Lo que hemos visto durante estos últimos días con motivo de la retirada del escaño al diputado de la CUP, Pau Juvillà, ha puesto de manifiesto, una vez más, lo difícil que es llevar a cabo el compromiso de las ideas con el plano de lo real en política. A nadie debería caberle ninguna duda sobre el compromiso de Borràs, dispuesta a llegar a su propia inhabilitación y procesamiento penal por defender el escaño de Juvillà. De la misma manera que a nadie se le debería escapar tampoco la trampa de animar a la presidenta a que se inmolase sin ningún tipo de garantía de estrategia conjunta desde el independentismo.

Aunque ERC y la CUP parecieran aplaudir la desobediencia de la presidenta, no se atrevieron a confirmar absolutamente ningún acuerdo que garantizase que esta decisión de Borràs sería parte de una respuesta antirrepresiva. Nada. "Paso a paso, ya se irá viendo", eran las respuestas sobre la mesa. Ante la cantidad de evidencias que ya se han dado, es comprensible que desde Junts no estuvieran dispuestos a inmolar su presidencia en el Parlament. Por mucho que Borràs estuviera dispuesta a nivel personal. 

Preservar los espacios de poder es fundamental cuando, cada vez más, es evidente que se pierden por las reglas de un juego en el que algunos parecen sentirse cómodos mirando hacia otro lado y permitiendo que sean otros los que se inmolen.