Imaginemos que ya no es necesario preguntar a nadie cómo se siente, si está cansado, motivado, aburrido o entusiasmado. Que ya no dependemos de encuestas, entrevistas o focus groups para saber lo que de verdad le ocurre a una persona. Un grupo de investigadores en la Universidad de Texas desarrolló un dispositivo que será la clave para abrir esa puerta: un tatuaje electrónico, fino como una pegatina transparente, que se adhiere a la frente y es capaz de registrar, en tiempo real, la actividad neurológica y los movimientos oculares de quien lo lleva. Es ligero, cómodo, inalámbrico y se adapta como si fuera un apósito. Su aspecto recuerda a un parche decorado con finas líneas negras que convergen en un pequeño cuadrado azul en el centro de la frente.
La IA en tu cerebro humano
La tecnología disponible para observar la actividad cerebral son la electroencefalografía, la resonancia magnética y la magnetoencefalografía, entre otras. En estas la persona debe ingresar a un complejo aparato o se posicionan electrodos en la cabeza. Esto aleja al individuo de una situación normal, lo que altera la función intelectual. Por otro lado, la presencia de este nuevo dispositivo se puede obviar, permitiendo la función neuronal ordinaria, lo que resulta en registros fidedignos. Entre tanto, lo verdaderamente importante no es su apariencia, sino lo que permite hacer.
Durante las pruebas, los voluntarios que usaron este e-tatuaje fueron sometidos a tareas de memorización con distintos niveles de dificultad. Mientras más complejas eran las secuencias de letras a recordar, más intensa era la actividad cerebral registrada por el dispositivo. Gracias a un modelo de aprendizaje automático, el sistema estimó con bastante precisión el esfuerzo mental implicado en cada momento. Esto, que hasta ahora solamente podía saberse mediante cuestionarios subjetivos y a posteriori, se medía aquí de manera objetiva, inmediata y sin necesidad de interrumpir al usuario. Lo interesante es que este tipo de estimación es útil no sólo en un laboratorio. Si se perfecciona —y todo indica que así será— permitirá que se detecte, con una precisión sin precedentes, en qué estado mental se encuentra una persona en cualquier situación.
Esta información tiene un valor que va más allá del mundo académico o médico. Estamos ante la posibilidad de determinar, por ejemplo, en qué momentos un consumidor está receptivo y cuándo está mentalmente saturado. Las empresas en los negocios de contenido, productos, o servicios, sabrán en qué segundo exacto una persona empieza a desconectarse, a aburrirse, a sentirse incómoda, incluso antes de que ella misma lo sepa. Ya no hará falta hacer preguntas, ni depender de lo que alguien dice. Porque, la gente habla por razones infinitas. Porque no sabe lo que siente, lo ha olvidado, quiere quedar bien, está de mal humor, se siente obligado o no tiene las palabras. Las palabras, al fin y al cabo, engañan. El lenguaje es apenas una interfaz limitada con la cual traducimos nuestro mundo interno. Y, es imperfecta, distorsiona, esconde, exagera o trivializa.
Modelos de lenguaje
Aquí es donde este tipo de tecnología marca un antes y un después. Porque permite prescindir de las palabras como única fuente de información sobre el mundo interno. Y ese es precisamente el límite actual de los modelos de lenguaje, o LLM por su sigla en inglés.
Un LLM —habita exclusivamente en el universo de las palabras. Aprende de lo que decimos, no de lo que nos pasa. Se alimenta de textos, no de estados mentales. Pero si a ese modelo se le pudiese conectar, por vía de sensores como este, a las señales directas del cerebro humano, entonces su capacidad de interpretar, predecir y generar respuestas se vería amplificada de forma radical. Aunque el LLM seguiría moviéndose dentro del lenguaje, esa conexión con lo no dicho, con lo que está más allá de la palabra, le daría una ventaja decisiva. Sería como leer no sólo los libros, sino también las emociones de quien los escribió.
Desde un punto de vista económico, esta tecnología abre la posibilidad de mapear el comportamiento cognitivo de grandes grupos de personas, permitiendo saber, por ejemplo, cuántos empleados están realmente concentrados, cuántos están operando en modo automático, cuántos están al borde de la fatiga. En el vocabulario de "la Teoría misálgica", hablo de identificar cuándo una persona se encuentra en un estado de automatismo funcional, lo que podríamos llamar un estado sonámbulo: aquel en que las acciones se ejecutan inercialmente sin conciencia plena, como rutinas internalizadas que ya no requieren esfuerzo cognitivo. Según diversos estudios este estado sonámbulo consume apenas un 10% de la energía mental que se necesita para resolver problemas nuevos, es decir, situaciones con más de una opción viable.
El paso clave es que el tatuaje electrónico traza una cartografía de esos estados. Saber cuándo una persona está improvisando, creando, reflexionando y cuándo está simplemente reproduciendo una secuencia aprendida. Para la gestión del tiempo, de los recursos humanos, del marketing, del entretenimiento, esto representa un salto cuántico. Un creador de contenidos podrá saber en qué punto de su vídeo el espectador desconecta, porque su cerebro lo delata. Una empresa dosificará la complejidad de una tarea según la curva de esfuerzo cognitivo del empleado, optimizando la eficiencia sin agotar recursos mentales. Incluso, a nivel educativo, esta tecnología detectará en tiempo real si un estudiante comprende un concepto, si ha perdido el hilo o si está repitiendo mecánicamente sin entender, así que cuando estos sean en breve reemplazados por la IA, será más ágil el proceso.
Todo al alcance de un tatuaje electrónico
La tecnología aún tiene limitaciones: el e-tatuaje solamente mide la actividad en la región frontal del cerebro, y sus pruebas se han hecho en entornos controlados. Pero todo indica que el camino está trazado. Con dispositivos precisos, baratos y portátiles, nos acercamos a un punto en el que los datos neurocognitivos serán una capa más de la interfaz humana. No para sustituirnos, sino para revelar con mayor claridad el flujo oculto de nuestra conciencia. Estamos entrando en una era donde las máquinas ya no procesarán nuestro lenguaje, sino que comenzarán a entender los silencios, los titubeos, la fatiga, la duda y la atención. Donde el estado sonámbulo —esa región gris del automatismo cotidiano— dejará de ser invisible. Y donde, por primera vez, el lenguaje dejará de tener el monopolio de la expresión humana. Porque la gente dice cosas, pero su cerebro siempre dice la verdad. Las cosas como son.