Se instala una paradoja desconcertante incluso para quienes siguen de cerca la economía y la tecnología. Los indicadores macroeconómicos muestran solidez, los mercados bursátiles baten récords impulsados por las grandes empresas de inteligencia artificial y la inversión en infraestructura digital crece a una velocidad inédita. Sin embargo, el clima social se llena de incomodidad, dudas y una sensación persistente de pérdida de estabilidad. Encuestas de confianza revelan que parte de la población se siente inquieta ante la inteligencia artificial (IA), incluso entre personas familiarizadas con el mundo digital. Esta tensión entre prosperidad económica y malestar subjetivo exige una explicación más profunda que la que suele ofrecer la narrativa tradicional.
La interpretación más difundida sostiene que la ansiedad proviene de una brecha cultural. La tecnología avanza a una velocidad que excede la capacidad de adaptación del público general y genera una mezcla de miedo, desinformación y resistencia. Según este enfoque, esta reacción no sería distinta de las respuestas históricas frente a innovaciones disruptivas como la electricidad o la computación. El problema de esta explicación es que no alcanza para descifrar lo que sucede. No explica por qué la incomodidad aumenta incluso entre personas con alta alfabetización digital. Tampoco justifica por qué esta tecnología genera una inquietud tan marcada en comparación con otras.
La idea de una población “que no entiende” falla porque ignora que el fenómeno se repite en todos los niveles educativos, entre trabajadores, profesionales y directivos. La lectura convencional identifica el síntoma, pero no el mecanismo. Lo que falta es un modelo que describa cómo las personas organizan su vida cotidiana y cuál es el impacto real de una tecnología que interviene directamente en ese orden. Esa pieza aparece cuando la situación se analiza desde la teoría misálgica. Esta teoría parte de una premisa distinta de la habitual.
No considera que los seres humanos organicen su vida buscando felicidad, progreso o realización, sino que administran de manera constante diferentes formas de sufrimiento. Cada hábito, rutina y rol funcionan como mecanismos de alivio que distribuyen tensiones internas, estabilizan expectativas y permiten anticipar cargas futuras. La vida cotidiana es un equilibrio entre sufrimientos inevitables y alivios construidos. En ese marco, el trabajo ocupa una posición central. No es solo una fuente de ingresos, sino un dispositivo estructurador que organiza tiempos, esfuerzos y frustraciones de manera previsible.
Un empleo funciona como un sistema interno de amortiguación. Ordena el sufrimiento asociado al esfuerzo diario, permite proyectar planes, ofrece rutinas estables y establece límites claros. Esta función estabilizadora es invisible cuando todo marcha bien, aunque se vuelve evidente cuando se ve amenazada. La irrupción de la IA modifica ese sistema introduciendo la automatización en tareas cognitivas. Esto altera la arquitectura de alivios sobre la que cada individuo apoya su equilibrio. La IA produce incertidumbre incluso antes de generar reemplazos concretos. No hace falta que un puesto desaparezca para que deje de funcionar como amortiguador. Basta la duda sobre la relevancia futura de una habilidad, la sospecha de que una actividad dejará de tener sentido o el simple hecho de comparar el propio desempeño con el de una máquina.
Este desajuste genera lo que la teoría misálgica denomina presufrimiento, lo que es una carga anticipada cuando el sistema de alivios pierde firmeza y el individuo no sabe cómo se distribuirá su sufrimiento futuro. El malestar no necesita hechos consumados, se activa con señales, rumores o tendencias. Este mecanismo explica por qué la ansiedad relacionada con la IA aparece incluso en sectores donde no hay reemplazo inmediato. Un contador, un programador, un abogado o un empleado administrativo conservan su puesto y aun así sienten que la estructura de su estabilidad diaria ya no es confiable. La interpretación misálgica también explica por qué la reacción actual difiere de la de los años noventa. La primera ola digital expandió oportunidades y abrió canales ascendentes que generaban nuevos alivios: empleos mejor pagados, aprendizajes visibles y movilidad profesional.
El avance de la IA sigue otra lógica; interviene en el núcleo del cálculo misálgico porque actúa sobre tareas que antes servían como anclaje, tales como comprender, ordenar, evaluar, decidir. La IA no amenaza solo un puesto, sino la relación que cada persona tenía con su estructura de roles. Este es el punto que las explicaciones tradicionales pasan por alto. El malestar no surge de una falla cultural ni de una falta de comunicación, sino de una reorganización interna del sistema de alivios que sostenía la vida cotidiana. Cuando esa arquitectura se debilita, ninguna estadística macroeconómica puede neutralizar la sensación de inestabilidad. El mercado bursátil puede subir y la inversión puede multiplicarse mientras el individuo experimenta una pérdida de contornos firmes en su mapa misálgico.
La teoría misálgica también ilumina la paradoja del optimismo corporativo frente al pesimismo individual. Las empresas ven en la IA una herramienta para reorganizar procesos, reducir fricciones y ganar eficiencia. Desde la lógica institucional, la tecnología es sinónimo de expansión. Desde la lógica misálgica del individuo, la misma tecnología es una fuente de tensiones porque altera la distribución de sufrimientos futuros. No hay contradicción entre ambos planos; son estructuras distintas operando en simultáneo. La lectura convencional, basada en la idea de incomprensión tecnológica, no incorpora esta diferencia y por eso falla cuando explica el desconcierto social.
La teoría misálgica ofrece un marco más completo porque observa lo que la tecnología hace en la organización íntima del sufrimiento. Inquieta no porque sea nueva, sino porque desplaza los pilares que sostenían el equilibrio subjetivo. La pregunta relevante no es cuánto sabe la gente sobre IA, sino que cuánto altera la IA los mecanismos que cada persona utiliza para dosificar, anticipar y contener su carga diaria. Esta es la pieza que permite comprender la reacción actual. La IA no es solo una innovación técnica; es una intervención directa en la arquitectura interna del alivio cotidiano. El malestar que genera no es cultural ni emocional, sino estructural.
Las cosas como son
TECNOLOGÍA
El verdadero origen del malestar tecnológico moderno
La interpretación más difundida sostiene que la ansiedad proviene de una brecha cultural
- Mookie Tenembaum
- Titusville (Estados Unidos). Martes, 16 de diciembre de 2025. 05:30
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