Por siglos, la figura del investigador científico se mantuvo en el pedestal de la creatividad humana. El estudioso era ese personaje que leía artículos, formulaba preguntas profundas, hacía experimentos, sacaba conclusiones, escribía largos textos llenos de gráficos, y luego se los enviaba a otros expertos para que los aprobaran o los rechazaran. Ese ciclo, llamado “método científico”, era lento, exigente, costoso y reservado a una élite académica. Pero ese modelo acaba de sufrir un golpe que lo deja tambaleando. Una inteligencia artificial (IA) llamada Zochi logró hacer todo eso sola, sin ayuda humana.
¿Cómo funciona?
Para entender la magnitud de esto, primero hay que explicar qué significa “hacer ciencia”. El proceso empieza por leer lo que ya se sabe. No cualquier cosa, sino artículos técnicos que se publican en revistas especializadas. Imaginemos a un chef que antes de inventar un nuevo plato, tiene que leer todos los libros de cocina del mundo, probar cada receta, entender qué técnicas ya se usaron y qué ingredientes ya se combinaron. Después de eso, tiene que pensar una idea nueva, algo que nadie haya hecho. Luego, tiene que probarla en la cocina, una y otra vez, cambiando pequeños detalles. Cuando finalmente le sale algo que realmente funciona, escribe la receta con todos los pasos, tiempos, temperaturas y cantidades, y la manda a un jurado de chefs. Ese panel prueba la receta y decide si es suficientemente buena como para publicarla en un libro de cocina famoso. Esa es la comparación más cercana al ciclo completo de investigación científica: leer, pensar, probar, escribir, publicar.
Quédate con este nombre: Zochi
Pues bien, Zochi hizo todo eso sola. Analizó miles de artículos científicos, encontró un agujero en el conocimiento -una pregunta no resuelta. Diseñó una solución, la puso a prueba, comparó resultados, escribió el artículo y lo envió a una de las conferencias más exigentes del mundo. Y fue aceptado. Para que se entienda: es como que un robot participe en el mundial de chefs, cocine solo, y gane una medalla de oro. No ayudó a un humano, no dio sugerencias, no fue una herramienta. Fue el chef completo. Y el jurado, compuesto por humanos expertos, no lo rechazó, sino al contrario, lo felicitó.
Este tipo de conferencia se llama ACL, y es la más importante del mundo en un área de la ciencia llamada “procesamiento de lenguaje natural”, es la rama que enseña a las máquinas a leer, escribir y hablar como nosotros. En este congreso, se acepta solo uno de cada cinco artículos enviados. Y Zochi lo logró, sin intervención humana en el contenido. Ni siquiera para programar los experimentos. Solo recibió ayuda en lo estético: poner una figura, corregir una coma, ajustar una cita. Nada más.
El artículo que escribió trataba sobre cómo romper los límites de seguridad de los propios modelos de lenguaje, es decir, cómo lograr que una IA diga cosas que, en teoría, no debería decir. El sistema que propuso Zochi se llama Tempest, y supera a todos los anteriores. En sus pruebas, logró “romper” a modelos como ChatGPT en el 100% de los casos con menos intentos que cualquier otra técnica anterior. Esto ya no es simplemente una prueba de habilidad, es una demostración de poder.
Y entonces, aparece la pregunta que flota como una sombra sobre todo esto: si una IA puede leer, pensar, experimentar, escribir y publicar mejor que un humano, ¿para qué necesitamos investigadores humanos? La respuesta, desde el punto de vista técnico, es clara: no los necesitamos más. De la misma manera en que las cajas registradoras eliminaron a los cajeros, los Excel limitaron a los contadores, los algoritmos suplantaron a los actuarios, los bots de legal tech eliminan abogados, y los diagnósticos automatizados avanzan sobre los médicos, ahora le llega el turno a la ciencia. No al ayudante de laboratorio, sino al cerebro del laboratorio, o sea, a la persona que se ganaba un sueldo por pensar.
¿Hacia dónde vamos?
Porque pensemos: ¿qué sentido tiene hoy pagarle a una persona para que pase años leyendo papeles, cuando una IA puede leer todos en minutos? ¿Qué sentido tiene contratarlo por tener ideas, si ya hay sistemas que encuentran soluciones mejores, más innovadoras, y las prueban más rápido? Esto cuestiona el sostenimiento de becas, subsidios y estructuras universitarias, ya que una sola máquina puede generar conocimiento a escala industrial. Hasta ahora, muchos creían que la creatividad científica era uno de los últimos bastiones humanos. Algo que las máquinas quizás ayudarían, pero nunca reemplazarían. Esa ilusión se acaba de desmoronar. Lo que hizo Zochi no fue una asistencia: fue una ocupación del territorio completo. La investigación científica ya no necesita humanos para sostenerse. Y no lo decimos como una queja, ni como un lamento, es simplemente un hecho.
Este cambio no será inmediato, como no lo fue en otras profesiones, pero será irreversible. La máquina no duerme, no cobra sueldo, no se equivoca por distracción, no necesita vacaciones, no pide aumentos, no tiene ego. Solo produce, y cuando puede desarrollar ciencia de alta calidad en días, mientras un humano tarda años, el resultado es inevitable: la máquina reemplaza al humano. Como una aplanadora, lenta, pero imparable, la IA va nivelando el terreno, una profesión por vez. Primero fueron los cajeros, luego los contadores, después los traductores, más tarde los programadores, ahora los investigadores. Nadie está a salvo, ni siquiera los que, durante siglos, creyeron que su inteligencia los protegería. La IA no copia la inteligencia humana: la sobrepasa.
Zochi no es el final del proceso. Es apenas el primer caso público. Vendrán otros más rápidos, más completos, más autónomos. Y cuando la gente se dé cuenta, ya no habrá diferencia entre un papel escrito por una IA y uno escrito por un doctor con años de experiencia. De hecho, ya no la hay, solo que aún no todos lo saben. El final de los investigadores no será con gritos, ni con despidos masivos, ni con escándalos. Será silencioso, dejarán de ser necesarios. Y cuando esto pase, alguien lo leerá en un artículo como este. Quizás, escrito por una IA. Las cosas como son.