La sequía es uno de los grandes temas políticos y económicos del momento. Especialmente en la cuenca mediterránea. Y con especial gravedad se ha vuelto un asunto de primer orden en Catalunya, donde la mayor parte de la población ha empezado a estar sometida a restricciones en el consumo. Después de más de 10 años de total inactividad en la inversión en infraestructuras de gestión del agua (desalinizadoras, mecanismos de recuperación, actuaciones para reforzar el ahorro y la eficiencia en el consumo...), ahora, con todas las alarmas sonando, los planes de emergencia incluyen intentar recuperar el terreno perdido.

La última gran sequía, en 2008, cuando se ejecutaron las desalinizadoras existentes, ya apuntó el problema actual, y los efectos del cambio climático nadie puede argumentar que no hayan sido ampliamente difundidos. Así que, ciertamente, la falta de previsión en inversiones de gestión del agua es un caso flagrante de miopía estratégica de los dirigentes catalanes de los últimos 15 años, dejémoslo en década si absolvemos a los que tuvieron que lidiar con la crisis financiera post 2008. Pero no es hacia atrás donde tiene interés echar la mirada, sino hacia adelante. Y no es en la lista de actuaciones urgentes e imprescindibles, sino en el debate que no tuvimos y deberíamos tener.

La falta de previsión en inversiones de gestión del agua es un caso flagrante de miopía estratégica de los dirigentes catalanes de la última década

La falta estructural de agua, la necesidad de gestionar con eficiencia su consumo, tiene, o puede tener, un efecto demoledor en muchas regiones de España, en esta cuenca mediterránea, antiguo paraíso, especialmente en Catalunya. ¿Cómo de central es el agua en nuestro modelo de economía y de sociedad? ¿Cómo debemos prepararnos para un futuro de restricciones? ¿Cómo cambiaría nuestro modo de vida si el paisaje en un futuro que ya está aquí se parece más a Marruecos o a Israel que al Mediterráneo de nuestros abuelos? El paisaje condiciona a cualquier país, por supuesto, pero ¿cómo afronta un territorio un momento de cambio acelerado en sus características físicas?

La economía del levante español es muy dependiente del turismo; es una economía muy centrada en el visitante, ya sea turista, congresista, jubilado o recientemente nómada digital. Nuestra competitividad o atractivo para las inversiones, la regional o la de ciudades como Barcelona, con frecuencia se sitúa en posiciones de liderazgo en los ránkings por la calidad de vida, que ayuda a camuflar peores notas en otras variables. Nuestra calidad de vida, depende en gran medida del clima. Si cambiamos el clima, ¿cómo cambiará nuestro entorno? Un primer impacto de gran nivel es en el sector turístico, nada menos que el 12,8% del PIB de España en 2023, otro 12% en Catalunya, y 14% si hablamos de empleo. ¿Si la cuenca mediterránea pasa a ser un terreno baldío, seco, con restricciones de agua, o con temperaturas insoportables en verano… ¿cómo se transformará esta industria?, ¿habrá que aprender de Tel Aviv, de Dubai?, ¿se desestacionalizará… o caerá en picado?

Un primer impacto de nivel es en el turismo, nada menos que el 12,8% del PIB de España, otro 12% en Catalunya, y 14% si hablamos de empleo

Otros sectores verán estructuralmente cambiada su realidad, la agricultura y la ganadería, conformadores de paisaje; la industria, ¿deberemos renunciar a algún tipo de industria? Las actividades relacionadas con la gestión del agua ganarán relevancia. La inversión privada en el sector debería multiplicarse (confiemos que los apóstoles del decrecimiento y del subsidio caído del cielo no pongan trabas esta vez a la iniciativa de los hoteleros de Lloret). ¿La relación de los ciudadanos del territorio con su propio región de nacimiento cambiará? ¿Dejará de ser el lugar al que siempre queremos volver? ¿Dejará de ser el destino de nuestros veraneos? ¿Dejaremos de tener el jardín del Edén al lado de casa? ¿Cómo afectará todo esto a nuestro modo de vida? Estamos poco preparados para vivir en la escasez y caernos unos puntos en riqueza. La pérdida de poder adquisitivo per cápita ya es uno de los grandes temas del debate económico reciente, progresamos menos en este sentido que nuestros vecinos. Por pérdida de productividad, por peor reparto de la riqueza… ¿cómo impactará que el territorio se nos vuelva hostil?

Cuando hayamos afrontado con solvencia lo urgente (en la sala me ha parecido oír algunas risas), vayamos a confiar en que sí, deberíamos seguir con lo importante. Que una más que deseada agua de mayo o lluvia de abril no nos haga olvidar el problema de fondo. Hay que prepararse para un cambio estructural en el clima y en el acceso al agua. Nos reímos de los negacionistas trumpistas del otro lado del Atlántico o nos indignamos con la polución de los industriosos y pujantes orientales, y cuatro experimentos de reciclaje urbano nos hacen sentir avanzados en la lucha contra el cambio climático, y, sin embargo, le hemos dado a los informes científicos una lectura de TikTok. ¿Por qué no tenemos un debate de fondo sobre cómo el cambio climático transformará nuestro paisaje, ergo nuestras vidas? Algunos defenderán el decrecimiento y otros la vida en la cueva, yo opto por hacer de la sostenibilidad un nuevo paradigma de crecimiento y prosperidad. Sin alejarse tanto del asunto acuífero, ¿podemos transformar el país pensando en un territorio más cálido y más seco? ¿Podemos mantener la huella del sector primario y del vinícola en nuestro paisaje en un entorno de escasez de agua? Hemos perdido peso en industria, pero está en todas las agendas recuperarlo, y si no tenemos en cuenta las restricciones climáticas tiene todo el sentido del mundo, entonces, ¿cómo lo hacemos? ¿Es razonable volver a ser potencia industrial si no tenemos agua? ¿Cómo lo hacemos posible?

¿Cómo salvamos la economía de la visita que tanto nos sostiene? Nuestro paisaje urbano, las ciudades, los pueblos de costa, se han dibujado arrastrados por el modo de vida y el empuje del turismo. Si en 10 años los agostos son impracticables y las piscinas cuesta el triple llenarlas… No sé si tenemos aún todas las respuestas, se intuye que las infraestructuras para desalinizar y recuperar agua serán fundamentales, y cuando un bien pasa a ser fundamental el manual del sentido común nos dice que al lado del impulso y salvaguarda pública hay que proveer mercado privado, o si no, no llegamos. A mí me parece una evidencia, pero no descartemos nuestra propia ceguera, que con la vivienda seguimos con los ojos tapados complicando a nuestros hijos construir un hogar, nada nos garantiza no tener miopía ignorante con el agua también.

El precio del agua debería empezar a ajustarse a su realidad de bien escaso, así como la lógica del ahorro y pactos sociales entre territorios

El precio del agua más pronto que tarde debería empezar a ajustarse a su realidad de bien escaso. La lógica del ahorro debería empezar a impregnar cualquier actividad, doméstica y económica. Las interconexiones con los territorios con mejor provisión de agua obligarán a nuevos pactos sociales. La lucha por el agua es un motor ancestral de la antropología, explica guerras y migraciones, alianzas y fobias. Pues eso.

Se hace complejo adivinar en qué medida cambiaremos el mix de actividades: ¿iremos a industrias menos intensivas en agua o aprenderemos a hacer un uso más eficiente?, ¿cambiaremos cultivos o regaremos mejor?, ¿llenaremos los pisos de costa con los ciudadanos con problemas de acceso a la vivienda o desestacionalizaremos el turismo?, ¿nos pareceremos más a Israel y a Abu Dhabi o a Marruecos y Egipto? A los que nos querían Dinamarca del sur se les pasó que teníamos más números de parecer la Dubai del norte. Si queremos seguir atrayendo visitantes, ser economía de talento, que es nuestro mejor recurso, habrá que resolver cómo nos ducharemos. En esencia, el debate futuro, en relación al agua no es solo que debemos gestionarla mejor, sino cómo podemos mantener nuestro modelo de vida y económico con la necesaria nueva manera de gestionar el recurso. ¿Queremos hoteles eficientes con el uso del agua o cerrar los hoteles?, ¿gimnasios con capacidad para reciclar el agua o salimos a correr por la calle? ¿La economía de la calidad de vida que ha marcado nuestro territorio durante décadas, puede seguir siendo uno de los leitmotivs del Mediterráneo español o hay que inventarse otra? La respuesta espero sea inteligente y colectiva, porque es un reto para toda nuestra sociedad. Tenemos un entorno muy privilegiado, se nos va a volver más hostil. El reto de aprender a vivir en la nueva escasez, de obtener y gestionar el agua de nuevas formas para poder preservar todo lo bueno de nuestro modo de vida y modelo económico podría ser uno de los grandes retos de toda una generación. Espero que en 30 años, seamos un modelo de gestión del recurso hídrico y vengan del norte a aprender a vivir en entornos cálidos y secos.