La preocupación por el impacto ambiental, social y económico de las empresas ha ido tomando relevancia a lo largo de las últimas décadas. De hecho, la responsabilidad social corporativa (RSC) se ha consolidado como un pilar fundamental para cualquier empresa que desee ser relevante en el mercado actual. Y evidentemente este concepto ha sido trasladado también en el marco de las inversiones, donde la inversión en productos financieros que cumplen con las normas de RSC está ganando cada vez más impulso.

Aunque los primeros fondos de inversión socialmente responsables surgieron ya a finales del siglo XX, el concepto de inversión RSC en sí mismo no se consolidó hasta 2005, cuando las Naciones Unidas respaldaron la creación de los Principios para la Inversión Responsable. Con esta formalización, la ONU buscaba integrar los aspectos ambientales, sociales y de gobernanza en el análisis de las inversiones, dando lugar a una filosofía de inversión completamente nueva. Sin embargo, este enfoque inicial no fue suficiente para que los inversores consideraran otros criterios más allá del rendimiento económico en el proceso de toma de decisiones de inversión.

En realidad, se necesitó de la ayuda de empresas de servicios financieros para que este cambio de mentalidad fuera una realidad en la consciencia de los inversores. Y no fue hasta, doce años más tarde —en 2017— cuando la inversión RSC experimentó un aumento significativo en su popularidad gracias a que grandes empresas de servicios financieros empezaron a incorporar los criterios de riesgo RSC en sus modelos de valoración de inversiones. Desde entonces, la tendencia en inversiones socialmente responsables ha ganado cada vez más relevancia.

Existe una incoherencia preocupante: compañías petroleras reciben mejores clasificaciones RSC que empresas de vehículos eléctricos

Actualmente, existe una amplia gama de activos financieros que cumplen con los criterios de RSC, lo que refleja una creciente importancia de la responsabilidad social y ambiental en el ámbito financiero, y también un mayor interés de los inversores en alinear sus valores personales con sus decisiones de inversión. Y es que al final uno se siente menos materialista cuando invierte en activos que ofrecen la oportunidad no solo de obtener rendimientos financieros, sino también de generar un impacto positivo en el mundo.

Sin embargo, no es “verde” todo lo que reluce. Lo que desconocen muchos inversores particulares es que existe una incoherencia preocupante cuando las acciones de una empresa reciben el sello de RSC, pero el producto o servicio que ofrece plantea cuestiones éticas o puede tener un impacto negativo en la sociedad. Y por más sorprendente que pueda parecer, en ocasiones, compañías petroleras reciben mejores clasificaciones RSC que empresas de vehículos eléctricos.

Extraño, ¿verdad?

La razón de esta incongruencia se debe a que las clasificaciones RSC se basan en criterios de funcionamiento interno, sin evaluar el impacto de la actividad comercial, y que además carecen de estandarización tanto en métricas como en medidas. De modo que, las distintas agencias de calificación no necesariamente siguen los mismos criterios para evaluar el desempeño en Responsabilidad Social Corporativa de una empresa. Y a pesar de los esfuerzos por establecer estándares en estas clasificaciones, actualmente las calificaciones emitidas por empresas de servicios financieros pueden variar significativamente, lo que lleva a pensar que estas evaluaciones son altamente sesgadas y pone de manifiesto la necesidad de una regulación más clara y concisa.

Las comisiones más elevadas no están justificadas, ya que los productos RSC a menudo replican de manera bastante precisa otros activos que no tienen esta etiqueta

Pero lo que parece ser que no se cuestiona, son los costos o comisiones asociadas a determinados productos con etiqueta RSC. Normalmente justificados como un mayor esfuerzo por parte del gestor en la selección de los activos, pero a la vez, uno de los factores más atractivos de las gestoras para crear este tipo de productos. Lo más preocupante es que, en algunas ocasiones, estas comisiones más elevadas no están justificadas, ya que los productos RSC a menudo replican de manera bastante precisa otros activos que no tienen esta etiqueta.

Es necesario, pues, adoptar criterios más integrales de RSC que vayan más allá del desempeño interno de una empresa e incluyan también el impacto de su actividad comercial en la sociedad y en el mundo en general. Esto permitiría prevenir el greenwashing, una práctica muy perseguida pero que todavía se da con demasiada frecuencia. Con ello, se evitaría que empresas con un buen desempeño en áreas como el cuidado del medio ambiente o el bienestar de los empleados, pero que están involucradas en la producción o venta de productos controvertidos, como armas, tabaco o alcohol, reciban una buena calificación en RSC.

Al fin y al cabo, la verdadera responsabilidad social corporativa va más allá de las simples etiquetas y requiere de una evaluación exhaustiva, tanto interna como externa, de la contribución de una empresa a la sociedad en su conjunto para garantizar un futuro más sostenible y ético para todos.