pero que rara vez se materializan en usos reales o sostenibles. Dos, su comportamiento en los mercados: extrema volatilidad y falta de liquidez. Muchas de estas monedas han perdido más del 90% de su valor en semanas. Se trata de pura especulación, con inversores que buscan multiplicar su inversión sin considerar ningún fundamento más allá de la reventa.
Las criptomonedas privadas no cumplen las funciones esenciales del dinero. No es medio de intercambio: nadie paga su pan, su café o su alquiler con bitcoins. Y no es depósito de valor: no hay nada detrás que lo respalde. Su cotización depende exclusivamente de que alguien esté dispuesto a pagar más que tú mañana. Eso no es valor. Es fe.
Mantengo mi convicción y valoración que desde hace una década sostengo: Bitcoin no es dinero real.
El fenómeno Bitcoin se sostiene sobre una narrativa. La narrativa de que es escaso. De que es descentralizado. De que los bancos centrales destruirán nuestras monedas fiduciarias. De que quien no compre, se queda fuera de la próxima gran oportunidad. Es un impulso emocional, no racional. Pero es lo que mueve hoy a millones de compradores.
No estoy solo en esta lectura. Paul Krugman, premio Nobel de Economía, ha comparado Bitcoin con una religión. Nouriel Roubini lo ha llamado “la madre de todas las burbujas”. Joseph Stiglitz propone directamente su prohibición. Robert Shiller, también Nobel de economía, lo cita como un caso paradigmático de burbuja mediada por el relato. Cuatro nombres que, desde el pensamiento económico serio, advierten de lo que estamos viviendo.
Sé que muchos creen que una burbuja con millones de participantes no puede explotar. Pero la historia dice lo contrario. En 1929, millones de americanos tenían acciones. Todos pensaban que, con tantos millones de personas, era imposible que estampida. Y entonces, se hundió todo. Que una multitud se precipite hacia un abismo no significa que no haya abismo.
Tampoco el tiempo transcurrido es garantía de solidez. La burbuja inmobiliaria duró cerca de diez años. Era global, masiva, transversal. Su estallido fue lento, pero devastador. Bitcoin lleva ya quince años. Eso no lo hace más seguro. Lo hace más peligroso. Porque cuantos más participantes haya, mayor será el impacto de la caída.
Una burbuja, aunque masiva, sigue siendo burbuja. Miles de personas pueden correr hacia el barranco. Pero el barranco sigue ahí
Y las caídas ya han ocurrido. Llevamos ya tres episodios con pérdidas superiores al 50% en pocas semanas. Tres desplomes históricos. Aun así, la narrativa se recompone y vuelve a empezar. Pero el mecanismo es siempre el mismo: subidas impulsadas por expectativas y fe. Hasta que alguien deja de creer, y el castillo de naipes se viene abajo.
La escasez programada (los famosos 21 millones de bitcoins) alimenta el relato de que se trata de un “oro digital”. Pero escasez no es lo mismo que valor. El oro tiene usos industriales, históricos, culturales. El Bitcoin no. Solo tiene la promesa de que otro vendrá después. Y cuando ese “otro” no aparezca, vendrá la caída.
Las criptos y sus versiones extremas (las altcoins) no son dinero, ni refugio, ni inversión. Una burbuja, aunque masiva, sigue siendo burbuja. Miles de personas pueden correr hacia el barranco. Pero el barranco sigue ahí. Por muy grande que sea la euforia, por muy alto que esté el precio, por mucho que lo compre medio mundo, una burbuja sigue siendo una burbuja.
Insisto, podemos permanecer diez años más así. Pero, en algún momento, todo esto se derrumbará y no quedará nada.
Y cuando digo nada quiero decir exactamente eso: nada.