La reunión que hoy han celebrado los presidentes Quim Torra y Pedro Sánchez ha destacado más por los gestos que por los resultados. De hecho, resultados apenas ha habido, más allá de activar las comisiones bilaterales y de reconocer que existe un problema político que se tiene que resolver políticamente. Pero gestos ha habido para dar y para vender, tantos que algunos incluso no han conseguido el resultado que se proponían.

En plena ola de calor y con un sol brillante, la mañana madrileña que ha acogido Torra ha sido más cálida que la oscura tarde con que se encontró Carles Puigdemont el 20 de abril del 2016, cuando se celebró la última entrevista entre el president de la Generalitat y el presidente español. Aquel día, Puigdemont tuvo que saltar del coche bajo una intensa lluvia antes de llegar a ponerse a cubierto -de la lluvia- en la Moncloa.

Para acudir a la cita, Torra se ha plantado en la solapa un lazo amarillo de dimensiones notables, imposible de pasar desapercibido, justo debajo del pin de president. Ha llegado con la intención de "hablar del elefante", aprovechando la intimidad de una conversación privada y se lo ha dejado claro a su interlocutor desde el instante mismo en que ha bajado del coche. Sànchez ha salido a recibirlo a la puerta, pero no ha ido más allá. No ha bajado ni un peldaño para darle la bienvenida. A su derecha había una bandera española, a la izquierda, una senyera.

Eso sí, cuando los dos se han encontrado ante el acceso del edificio, han protagonizado un largo y sonriente apretón de manos acompañado por el sonido de los obturadores de decenas de cámaras. Torra y Sánchez han hecho durar 13 segundos la escena de estrecharse las manos delante de la puerta. La de Puigdemont i Rajoy a duras penas llegó a los 3 segundos. También es cierto que la intensa lluvia de aquella tarde del 2016 no motivó especialmente a los fotógrafos a reclamar alargar la escena.

El president no ha llegado con las manos vacías. Venía provisto de una botella de ratafía y dos libros. También llevaba bajo el brazo un dossier marrón con los puntos que quería abordar -el diagnóstico de la situación, la metodología para superar el bloqueo político y el calendario de los trabajos. En el 2016, Puigdemont llevó un listado con 46 reclamaciones, el doble de las 23 con que se había presentado cuatro años antes Artur Mas. Puigdemont se marchó con un ejemplar de El Quijote y Torra con un libro sobre la Moncloa.

Tan pronto como ha empezado el encuentro las respectivas cuentas de Twitter se han dedicado a proclamar a los cuatro vientos la noticia. La reunión ya era por si sola un éxito. Un intento de normalizar la crisis política más importante que ha vivido la democracia española. Los presidentes en las escaleras, los presidentes en el salón Tapias, los presidentes paseando por los jardines de la Moncloa y paseando en la misma fuente que lo hicieron Antonio Machado y Guiomar -una visita, por cierto, que Torra ya traía en la cabeza desde que Sánchez le habló de la fuente durante la inauguración de los Juegos Mediterráneos.

El community manager de Sánchez, impulsado por el entusiasmo, incluso ha tuiteado en catalán, lo cual ha provocado un repaso contra Sánchez de una parte de las redes no precisamente entusiasmadas por la exhibición lingüística. Para acabarlo de arreglar, el tuit reclamaba una solución política para un problema político, justo las mismas palabras de Torra, aunque los dos presidentes les otorgan un sentido radicalmente diferente, como ha podido constatar el president de la Generalitat.

Por lo que respecta a la duración, no ha habido demasiado diferencia con las anteriores. La reunión entre Torra y Sánchez se ha alargado dos horas y cuarto, el encuentro entre Puigdemont y Rajoy, duró dos horas y veinte minutos. También esta cita del 2016 fue diez minutos más breve que la que había mantenido Rajoy con Artur Mas en el 2012.

Al acabar la reunión y el paseo, Sánchez ha acompañado a Torra, esta vez sí, hasta la puerta del coche. El president se ha dirigido a la delegación del Govern, en el centro cultural Blanquerna, mientras la vicepresidenta, Carmen Calvo, desde la sala de prensa de la Moncloa daba por rehechas las relaciones con la Generalitat a golpe de comisión bilateral, una versión bastante diferente de la que ha explicado la delegación catalana.

Trufada de gestos y símbolos y con discursos contradictorios de los dos interlocutores, la reunión a penas había acabado y ha conseguido convertirse en una fuente de conflictos para los dos protagonistas. Mientras Sánchez ha intentado hacerse con la bandera de la recuperación del diálogo, Torra ha tenido que dedicarse a fondo a explicar por qué ha sido una cita que merecía una valoración positivamente por haberse celebrado si la reivindicación de un referéndum no ha conseguido avanzar ni un milímetro. Eso sí, la reunión ha conseguido que tanto a ERC, como al PDeCAT i la CUP coincidieran a criticarla.