La identificación de la peste porcina africana en jabalíes de Collserola (Barcelona) ha proyectado una sombra de incertidumbre sobre uno de los pilares económicos más sólidos de Catalunya. En medio de esta crisis sanitaria latente, que pone en cuestión los protocolos de bioseguridad y la convivencia entre la producción intensiva y el medio natural. A partir de los datos del Observatorio del Porcino de 2023 se puede hacer una radiografía del impacto de este sector para la economía catalana. Y el retrato que ofrecen los datos es el de una industria gigante, con una resiliencia económica pero una vulnerabilidad creciente.

Hace dos años, el último instante de actualización de los datos, las exportaciones de carne de cerdo generaron una facturación de 3.256 millones de euros. Esta suma no solo representa más de la mitad de todas las exportaciones españolas del sector sino que, sobre todo, dibuja un sector irremplazable para la balanza comercial catalana. El superávit exterior que genera supera los 3.150 millones de euros. La paradoja es que esta fortaleza económica, esta capacidad de vender al mundo desde Lleida, Girona o Tarragona, se construye sobre una base territorial que hoy muestra sus grietas. El brote de Collserola no es un incidente aislado, sino un síntoma de un sistema que opera en los límites de la presión ambiental y la densidad animal, un riesgo que hasta ahora se gestionaba desde la oficina y que hoy se materializa a las puertas de Barcelona.

La lectura de las citadas cifras se hace, pues, con esta doble visión. Por un lado, se ve un tejido empresarial sofisticado y adaptativo. El ligero descenso en el volumen físico exportado, 1,3 millones de toneladas, se compensó con productos de más valor añadido. La carne fresca o refrigerada, más cara y demandada en mercados exigentes, ya representa el 56% del valor total de las exportaciones, un indicador claro de que el sector sabe subir en la cadena de valor. Por otro lado, esta misma sofisticación productiva y logística se basa en una escala masiva: más de 22 millones de animales sacrificados en Catalunya solo en 2023. Esta densidad es el motor del rendimiento económico, pero también el caldo de cultivo que convierte cualquier amenaza sanitaria, como la que proviene de los jabalíes infectados, en un peligro sistémico para todo el modelo.

La doble visión de la globalización

La geografía de los destinos de estas exportaciones revela una dependencia estructural de los mercados globales que amplifica la tensión actual. La necesidad de colocar una producción que triplica el consumo interno local obliga a mirar de manera constante al exterior. China, a pesar de reducir drásticamente sus compras, sigue siendo el primer cliente. Japón, Corea del Sur y Vietnam absorben volúmenes decisivos. Esta vocación global, clave para la viabilidad económica, es a la vez una fuente de fragilidad. Cualquier restricción sanitaria derivada del brote de Collserola, por parte de estos países terceros, podría cortar de raíz el negocio. La bioseguridad interna ya no es solo una cuestión de salubridad animal o medioambiental; se ha convertido en el principal activo económico del sector.

Por eso, la cifra de 3.256 millones de euros debe ser leída como una advertencia y una oportunidad. Es una advertencia porque demuestra todo lo que se puede perder si no se gestiona con urgencia, transparencia y rigor la crisis sanitaria y su raíz ambiental. Pero también es una oportunidad porque muestra que el sector tiene la capacidad económica, el conocimiento técnico y la importancia estratégica para liderar una transición. Se trata de invertir parte de este inmenso capital generado por las exportaciones en un modelo que reduzca la presión ambiental, mejore drásticamente la gestión de los purines, refuerce la convivencia con el ecosistema y, sobre todo, invierta en bioseguridad no como un gasto sino como un seguro de su propio futuro.

El brote de Collserola ha roto la burbuja. Ha situado el debate sobre el modelo porcino no solo en el ámbito técnico o ecológico, sino en el centro mismo de su sostenibilidad económica a largo plazo. La fortaleza exportadora demostrada en 2023 es el activo más preciado para afrontar este reto. Lo que decidan los ganaderos, las industrias y las administraciones en los próximos meses marcará si estos 3.256 millones de euros son el último canto de un modelo agotado o el cimiento para una renovación que asegure su permanencia. El mundo sigue comprando carne de cerdo catalana. La cuestión es si Catalunya sabe reinventar la manera de producirla sin poner en riesgo todo lo que ha construido