Aliarse o morir. Aliarse y morir. Como muchos países de Europa, el descubrimiento de que el sistema político español es parlamentario y no presidencialista empuja la subasta de alianzas que vive la política española desde el 21D.

Antes, las formaciones nacionalistas como Convergència i Unió o el Partido Nacionalista Vasco, ejercían de socios de gobierno cuando el PSOE o el PP no sumaban mayoría absoluta. Así fue para Felipe González en 1993 y para José María Aznar el 1996 –en este caso sumando Coalición Canaria–.

Ahora, sin embargo, esta suma no suma. Los pactos tendrán que incluir unos o más partidos estatales, en coaliciones de doble filo, con consecuencias no siempre deseables. En Europa, sin embargo, es de lo más normal. Ocho casos significativos explican las razones y la mecánica de las coaliciones de gobierno:

Alemania, Grosse Koalition

Los alemanes tienen miedo a las mayorías a causa del pasado hitleriano. Por eso, en la elaboración de la Ley Fundamental (la constitución) de 1949 se institucionalizaron varias figuras dirigidas a preservar determinadas perversiones del sistema. Por ejemplo, una vez el Canciller es escogido, no puede disolver las cámaras. Por otra parte, hay un 60% de leyes que necesitan el apoyo de las dos cámaras para salir adelante: el Bundestag, la de representación popular, y el Bundesrat, la territorial –que no es de elección directa por los ciudadanos–. Es más, la mayoría de la legislación (un 75%) proviene del gobierno federal y no de las cámaras. En consecuencia, es visto como positivo que existan gobiernos de coalición y, por ello son habituales. De hecho, el último gobierno que preside la canciller Angela Merkel, es de Grosse Koalition. Es decir, en confluencia con el partido socialdemócrata alemán (SPD), el otro más mayoritario y antagónico. La líder del partido demócrata-cristiano no obtuvo mayoría absoluta en las últimas elecciones federales alemanas del 2013, por 5 escaños. Sus tradicionales aliados, los liberales del FDP, no entraron en el Bundestag. Ser los responsables de la cartera económica tras el estallido de la crisis del 2008 les podría haber pasado factura. Históricamente, el SPD de Gerhard Schröder ya había participado de otra gran coalición en el 2005, cuando se quedó a las puertas de la mayoría absoluta. En vez de unirse a su partido bisagra habitual, los verdes, pactó con la CDU-CSU. Merkel arrasó en los comicios del 2009 –necesitando, sin embargo, el apoyo de los liberales para gobernar– y los socialdemócratas perdieron la tercera parte de sus representantes. La anterior gran coalición había estado presidida por el socialdemócrata Willy Brandt, en 1966. A Merkel no le ha ido nada mal. Su popularidad no ha parado de crecer: cuenta, ahora mismo, con el 70% de apoyo entre sus ciudadanos.

Grecia, tándem Pasok-PSOE

Para el PSOE, un caso parecido es el griego. En el 2012, Nueva Democracia, la derecha griega, no consiguió la mayoría absoluta de 151 escaños para gobernar. Después de muchas negociaciones, fue el PASOK –Partido Socialista– quien le dio su apoyo, con Dimar, una formación de centroizquierda. Aunque ninguno de los dos partidos entró en el ejecutivo, la situación marcó un precedente en un país, donde ND-PASOK se turnaban hacía años en el gobierno. Los socialdemócratas cayeron en el descrédito. Su retroceso electoral benefició la nueva izquierda de Syriza y Alexis Tsipras. Hoy, los socialistas griegos sólo mantene 17 escaños, muy lejos de los 100-200 que solía acumular. De hecho, la llamada pasokización es lo que teme el PSOE si pacta con PP. Podemos, como la formación de Tsipras, suma votantes desafectos con la formación socialdemócrata de su país, en una relación inversa: cuanto más votos a Pablo Iglesias, menos a Pedro Sánchez. Pactar con la derecha, a veces, sale caro. El caso griego también deja otras lecciones aplicables al español: no ser demasiado crítico con una formación antes de las elecciones por si toca pactar después. Es el caso de los griegos independientes de ANEL. Elaboraron un vídeo donde el protagonista era un niño de nombre Alexis –como el primer ministro que hoy preside la coalición de este partido con Syriza–, quien coopera con su socio.

Reino Unido, un sólo partido

A diferencia del alemán, el sistema británico está diseñado para que gobierne un sólo partido con una fuerte mayoría. La aversión a las coaliciones está presente en su cultura política. En 1974 hubo en la isla un gobierno con hung parliament –colgado–, sin mayoría absoluta del Partido Laborista. Considerando esta reticencia, o como consecuencia de ella, las circunscripciones británicas, equivalente de las provincias españolas, son uninominales y mayoritarias. Gana el único escaño que más votos tiene –the first-past-the-post, el primero que atraviesa la meta–. Es decir, quien alcanza la mayoría en cada una de estas circunscripciones. Así se pierden votos –todos los que no van dirigidos al partido vencedor– pero se favorece que en la Cámara de los Comunes se constituya una mayoría. De esta tiranía bebieron los liberales a las elecciones del 2010. David Cameron y sus conservadores no alcanzaron la mayoría absoluta, circunstancia que no se había producido en 70 años. El líder tory concibió la situación de la anterior legislatura como algo excepcional –debido a la crisis– y pactaron con los Liberal Demócratas, el partido del centro político. La jugada no fue favorable para Nick Clegg, líder de los LibDem. Dio apoyo a la subida de las matrículas universitarias promovida por el ejecutivo de Cameron, traicionando a su electorado –la mayoría universitarios por encima de los 20 años, directamente afectados por el alza de las tasas, que Clegg había prometido no tocar–. Si se hubiera ahorrado la polémica posterior, podría haber pasado más desapercibido, pero se disculpó a través de un vídeo que permaneció en la memoria colectiva y se viralizó. Cameron fue el máximo beneficiado: no solamente no necesitó a Clegg para otro gobierno –quedando éstos expulsados de la cámara–, sino que obtuvo mayoría absoluta en mayo del 2015.

Bélgica, pluripartidismo manufacturado

El territorio de los belgas está compuesto por dos grandes regiones, Valonia (francófona) y Flandes (neerlandófona). Desde los años setenta, esta división ha generado un sistema de partidos duplicados, donde socialcristianos, liberales y católicos, o incluso nacionalistas, se presentan de forma diferenciada en cada territorio, aunque en la región bilingüe de Bruselas compiten de ambos territorios. La ley obliga a que el gobierno esté compuesto por representantes de ambas regiones. Con esta ingeniería, la formación del ejecutivo no es sencilla. Las elecciones federales del 2010 dejaron un escenario completamente fragmentado: ningún partido llegaba al 18%. Más de 500 días hicieron falta para investir gobierno. La Nueva Alianza Flamenca (N-VA), el centroderecha independentista de Flandes, había sido el partido más votado, pero se quedó al margen. La coalición resultante era de seis partidos y fue liderada por los socialistas francófonos de Elio Di Rupio. Era el primer jefe de gobierno no flamenco, tras décadas. Pero la última vez, la formación de gobierno sólo tardó cerca de los tres meses. El rey Felipe I llegó a convocar la investidura hasta tres veces. El monarca tiene un papel activo cuando no hay acuerdo, ya que nombra a un encargado de recopilar información para ayudar las partes en debate. El gobierno resultante del 2014 es la llamada coalición suédoise, porque los colores de las formaciones que la componen recuerdan la bandera sueca. Esta vez el N-VA estuvo presente, pero el ejecutivo es actualmente presidido por Charles Michel, del Movimiento Reformista (MR). El MR es el único de Valonia, la región francófona, pero en el pacto figuran también los Cristianos Demócratas y Flamencos (CD&V), los Liberal Demócratas Flamencos (Open VLD). En consecuencia, parece que ponerse de acuerdo comporta problemas, a pesar que la experiencia enseña que es posible, con más o menos costes para algunos de sus actores.