Si las leyes del espacio- tiempo permitieran echar el reloj siete años atrás, el Partido Popular volvería a recoger firmas para tumbar el Estatut de Catalunya, como hizo en 2010. La manifestación por el derecho a decidir de 2012 volvería a producirse, así como las visitas del expresidente Artur Mas a su homólogo español, Mariano Rajoy, para pedirle el pacto fiscal. La negativa del segundo conduciría a la consulta del 9-N de 2014, y tres años más tarde, Mas, y los exconsellers Irene Rigau, Joana Ortega y Francesc Homs, volverían a ser inhabilitados. España tendría el soberanismo como principal problema político, y el Tribunal Constitucional acumularía recursos para evitar el referéndum prometido por la Generalitat en 2017. Y todo eso sería así, porque después de siete años, el PP no está dispuesto a reconocer que alguna cosa escondía aquel texto cepillado, que une toda la oposición en el Congreso para asegurar que marcó el punto de inflexión con el Estado.

Es la conclusión del debate celebrado en el Ateneo de Madrid este miércoles, como clausura del ciclo "Catalunya, en la encrucijada," donde el mismo expresident Mas y el exministro José Manuel García-Margallo, participaron el día anterior. Esta vez ha contado con la participación del líder de En Comú Podem, Xavier Domènech, el de ERC, Joan Tardà, la diputada del PDeCAT, Lourdes Ciuró, la del PSC, Meritxell Batet, el del PP, Jordi Roca y el de Ciutadans, Sergi Campos. Ciuró venía en representación de Carles Campuzano, quien se ha tenido que marchar hacia Barcelona, como una alegoría al tema que se trataba, después de que se conociera la sentencia de inhabilitación a Homs de un año y un mes por haber contribuido a poner las urnas del 9-N de 2014.

"La sentencia deslegitimó la Constitución, pero también la reforma del artículo 135" decía Domènech. No se puede obviar que la sentencia del Estatut hizo despuntar al independentismo, aunque Convergència se metió dentro de la rueda del hámster. Había una crisis muy fuerte y la Generalitat hizo propaganda para tirar la culpa al gobierno central", le seguía Campos. "Después de tumbar el Estatut aprobado por el Parlament y el Congreso, se tenía que repetir todo el proceso. Ahora los catalanes quieren protagonizar su futuro" explicaba Tardà. "Prefirieron el continuismo a una alternativa", decía Ciuró. "El detonante principal fue la caída del Estatut" reconocía Batet. Pero Roca, lo negaba de lleno, solo entre los seis. "Si tan delito de lesa democracia era lo del Estatut, ¿por que Convergència nos vino a pedir apoyo para los presupuestos"?.

Cada uno ejemplarizaba una opinión de sobra conocida, reencarnando las esencias de los respectivos programas electorales. Así, el debate amenazaba con no presentar ninguna sorpresa, hasta que un espontáneo ha irrumpido en medio de la sala, megáfono en mano, para denunciar "la corrupción", y otros agravios que en el proceso soberanista veía para la unidad de España. El moderador no ha necesitado policías para echarle, sino que él mismo se ha levantado a empujarlo hasta la puerta, mientras Domènech seguía relatando su discurso. "Ahora me he perdido", pero enseguida se ha reencontrado.

Rápidamente los portavoces han vuelto al momento presente, y la mayoría de los 5 ha vuelto a cargar contra el gobierno de Mariano Rajoy. Ciuró y Batet han coincidido en que la Moncloa se había cerrado al diálogo, pero la socialista no cree que la Constitución esté deslegitimada, como piensa Domènech. Su propuesta es la reforma constitucional, para mantener el pacto de convivencia. Los independentistas ven las urnas como el único camino a seguir, y así lo han defendido. "Estamos ilusionados porque por primera vez tenemos los instrumentos para decidir nuestro futuro" ha dicho Tardà. "Por mucho que haya inhabilitaciones, vendrán otras personas y tomarán el relevo", avisaba Ciuró. Campos pedía aparcar este debate, sin embargo, y abordar los "problemas reales, como la corrupción y la desocupación".

Y en medio de esta diversidad de medicinas, el popular no quería recoger ninguna de ellas para dirigir a la Moncloa y tratar de aportar alguna solución, sino que seguía relatando que la culpa era del "pujolismo". Marca registrada, o no, este fenómeno se caracterizaría por utilizar el "método populista, buscar a un culpable, decir que la culpa es de España porque nos tiene manía y hay una conspiración. Rompen lazos y después nos dicen que están rotos", explicaba. Así, después de siete años, Cicerón diría que los que no conocen su historia, volverán a repetirla, y el PP encontraría su principal semejanza con el soberanismo: esto es, que ambos lo volverían a hacer.