El curioso caso de Benjamin Button es una película dirigida por David Fincher, protagonizada por Brad Pitt, basada en el relato de F. Scott Fitzgerald, que explica la historia de un hombre que nace con el cuerpo de una persona de 81 años y con el paso del tiempo se va rejuveneciendo hasta convertirse en un bebé. Quién sabe, quizás algún día alguien también hará una película con el caso de Thaddeus Daniel Pierce, bautizado por los medios como el bebé más viejo del mundo, que es el protagonista de una historia increíble, que "parece de ciencia ficción", como ha explicado su madre, Lindsey Pierce. Thaddeus vino al mundo el pasado sábado 26 de julio, pero no fue concebido hace nueve meses, como es el habitual, sino que se ha desarrollado a partir de un embrión que fue congelado hace más de 30 años, en 1994. Su madre biológica es Linda Archerd, que ahora tiene 62 años, y donó el embrión a Lindsey y su marido, Tim Pierce, una pareja de Ohio de 35 y 34 años, que habían intentado ser padres durante siete años sin éxito, y que finalmente decidieron adoptar el embrión que Archerd y su marido concibieron a través de la Fecundación In Vitro (FIV). Con su nacimiento, Thaddeus ha batido el récord de longevidad de un embrión congelado que ha acabado convirtiéndose en un bebé vivo. El récord anterior lo tenían unos gemelos que nacieron en 2022, a partir de embriones congelados en 1992.

Hermano de una mujer de 30 años

La historia, que supone un hito en la reproducción asistida mundial, la explica en exclusiva la revista MIT Technology Review y está llena de curiosidades. Thaddeus fue concebido cuando sus padres eran niños pequeños y, genéticamente, es hermano de una mujer de 30 años, que al mismo tiempo tiene una hija de 10. La madre biológica, Linda Archerd, decidió probar la FIV, una técnica en aquel momento desconocida por la mayoría de la gente, porque llevaba seis años intentando concebir sin éxito. Consiguieron crear cuatro embriones, uno de ellos se convirtió en un bebé —que hoy es la hermana biológica de 30 años— y los tres restantes se criopreservaron en un tanque de nitrógeno. Aunque Archerd y su marido se acabaron divorciando, ella siguió pagando para mantener los embriones congelados (lo que le costaba unos mil dólares al año), y con la llegada de la menopausia, se planteó que hacer con ellos. No quería deshacerse, ni darlos a la investigación, o a una familia de manera anónima. "Es mi ADN; proviene de mí… y es del hermano de mi hija", explica a MIT Technology Review. Y fue cuando descubrió la adopción de embriones, un tipo de donación que generalmente es gestionada por agencias —explícitamente religiosas— que creen que un embrión es moralmente un ser humano.

Una pareja caucásica, cristiana y de EE.UU.

El programa Snowflakes, dirigido por la agencia Nightlight Christian Adoptions, le permitía tener un control de quienes serían los adoptantes. "Nuestro proceso de emparejamiento se basa en las preferencias de la familia que los coloca", dice la directora ejecutiva del programa Snowflakes, que -curiosamente- se llama Beth Button. Archerd prefería una pareja caucásica, cristiana y casada a que residiera en los Estados Unidos. "No quería que salieran del país", dice Archerd. "Y ser cristiana es muy importante para mí, porque lo soy", explica a la revista. Los embriones de Archerd fueron asignados al programa Corazones Abiertos de la agencia, para embriones que son "difíciles de colocar", junto con otros que han sido almacenados durante mucho tiempo o que se cree que tienen menos probabilidades de dar como resultado un nacimiento saludable. Linday y Tim Pierce, los padres gestantes de Thaddeus, también se habían inscrito en este programa, después de llevar siete años intentando tener un hijo y haber consultado con varios médicos. Finalmente, el proceso se realizó Rejoice Fertility, una clínica FIV de Knoxville (Tennessee), que acepta cualquier embrión, sin importar cuánto de tiempo haya sido congelado. Allí nacieron los gemelos de Rachel y Philip Ridgeway, que tenían el récord de longevidad de embriones congelados hasta ahora, y que, según el director de la clínica, el endocrinólogo reproductivo John Gordon, "crecen como la hierba".

Un proceso de descongelación delicado

La técnica utilizada para congelar los embriones en los años 90 (viales de vidrio termosellados) era más rudimentaria, y descongelar este embrión fue un proceso delicado, que incluso provocó un accidente a Sarah Atkinson, supervisora de laboratorio y embrióloga jefe de Rejoice Fertility, dirigida por el doctor Gordon, un presbiteriano reformado. El vial era de vidrio ablusado y estaba termosellado con el embrión dentro. Atkinson tuvo que usar su cuchillo de diamante para romper el sello del tanque de nitrógeno. Fue un trabajo laborioso, y cuando el dispositivo se rompió, un pequeño fragmento de cristal salió volando y golpeó la cara de la embrióloga, pero explica que afortunadamente llevaba gafas de protección, y que los embriones sobrevivieron. Uno de los tres embriones dejó de crecer. Los otros dos fueron transferidos al útero de Lindsey el 14 de noviembre. Y uno se convirtió en un feto, y al cabo de poco más de ocho meses, en un bebé, Thaddeus, que llegó a este mundo el 26 de julio, después de un parto difícil. "Pero ahora estamos bien", explica su madre gestante. Linda, la madre biológica, está deseando conocerlo en persona, y no deja de darle vueltas. Es que ha sido bastante surrealista. Es incluso difícil de creer".