Asistir, verano tras verano, al espectáculo de las calles desérticas y los bares vacíos de gente en las horas centrales del día era una cosa el mar de normal, ya que aquellas eran las horas en que muchas personas estaban disfrutando del dolce far niente asociado a las vacaciones pesant figues después de comer, es decir, echando una siesta con la barriga llena. Este año, sin embargo, pasearse por la calle después del mediodía es sinónimo de adentrarse en un paisaje más propio de Walking Dead que de algún pueblo de Les Garrigues o La Garrotxa, pongamos por caso L'Espluga Calba o Santa Pau, ya que en este verano imperativamente atípico, las calles a esa hora de la tarde están llenas de personas absolutamente abatidas caminando con un rostro que denota claramente un cansancio inhumano y dos ojos, rojos como pomelos, que evidencian el insomnio diurno acumulado.

Si os encontráis estas pobres almas desesperadas por alguna plaza, intentando descansar bajo la sombra de una higuera, no lo dudéis: son las personas a quienes la ausencia del Tour ha impedido este año echar la siesta y que, desesperadas, esperan con una pasión frenética la llegada del 29 de agosto y el pistoletazo de salida a la ronda ciclista francesa de este año, postpuesta un par de meses debido al coronavirus.

Hamaca Courbet

El año 1844 el pintor realista francés Gustave Courbet dibujó La hamaca, una obra avanzada a su tiempo y que, más que realista, se puede considerar futurista, ya que en realidad reflejaba con una precisión absoluta la estampa de una mujer siguiendo el ascenso al Alpe Duez. (Wikipedia)

Siestas atípicas en un verano atípico

El verano del 2020 será recordado como el verano sin Fiestas Mayores, es decir, sin castellers, sin correfocs y sin orquestas tocando por enésima vez "Paquito el Chocolatero" en el baile del entoldado, pero en este verano atípico e inhóspito, curiosamente la única cosa que la Covid-19 no ha sido capaz de girar es uno de los actos más irreverentes de las fiestas mayores: la siesta popular, una curiosa, íntima y relajada actividad que en los últimos años ha ido poblando los programas de ferias y fiestas de varias poblaciones catalanas como Castellterçol, Valls, Sant Llorenç Savall, La Bisbal d'Empordà, Mora de Ebro o Sant Cugat del Vallès. El problema, en este caso, no ha sido conseguir el permiso ni el papeleo por asegurar las medidas de seguridad para celebrar la actividad, sino la dificultad para llevarla a cabo por culpa de una de las grandes carencias del verano 2020: el Tour.

Por mucho que cueste creer, intentar echar la siesta sin alguna etapa del Tour de Francia de fondo, sonando con la misma agradable cadencia que las olas del mar, es un acto terriblemente difícil. Según dicen los expertos, lejos del mito que asocia la siesta con la holgazanería mediterránea, el cuerpo humano tiene la necesidad fisiológica de dormir un rato después de comer, pero el verano 2020 nos ha demostrado que esta necesidad es menor que el deseo humano de reclamar la aburrida voz de dos comentaristas narrando cómo una serie de ciclistas pedalean por alguna carretera comarcal francesa rodeada de viñas de merlot o de algún castillo ocupado por los nazis durante la II Guerra Mundial.

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Una chica de Móra d'Ebre, desesperada, intentando sin éxito echar una siesta con vídeos a Youtube de anteriores ediciones del Tour. (Pixabay)

La siesta del obispo, una alternativa interesante

Visto que echar una siesta sin la voz de Perico Delgado explicando alguna batallita sobre su ascensión en el Tourmalet es prácticamente una quimera, la "siesta del obispo" es una gran alternativa para aquel número de personas que no tienen lo suficiente con dormir ocho horas cada noche y necesitan echar una cabezada de veinte minutos en algún momento del día sin necesitar que la actividad la organice la Concejalía de Fiestas del municipio donde pagan los impuestos.

La siesta

Cuatro décadas más tarde que su maestro Courbet, el año 1884 el pintor catalán Ramon Martí Alsina dibujó La siesta, un retrato fielmente realista de un señor de Barcelona, posiblemente burgués, echando una siesta del obispo antes de comer y después de una intensa mañana en la fábrica. O no. (Wikipedia)

La siesta del obispo, también conocida como la migdiada del canónge, se basa en dormirse antes de comer y tiene una enorme fama entre sus partidarios, que afirman que es mejor que la siesta prototípica de después de la comida. Para hacerla, además, no hay que ser obispo, ya que aunque su origen se remonte a la necesidad que tenían los obispos de descansar después de una larga mañana llena de trabajo, de todos es sabido que en un país normal todos los trabajadores, seamos obispos, canónigos, segadores, lampistas, cajeros de supermercado, chóferes o redactores como servidor de ustedes, llegamos a la hora de comer ligeramente cansados si hemos hecho una tarea laboriosa a lo largo de la mañana.

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Después de Jack Sparrow y del Pirata cojo de la canción de Sabina, el difunto ciclista Marco Pantani es el pirata más conocido del mundo. (Wikipedia)

Camilo José Cela dijo que la siesta hace falta hacerla con pijama, orinal y padre nuestro, pero se equivocaba: sólo aquellos que estamos sufriendo las consecuencias severas de la ausencia del Tour y esperamos el pistoletazo de salida dentro de dos semanas sabemos que la cabezada después de comer, en verano, se echa cuando en la pantalla aparece aquello de "Teté de la course" y la voz desganada del locutor, llena de realismo, afirma que quedan 197 km para acabar la etapa. Ni la opción de apostar por comprarnos una hamaca y colgarla al jardín entre dos olivos ni la alternativa de la siesta del obispo nos podrán hacer olvidar aquel momento mágico, casi onírico, donde nombres como Indurain, Pantani, Mercxx, Beloki, Contador o Froome nos han inducido al sueño con la ternura de una abuela meciendo su nieto recién nacido. Aquel es, en realidad, el auténtico momento mágico en el que dormirse es un bien de Dios y del cual el maldito coronavirus nos ha privado este verano.