Joan-Lluís Marfany vino hace unos días a Barcelona a presentar su último libro, Nacionalismo español y catalanidad. La obra es un tocho de mil páginas sobre el Renacimiento bastante interesante pero también un poco inmanejable. El libro me recuerda a El imperialismo catalán, de Enric Ucelay Da Cal. Aunque hace diez años que lo tengo en casa, y le he sacado algún provecho, todavía no he conseguido acabarlo.

Por circunstancias personales, tanto Marfany como Da Cal explican la historia del país desde una posición que no encaja con los esquemas diseñados desde Madrid y Barcelona para garantizar la convivencia y la unidad de España. El hecho de que escriban irritados con los historiadores del pujolismo, provoca que a menudo pierdan el tiempo refutando a sus colegas o que sean utilizados por la propaganda española de forma chapucera.

Otra cosa que les pasa es que los datos con que ahogan a los lectores a menudo también acaban ahogando su relato y yo diría que incluso su sentido de la vida humana. Si conoces las interioridades de la política catalana y el doble juego que siempre hacen sus élites, da la sensación que Marfany tiene tanta fe en los documentos y tanto miedo de equivocarse que su positivismo se acaba convirtiendo en una excusa perfecta para no llegar a ninguna conclusión relevante.

El libro defiende una tesis que Gaziel ya había apuntado y que, de hecho, aparece siempre que las relaciones entre Catalunya y España entran en zona de peligro. Según Marfany, la intención de los impulsores de la Renaixença no era resucitar las instituciones políticas catalanas, sino contribuir a crear un Estado nacional español, inspirado en las ideas promovidas por la Revolución Francesa.

La Renaixença, según Marfany, no pretendía "hacer renacer nada"; más bien era una especie de monumento funerario que las élites catalanas habrían querido construir a la cultura del país para poder enterrar el pasado dignamente y nacionalizarse españolas. "Es un fenómeno que también ves en Gales y en Irlanda. Se refuerzan aspectos de la cultura provincial para tener más fuerza en el ámbito estatal."

Para el historiador no se puede decir que la lengua y la cultura catalana fueran perseguidas durante el siglo XIX. "No se pueden proyectar las políticas del franquismo, a la situación de entonces", me dice. "En aquella época las escuelas y los diarios tenían una influencia muy relativa", me asegura. En el libro, Marfany ha recogido el esfuerzo que una parte de los catalanes hizo por castellanizarse, a veces adoptando la lengua del Estado en las cartas personales, sin ni siquiera dominarla.

Si el inglés me pareciera imprescindible para evitar los trabajos bajos seguro que lo escribiría como los ángeles; a menudo utilizo al castellano cuando tengo algún problema con el móvil y necesito comunicarme con una operadora sorda.

- ¿No te parece extraño que, teniendo una relación política tan tensa con los castellanos –cómo dicen tantos documentos-, los catalanes adoptaran su lengua tan tranquilos y tan contentos?

- No, porque daban este paso en un contexto que identificaba de forma creciente el progreso personal y la movilidad social con los valores del nacionalismo español. De hecho, el esfuerzo que muchos catalanes hicieron para adoptar el castellano, después frenó la recatalanización del país cuando se quiso hacer marcha atrás.

El libro describe un país diglósico, en el cual todo el mundo habla en catalán pero, curiosamente, el 90 por ciento de la producción escrita se hacía en castellano. Marfany reconoce que, a diferencia de lo que pasó en otras partes de Europa que han perdido su identidad, las élites catalanas del siglo XIX mantuvieron la lengua oral. Pero quizás porque fue comunista dice que no hay documentos para explicar los motivos de este comportamiento.

La literatura catalana –me cuenta- era una literatura degradada y de consumo popular. "Desde el siglo XVI hay ciertas cosas que no se pueden escribir en catalán. La literatura del antiguo régimen se escribe en la lengua de la corte mientras que la literatura del siglo XIX se escribe en castellano porque se considera que el catalán es una lengua sin futuro".

Según Marfany, la literatura española del siglo XIX "no vale nada", pero los escritores catalanes que se sumaron a ella hicieron un buen papel. "La obra de Balaguer no es inferior a la de Zorrilla o Espronceda –me dice. Las novelas históricas de Cortada no son peores que las que se escriben en Madrid. Lo mismo se puede decir de la poesía de Pifarré o de la obra de Milá i Fontanals."

El libro distingue entre el patriotismo catalán del antiguo régimen y la concepción de nación surgida de la revolución francesa, que Marfany asegura que se identifica con el conjunto de España. "Los catalanes siempre tuvieron claro que eran catalanes. La identidad no se puso nunca en duda ni se debilitó, ni tuvo que ser redescubierta. Lo que pasa es que, a partir de cierto momento, esta identidad se subordina a la ideología nacional española".

Marfany me cuenta que los catalanes de primeros del siglo XIX que se marcharon a España lo hicieron "con espíritu conquistador". "Fueron a montar negocios, como el servicio de diligencia que no existía; a financiar grandes operaciones, a comprar tierras, a hacer préstamos al Estado." Dice que no se plantearon nunca seriamente un asalto al poder -quizás porque era demasiado peligroso, como comprobó Prim-, pero sí que querían transformar la economía española para que la industria catalana fuera la punta de lanza.

- ¿Y qué falló? ¿Por qué se diluyó todo este entusiasmo? –le pregunto, mientras pienso si no se puede considerar una forma de represión moderna y sutil que simple el hecho de tener una relación normal con tu cultura te condene a la pobreza o te impida prosperar en la vida.

- Una cosa que pasó es que la oligarquía que dominaba el Estado español ya estaba satisfecha con la explotación de sus tierras y con las operaciones borsátiles que hacía a nivel internacional. No creía necesitar nada más.

Así pues, el nacionalismo catalán nace cuando se constata que el nacionalismo español no ayudará a modernizar el Estado -comento para cerrar la entrevista. "Este ya no es el tema de mi libro –me dice Marfany, que es un hombre seco, que parece estar siempre a la defensiva. El historiador me hace notar que el nacionalismo catalán no lo impulsan los mismos sectores que antes habían impulsado el español, si bien es cierto que lo impulsan con el mismo deseo  modernizador.

- La burguesía que se ha españolizado seguirá siendo española, aunque sea por resignación, igual que la parte de las clases populares que ya habían accedido al castellano. Si yo quisiera estudiar el tema, empezaría mirando entre los profesionales liberales con intereses agrarios y sensibilidad por la cultura.

Marfany, que se marchó a la Universidad de Liverpool en 1972 y se quedó a vivir en Inglaterra, considera que el poso dejado por este nacionalismo español nacido durante la Renaixença no dejó de oponer resistencia hasta el reestablecimiento de la autonomía en 1980. Difícilmente puede sorprender -pienso- que la escuela democrática acabara con la resistencia al catalán escrito.