En los últimos meses, la inteligencia artificial parece haberse colado en todas las conversaciones. Está en las aulas, en los despachos o en las noticias. Pero hay un lugar donde podríamos decir que su presencia todavía es tímida: el mundo de las ONG. Esto sucede no porque no haya interés, sino porque, como suele ocurrir, la innovación llega más tarde, donde hay menos recursos, tiempo y margen para experimentar.

Lo que constatamos a diario desde Worldcoo es cómo algunas ONG ya han empezado a automatizar tareas sencillas, como, por ejemplo, traducciones, clasificación de correos, o redacción de informes. Otras organizaciones prueban herramientas generativas para elaborar contenidos de sensibilización o materiales educativos. Son pequeños pasos, casi invisibles, pero que alivian cargas administrativas.  

Es precisamente esa “IA sin brillo” —que no aparece en titulares— la que puede cambiar el día a día de quienes trabajan en el terreno. Se trata de una IA que ayuda a escribir más rápido, a organizar mejor los datos o a entender mejor las necesidades de las comunidades. 

Para que se dimensione este desafío y la oportunidad, es importante concretar. Así, actualmente hay 35 entidades que forman parte de la Plataforma de ONG de Acción Social, que realizan más de 13,4 millones de atenciones a personas vulnerables al año en España, con unos gastos que rondan los 4.708 millones de euros.

Imaginemos ahora que estas organizaciones lograran aumentar su eficiencia apenas un 10 % gracias a la IA: ese pequeño salto podría significar aumentar en cientos de miles de atenciones adicionales, así como más tiempo para destinarlo al trabajo de campo y, quizá, decenas de millones de euros más de impacto con los mismos recursos.

El desafío, claro, es enorme. Muchas organizaciones carecen de los recursos técnicos o económicos para implementar soluciones de IA, o simplemente no saben por dónde empezar. En un sector que sobrevive a base de proyectos y subvenciones temporales, invertir en tecnología parece un lujo. Pero no debería serlo.

Democratizar las herramientas

Quizás el reto no está tanto en desarrollar nuevas herramientas, sino en democratizar las existentes. Probablemente, la revolución de la IA en el sector social no será espectacular ni viral (al menos a medio plazo), sino silenciosa, cotidiana y casi invisible. Ocurrirá cuando una pequeña fundación logre automatizar la gestión de voluntarios, cuando una asociación traduzca su web en minutos o cuando una ONG pueda medir su impacto en tiempo real sin gastar semanas en hojas de cálculo.

En este contexto, la colaboración entre el sector tecnológico y el tercer sector se vuelve fundamental. Las empresas pueden ofrecer mentorías, licencias solidarias o formación adaptada para que las ONG incorporen la IA sin que ello implique un coste inasumible. Ya existen ejemplos de alianzas que muestran que la transferencia de conocimiento puede ser tan valiosa como la donación económica.

Otro aspecto clave será la ética. Las organizaciones sociales, por su propia naturaleza, están obligadas a reflexionar sobre el uso responsable de la tecnología: cómo se protegen los datos de las personas atendidas, cómo se evitan sesgos o discriminaciones automatizadas, y cómo se garantiza que la IA sirva realmente para reforzar la dignidad humana. Este enfoque ético podría convertirse, además, en un ejemplo para otros sectores.

Por ello, la verdadera revolución tecnológica en las ONG vendrá cuando la inteligencia artificial no se vea como un fin, sino como un medio. Un recurso para liberar tiempo, mejorar decisiones y multiplicar el impacto social. Una herramienta discreta pero poderosa, que permita a las ONG centrarse en lo que mejor saben hacer: acompañar, cuidar y transformar realidades.

Quizá el futuro de la IA no esté en los laboratorios ni en los grandes servidores, sino en esas oficinas pequeñas, llenas de carteles y café, donde cada minuto cuenta y cada gesto importa.